Luis Felipe Arce | Política y sociedad / EL CASO DE HABLAR
Alejo Carpentier, en su novela El reino de este mundo, escribió
El hombre ansía siempre una felicidad más allá de la porción que le ha sido concedida, pero la grandeza del hombre está precisamente en mejorar lo que es, en imponerse tareas. En el reino de los cielos no hay grandeza que conquistar, puesto que todo es jerarquía establecida, incógnita despejada, existencia sin término, imposibilidad de sacrificio, reposo y deleite. Por ello, agobiado de penas y tareas, hermoso dentro de su miseria, capaz de amar en medio de las plagas y las grandes adversidades… el hombre solo puede hallar su grandeza en el reino de este mundo.
La vida es una sucesión de situaciones a veces extremas, dramáticas y contradictorias; por lo tanto, debemos aprender que las emociones nunca son definitivas sino transitorias y que la clave de una vida en armonía con la naturaleza es la constante búsqueda de un equilibrio que nos permita entender y ser coherentes en cada uno de nuestros actos.
Quizás por eso, Tito Monterroso, escritor guatemalteco, ganador en mayo del 2000 del prestigioso premio literario Príncipe de Asturias, al referirse al paraíso imperfecto, nos cuenta: «Es cierto, dijo melancólico el hombre, sin quitar la vista de las llamas que ardían en la chimenea aquella noche de invierno… en el paraíso hay amigos, música, buenos libros, lo único malo de irse al cielo es que se ahí el cielo no se ve».
Tanto Carpentier como Monterroso nos demostraron, con estos dos sesudos argumentos, que el triunfo está de parte de los que luchan, sueñan y ponen todo su esfuerzo por sobreponerse a las adversidades durante su fugaz paso por esta vida.
No basta con llorar, lamentarse, reclamar, patalear, vivir en otro mundo… callar, no hacer nada. Es necesario levantarse, caminar en pos de los sueños, proponer soluciones, involucrarse en la cotidiana realidad… ser candil no lastre. Iluminar el camino, predicar con el ejemplo, dar soluciones y no crear más problemas (que para eso ya se encargará la vida).
Por las muy particulares características de la historia patria, el guatemalteco se ha caracterizado y etiquetado por ser «hablaquedito…» muy aquí entre nos, porque «hasta las paredes oyen y hablan». Se ha estimulado una cultura de temor, donde la palabra es plata y el silencio es oro; porque en el «reino de este mundo» las personas valoran a los hombres más por lo que callan que por lo que dicen.
Siguiendo esta línea de pensamiento, el silencio, en consecuencia, se convierte en fiel aliado de la barbarie, escudo de la ignorancia y maltratada máscara de la indiferencia -calladita me miro más bonita-… por ahí andan diciendo… a mí que me registren…
El mundo de hoy es asfixiantemente opresivo, vivimos en la cultura del miedo, donde la gran mayoría de nosotros convive en un perenne estado de sumisión y acatamiento. El temor es una herramienta de control que viene del lado de los gobiernos, las empresas, los medios de comunicación y el granizo de religiones sustitutivas… no es algo nuevo, ha ocurrido siempre, desde el descubrimiento hasta nuestros aciagos días.
Eduardo «Rius» del Río publicó un cómic con historietas de humor y crítica social, Los agachados (México, 1968); una serie semanal de entregas en la que reseñaba la historia de nuestros países, la conquista española y todo lo que siguió a aquellos desafortunados días. Con un sarcástico sentido de humor campesino; Calzonzín, Chon, don Ruco y Nopalzín describían, desde su pequeño pueblo de Chayotitlán, toda una realidad repetida hasta la saciedad de corrupción, asesinatos, historia, política y toda la problemática cotidiana de nuestras comunidades; saqueadas, ninguneadas y venidas a menos por políticos inescrupulosos -hambreadores del pueblo-.
En Guatemala, la historia de repite… pasa todos los días -con guion corregido y aumentado-, estamos en las manos de los mismos conquistadores y mercaderes (con la voraz hambre ancestral que los trajo a estas tierras), con la misma clase dominante, la más desvergonzada corrupción, la misma desfachada impunidad y el Estado como botín.
