El respeto al derecho ajeno

Luis Melgar Carrillo | Política y sociedad / PUNTADAS SIN DEDAL

Cualquiera que viaje a una ciudad como Los Angeles, podrá notar que muchos de los inmigrantes ilegales, a los pocos días de haber llegado, se conducen de tal manera que demuestran que han olvidado su pasado y su origen. Personas con nombres y apellidos españoles, cuya fisonomía muestra, por todas partes, rastros de haber crecido entre platanales, dicen que no entienden cuando se les habla en español. En un inglés con un acento muy marcado y con una construcción gramatical parecida al de Cantinflas, se atreven a decir algo como «No espanish». Cómo se sentiría Shakespeare, si escuchara decir en su idioma frases equivalentes en español a: «Mi no entender».

Otros hijos de latinoamericanos no saben hablar nuestro idioma, porque sus padres no les hablan en español. ¿A qué se debe esta actitud? ¿Por qué los latinos se avergüenzan de su origen? Pareciera que a sus ojos es un oprobio recordar de dónde vienen sus raíces.

Lo que en el país del norte se puede observar con claridad es que la cultura que observan los gringos en los latinoamericanos es, en general, una cultura muy pobre. Naturalmente que la mayoría de los indocumentados que llegan, no son precisamente profesionales ni académicos.

A los pocos días de llegar a la tierra del Tío Sam, un paisano deja de tirar basura en las calles. Cruza el semáforo con precaución. No se arriesga a pintar rótulos en las casas y tiene mucho cuidado de no escandalizar con su música a altas horas de la noche. A pocas horas de haber cruzado la frontera, pareciera que este nuevo indocumentado se civilizó, como por arte de magia.

Lo triste es que cuando esa persona trasformada por el rigor de las leyes norteamericanas, regresa a su lugar de origen, casi instantáneamente vuelve a sus viejos hábitos. Su falta de respeto vuelve a aparecer como por encanto, como si lo aprendido se le hubiera borrado de la memoria.

Lo evidente del asunto es que en Gringolandia, las leyes se hacen cumplir. Si un policía sorprende a cualquier persona infringiendo la ley, no tiene misericordia, le aplica sanciones y multas conforme al rigor establecido. No valen ruegos, sobornos ni esfuerzos. En ese país las penas por infracciones son rigurosas. Los encargados de velar por su cumplimiento son inflexibles. Por ejemplo, si un ciudadano es sorprendido tirando basura en el freeway y no tiene para pagar la infracción, el Estado lo obliga a pagar con trabajo. Una de esas sanciones es limpiar ese freeway que ensució, por un tiempo proporcional a la multa correspondiente.

En cambio, en estas tierras, cualquiera se brinca la ley. Basta con que un espectador se pare a observar un semáforo por quince minutos, para que note la falta de respeto de muchos conductores. No sería de extrañar que un europeo llegara a preguntar que si en Guatemala el color amarillo significa avanzar más rápido. Pareciera como si el inicio del rojo fuera para conducir aún más rápido.

Lo que sucede es que en nuestra tierra no hay temor de la ley. Cualquiera puede sobornar a las autoridades. Algunos policías se dejan sobornar hasta por diez quetzales. Pareciera que el poder judicial aplica justicia solo para los influyentes. Aunque hay leyes bien estructuradas, casi nadie las cumple y las autoridades no hacen por cumplirlas. En ese estado de cosas, la gente vive en una anarquía complaciente. Por ejemplo, cualquiera tira basura en las calles, sin importarle que está ensuciando la propiedad ajena y la ciudad. Se pintan letreros en casas y paredes ajenas, se escuchan altoparlantes con música estridente a altas horas de la noche, y nadie dice nada.

El expresidente mexicano Benito Juárez acuñó en las páginas de la historia su famosa sentencia: «El respeto al derecho ajeno es la paz». Desde cualquier punto que se analice, esta verdad es el punto de partida para conducirse por un camino de justicia.

Respetar el derecho del otro es tener consideración y cortesía por todo aquello que la ley establece a su favor. También significa mantener la cordura y buen trato hacia todo lo que se relacione con los demás, en todo aquello que la ley haya considerado como justo y legítimo. Naturalmente que dentro de esta concepción, los bienes de las otras personas son parte de su derecho.

