El racismo normalizado en la cotidianidad

-Victoria Aurora Tubin Sotz / Q’ASAXIK TZIJ (TRASLADANDO PALABRAS)

Mujeres y hombres mayas e indígenas afirman que persiste un racismo profundo que provoca rechazo, repugnancia, odio y desprecio hacia lo indígena, que no se reduce en una mala cara, una ofensa en la calle, sino que va más allá, se traduce en tratos, en condiciones que propician el uso de la violencia que toca y afecta los cuerpos y emociones indígenas. En los Acuerdos de Paz se reconoció al país como pluricultural, pluriétnico y multilingüe, porque 40 % de población es indígena según el Instituto Nacional de Estadística de Guatemala. En la práctica ese reconocimiento no existe, en la vida cotidiana y en las diferentes realidades se sigue magnificando lo blanco, lo civilizado y la sangre pura.

Sin embargo, la otra parte de la población no indígena con mucha facilidad afirma que el racismo es del pasado, porque ya se ha superado, ya no se maltrata, los indígenas están en todos lados; comen en todos lados; están ocupando espacios que antes no podían, no porque no se les permitiera sino porque su capacidad no les daba, justifican. No hay de qué quejarse, sino solo entender que algunas personas tienen ciertos problemas que las hacen actuar mal, pero no es toda su intención, al extremo de decirles «pobrecitos», saber qué problemas han pasado.

Y es que el racismo naturalizado no tiene nada que ver con posturas de izquierdas, derechas, centros; cristianos, no cristianos; población urbana o rural, entre otras condiciones. El racismo es tan presente y profundo que cualquiera que se autoadscribe como «ladino, mestizo, blanco, diferente» lo ejerce con propiedad. Al extremo que sorprende cuando la misma niñez lo reproduce con tanta naturalidad, y es aquí donde radica la pregunta si se ha superado o no. Una niña o niño no nace racista, es una construcción social, hay actores que enseñan a la niñez a ser y reproducir el racismo.

Hay entonces resistencia a renunciar o, como afirman, a superar el racismo, lo digo porque mi hija que estudia con su indumentaria maya, sale a la calle y no falta algún niño o niña que se detenga a verla a los ojos con un nivel de violencia. Se detienen a su lado y de pies a cabeza la observan, como si ella fuera anormal, como si su indumentaria causara incomodidad. En muchos casos van los padres al lado de estos niños/as, pero no reaccionan para llamarles la atención, la mayoría de veces se hacen los desentendidos. Y otros, con esa mentalidad del poder, afirman su racismo con su mirada o tiran alguna indirecta.

No digamos las experiencias que mi hija ha vivido en el colegio, desde los profesores hasta los estudiantes la han agredido, descalificándola en todo sentido que se une con el patriarcado. Y es que no se puede olvidar que el racismo tiene manifestaciones no solo con la vestimenta, también con el apellido, color de la piel, estatura, estatus económico y formas de hablar. No ha faltado, alguna mamá o papá de esos colegios que no preguntan cuál es mi ejercicio profesional sino me afirman como vendedora de la terminal o como trabajadora de casa particular.

Esto nos recuerda que las mujeres indígenas están destinadas para ciertos oficios de la servidumbre, para el amo. Que se salga de ese esquema impuesto se vuelve una sorpresa y poco agradable. Sobre todo, cuando muchos de esos padres y madres de familia no lograron alcanzar algún nivel académico. Claro que no son todas las personas que tienen esa carga racial tan enraizada, hay personas muy humanas y con gran respeto, lamentablemente pocas.

Como maya he experimentado que a las personas les duele reconocer mis méritos académicos, les cuesta reconocer porque está tan enraizado ese imaginario social construido sobre la descalificación e inferiorización impuesta desde hace más de 500 años y que se cae, no tiene sustento la tipificación de la falta de civilización de las sociedades mayas encontradas a la llegada de los colonizadores. Porque pese a tanta violencia, no solo física, los pueblos originarios siguen, resisten a practicar sus valores y conocimientos ancestrales.

El racismo es tan cotidiano, que obliga a muchos a buscar alternativas para no seguir sufriendo una agresión emocional. Desde el bus cuando le dicen a una mujer «correte María», al dicho común en las calles «sos indio, no seas indio, puro indito…», como también al revisar el expediente de una persona que busca empleo y por su apellido es rechazado, sin que le dieran la oportunidad de demostrar sus capacidades, le cierran la puerta para la posibilidad de proyección.

El racismo institucional en el Estado se evidencia cuando el Congreso niega reformar artículos sustanciales de la Ley Electoral y de Partidos Políticos que democraticen el acceso de hombres y mujeres indígenas; la negativa de los diputados recalcitrantes en criminalizar la propuesta a las reformas a la Constitución Política sobre el pluralismo jurídico. El negar que se haya dado el genocidio contra indígenas y que ahora deban pasar un segundo proceso que niega la dignificación de las víctimas.

Victoria Aurora Tubin Sotz

Mujer maya kaqchikel, socióloga, magister en Comunicación para el Desarrollo y estudiante del doctorado en Ciencias Sociales, USAC. Soy crítica y activista en las diferentes luchas de los pueblos originarios, a partir de mi pertenencia étnica y ser desplazada durante el conflicto armado interno, con la desaparición forzada de mi padre y una familia fracturada.

Q’asaxik tzij (Trasladando palabras)


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