¿Y los agachados? … siguen siendo los mismos, el silencio de «los hablaquedito» está presente con renovada indiferencia; el sistema jurídico, político y social se cae en retorcidos pedazos y muy contados compatriotas alzan la voz… a la masa le da lo mismo Chana que Juana y la corrupción, la impunidad y la tolerancia se pasean como Juan por su casa sobre los despojos de una sociedad maltratada, malagradecida, dramáticamente tolerante y… podrida desde la raíz.
¿Quiénes nos escondieron la esperanza?, ¿Quiénes nos cortaron las alas? ¿Quiénes se robaron los sueños y nos despojaron de la utopía? ¿Quiénes arrasaron nuestra tierra y nos negaron el desarrollo?
¿Quiénes nos trajeron espejitos? ¿Quiénes quemaron nuestros códices? ¿Quiénes nos negaron el acceso a la educación? ¿Quiénes nos quitaron nuestra esencia como nación? ¿Quiénes sembraron la semilla de la división y el odio?
Francisco Pérez de Antón (Oviedo, España 1940) escribió, en 1985, una colección de cuentos titulados Cansados de esperar el sol, inspirados en el Popul Vuh y nos habla de la oscuridad primigenia que todavía, al día de hoy, existe con dramática presencia en nuestros pueblos:
Muchos hombres fueron hechos y en la oscuridad se multiplicaron. No había nacido aún el sol, no había luz (…) y esperaban inquietos la llegada de la aurora.
-Aguardemos a que amanezca. Así dijeron los grandes sabios, los varones entendidos, los sacerdotes y los sacrificadores. Esto dijeron. Pero nuestros primeros padres no tenían piedra ni madera que cuidar y estaban cansados de esperar el sol.
Ahora, en pleno siglo XXI, sigue el pesado manto de la oscuridad… ¿hasta cuando nuestro pueblo seguirá inquieto esperando la aurora?
Las preguntas abundan… las respuestas son muy pocas, el compromiso de lucha por un futuro mejor es inexistente, somos ovejas rumbo al despeñadero. ¿Y el futuro?… bien gracias, y usté.
Al profeta Jeremías, que vivió en el tiempo de la esclavitud en Babilonia bajo el régimen del rey Ciro, le preguntaron: «Tú tienes esperanza» a lo que el respondió «Tengo la esperanza de que el rey Ciro, con todo su poder, no podrá impedir que nazca el sol».
Todos nosotros, desde el más chico hasta el más viejo, mantenemos la esperanza de que mucho más temprano que tarde, los trasnochados aprendices de tiranos con todo su poder, no podrán impedir de que Guatemala -cual ave fénix- renazca luminosa de sus cenizas.
«Las cosas tienen vida propia, pregonaba Melquiades con áspero acento, todo es cuestión de despertarles el ánima».
Cien años de soledad, Gabriel García Márquez.
Imagen principal tomada de Mercado Libre.
Luis Felipe Arce

Guatemalteco. Ingeniero civil, por varios años gerente de Producción para Centroamérica de una importante corporación mundial dedicada a la fabricación de materiales refractarios y aislantes. Actualmente, consultor independiente.
Correo: luisarcef@yahoo.com
5 Commentarios
Excelente enfoque de la situación de nuestro país. La misma finca, en manos de los herederos (herederos de todo lo material y de la bazofia mental). Cinismo, impunidad descarada, país sin futuro
De acuerdo Luis Arturo; comparto tus puntos de vista. Quizá habría que agregar: sin desarrollo, sin oportunidades y sin esperanza… el país del sin, sin. Saludos!!!.
Arturo Ponce y Quique Imeri, gracias por sus oportunos y muy interesantes comentarios. Es un verdadero gusto poder compartir vivencias y opiniones a través de gAZeta, este necesario canal de libre expresión.
Excelente tu pluma QH, me tomé la libertad de compartirlo, ahora espero compartir con vos no una breve si no prolongada tertulia. Recibíd con mucho respeto y cariño un taf….
Muy bien dicho mi querido Guichín, que comes que adivinas?…..; todo esto como que ya está incrustado dentro de nuestra genética y no es asunto de conscientizar, sino de depuración (otro tipo de sometimiento)……. vos ya sabés. Gracias por tus aportes.
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