Lo que sucede en Latinoamérica es que casi nadie respeta el derecho ajeno. Se vive en estados de derecho que no funcionan. En vista de que nadie dice nada, se aprende a vivir a lo que venga. Cuando un inmigrante llega a Gringolandia y mira un estado de cosas diferente, no quiere identificarse, ni que lo identifiquen, con el caos que dejó cuando cruzó la frontera.

¿Será posible que cambie ese estado de cosas en estos países tercermundistas? La respuesta depende de las autoridades locales. Si los altos funcionarios comienzan a gobernar, en lugar de vivir del oportunismo. Si dejan de dedicar sus mejores esfuerzos a buscar el enriquecimiento por medio de la autoridad que les conceden sus posiciones. Si tratan de informarse sobre cuáles son las necesidades de los ciudadanos y tratan de satisfacerlas. Si depuran las instituciones en las que trabajan. Si en vez de dedicar tanto tiempo y esfuerzos a desprestigiar a sus oponentes políticos y, en general, si se concentran para hacer cumplir las leyes desde su posiciones, otro estado de cosas se estaría viviendo, o como dice el refrán «otro gallo cantaría».

¿Qué se está haciendo para sancionar a los benditos grafiteros? ¿Qué se está haciendo para evitar que se tire la basura en los lotes baldíos y en las calles? ¿Qué se está haciendo para hacer que se cumplan las leyes del tránsito? ¿Qué se está haciendo para depurar a las autoridades corruptas? En general, ¿qué se está haciendo para que se respete el derecho ajeno? Estas son muchas de las interrogantes que cualquier ciudadano sensato se plantea a sí mismo. Por el estado de cosas que se observa, no es de extrañar que la fuga de estómagos vacíos a las tierras del norte vaya acompañada de un sentimiento de vergüenza por lo que se es en América Latina. Es un sentimiento de minusvalía por lo que se vive en este tercer mundo, con el cual ningún indocumentado migrante se quiere identificar.

Aquellos que no quieren emigrar al norte, tienen un compromiso para tratar de hacer algo por el cambio. El primer paso en ese cambio es tomar conciencia del estado de cosas que se vive en esta querida tierra del quetzal. Que Dios ayude a Guatemala en ese esfuerzo.


Fotografía tomada de Reporte Noreste.

Luis Melgar Carrillo

Ingeniero Industrial, Colombia 1972. Máster en Administración de Empresas, INCAE 1976. Autor de 9 libros (tres aparecen en Google) y de más de 100 artículos (50 en gAZeta, Guatemala 2018; 20 en revista Gerencia, Guatemala 1994-95, y más de 30 en diversos medios mexicanos, como el periódico Meridiano y la Revista Junio 7). Director de Capacitación (Asociación de Azucareros de Guatemala). Director de Recursos Humanos (Polymer-Guatemala). Excatedrático en universidades de Costa Rica, Guatemala y Tepic, México. Residencia en Tepic.

Nuestros hijos

Correo: lumelca2@live.com

3 Commentarios

Luis Pedro 14/02/2019

Buen texto, lleno de sentido común.

consuelo Carrillo Meza 13/02/2019

Un enfoque puntual sobre el sensible estado de atraso que prevalece en nuestro país lo que considero es un resultado de la ignorancia, y el analfabetismo que a la vez son frutos de la indiferencia de los grupos de poder unidos a la falta de aplicación de programas de educación cívica y de respeto a la vida, entre otros factores.

    Luis Melgar Carrillo 14/02/2019

    Querida Cony: Muchas gracias por su comentario. Como decía un profesor de Física cuando algún estudiante le decía no haber comprendido: Su respuesta era algo como «No te preocupes, el próximo semestre que repitas el curso lo vas a comprender. Si no lo llegas a comprender la segunda vez, tampoco te preocupes. Es cuestión de semestres». En el caso del estado del atraso cultural de nuestros pueblos, no es cuestión de semestres sino posiblemente cuestión de décadas. Lo triste del asunto es que si los que dirigen los procesos de educación no inician el esfuerzo hacia tratar de mejorar la triste condición de falta de evolución de las grandes masas, posiblemente va a ser cuestión de muchas y muchas décadas.

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