El reto de la memoria y las elecciones en México

-Sergio Tischler / PUERTAS ABIERTAS

Como era de esperarse, el primer debate de los candidatos a la Presidencia de México desató una marea de opiniones encontradas respecto a quien había sido el ganador de la jornada escenificada en televisión. Que si el panista Anaya habría ganado unos puntos en el marcaje de las encuestas con las acusaciones que le echó en cara a López Obrador, fortaleciendo así su posición de segundo lugar en las preferencias electorales y acortando la significativa ventaja que le lleva el puntero «ya sabes quién». Que si López Obrador logró esquivar los dardos envenenados que le fueron lanzados con toda alevosía por los candidatos que representan la continuidad del desprestigiado y corrupto sistema político mexicano (Anaya, Meade, Zavala, EL Bronco). Que si López Obrador se mostró demasiado contenido y limitado en responder las acusaciones e infundios de sus opositores. Que si Meade, el candidato oficial, no logra encender pasión ni en su propia casa y no «levanta», no solo porque es un tecnócrata frío con cero de carisma, sino porque le pesa demasiado el fardo que tiene por herencia: la enorme corrupción del Gobierno priísta de la cual él ha sido conspicuo administrador y «tapadera». Que si Margarita Zavala, esposa del dipsómano expresidente Felipe Calderón, no puede ocultar su compromiso con la fallida estrategia de su marido de sacar al Ejército a las calles para combatir la violencia sistémica con el argumento falaz de una guerra contra el narcotráfico, dejando intactas las estructuras políticas y financieras que le permiten reproducirse. (De todos es conocido que esa estrategia fue parte de la implementación de un mecanismo de terror estatal que ha militarizado la seguridad pública y cobrado decenas de miles de víctimas, convirtiendo a México en uno de los países más violentos del mundo, donde no existe el menor respeto a los derecho humanos y la impunidad es la moneda común). Que si el cinismo del Tribunal Electoral de Poder Judicial de la Federación (TEPJF), evidenciado en la convalidación de las trapacerías de Jaime Rodríguez (El Bronco) en el proceso de registro de su candidatura, como la enorme cantidad de firmas falsificadas, ya anuncia un probable fraude en proceso, y que tanto la señora Zavala como El Bronco son parte de ese negocio encabezado por el PRI y el PAN. Que si, de confirmarse evidencias en esa dirección, el llamado debate no es en el fondo más que un escenario de preparación de un golpe del sistema contra López Obrador, lo cual le daría la razón al Ejercito Zapatista de Liberación Nacional, que ha planteado la hipótesis de que el desquiciamiento de la hidra capitalista genera tal nivel de violencia e intolerancia que ya no va a permitir más Lulas, Evos y López Obrador, ante lo cual la izquierda institucional no tiene plan B y está atrapada en la ilusión liberal… etcétera.

No es necesario un análisis muy sofisticado para notar que el proceso en marcha anuncia una intensificación de los ataques de todos contra «ya sabes quién», porque lo que está en juego no es la alternancia en el Gobierno, sino algo más. Ese algo más, que de ninguna manera implica una política que ataque las bases del capital en su fase neoliberal, puede poner en crisis el esquema de control político basado en la alianza estratégica PRI-PAN, y crear fisuras importantes en el aparato de dominación actual.

Todo esto se respira en ambiente político. Pero hay algo de lo que se habla poco, y se encuentra aparentemente hundido por el peso de la inmensa cantidad de encuestas, estadísticas, proyecciones, declaraciones y acusaciones que forman el inmenso material de la información de los medios: la memoria colectiva. Se podría decir que el terreno de la lucha política está atravesado, de manera significativa, por la pugna entre dos expresiones de la subjetividad; dicho esquemáticamente, por la forma mediática de la subjetividad y por la memoria colectiva.

La forma mediática de la subjetividad es la de los medios de comunicación. Es la que establece el vínculo de identidad con la inmediatez de los hechos y está fundada en el modelo cognitivo que se deriva del mercado. Una de sus características es que carece de profundidad histórica porque la forma mercancía de las relaciones sociales implica una manera antiética de conocer la memoria, en tanto que subjetividad determinada por la fragmentación social. Este es el tipo de comunicación en que se basan las estrategias discursivas de los candidatos del sistema. Tanto Meade como Anaya, por mencionar a los de mayor peso, organizan sus discursos en un lenguaje tecnocrático. La política es una técnica que se aplica bien o mal. Lo que prometen es mejorar las técnicas de la política, dando a entender que eso es suficiente para dar una salida a la crisis en que se encuentra el país, y que si no les hacemos caso, corremos el riesgo de hundirnos en la ingobernabilidad. Ese lenguaje esconde la responsabilidad directa que tienen en el actual estado de cosas. En ese sentido, López Obrador es muy claro en definirlos como «la mafia del poder».

La memoria colectiva tiene un signo diferente. Es un antídoto frente a la fragmentación, ésta como terreno en que se recrea la imagen del individuo aislado, con la racionalidad individualista que distingue al ciudadano clásico. Su núcleo está en lo colectivo. Surge del abajo social, como necesidad de resistencia y lucha en un mundo mercantilizado y deshumanizado que amenaza con destruir las formas más elementales de convivencia comunitaria y humana, en el tiempo infernal determinado por las necesidades del movimiento del capital. México tiene una rica historia de rebeldía de los de abajo que ha generado una memoria colectiva de rasgos populares. El neoliberalismo quiso disolver las expresiones de esa memoria, y hasta cierto punto tuvo resultados. Pero las consecuencias desastrosas de esa política para los sectores populares han dado lugar a un rechazo de una buena parte de ellos hacia el sistema político. Ese es el terreno donde una memoria popular tiende a reconstruirse, y el discurso López Obrador no solamente apela a esa memoria, sino es un elemento que la constituye con el riesgo de apropiarse de la misma y domesticar sus potencialidades disruptivas, como se ha dado en las experiencias de los llamados «gobiernos progresistas». En ese sentido, y para terminar, cabe señalar que la iniciativa del Consejo Nacional Indígena (CNI) y el EZLN de aprovechar el espacio político electoral con la candidatura de la compañera Marichuy puede ser interpretada como la lucha por que esa memoria rebelde, con sus múltiples expresiones e intensidades, no se domestique en una institucionalidad liberal que poco tiene que ver con la apuesta por la autonomía como modo alternativo de la democracia popular.


Sergio Tischler

Historiador y sociólogo guatemalteco, profesor-investigador del Posgrado de Sociología del Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades «Alfonso Vélez Pliego, Benemérita Universidad Autónoma de Puebla.

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