-Camilo García Giraldo / REFLEXIONES–
El Quijote de la Mancha, escrito por Miguel de Cervantes Saavedra, es sin lugar a dudas uno de los personajes más maravillosos y fantásticos de toda la historia de la literatura. Un hidalgo empobrecido, Alfonso Quijano, que perdió la razón, que se enloqueció de leer tantas historias imaginarias de caballeros andantes y que por ese motivo decidió volverse uno de ellos, imitarlos a todos en toda su extensión. Entonces salió al recorrer el mundo solitario con su caballo Rocinante y con la única compañía de su escudero Sancho para combatir a todos los que consideraba agentes del mal, como a los molinos de viento que creía gigantes perversos, y a defender y proteger con todas sus fuerzas a todos los débiles y desprotegidos de este mundo, comenzando por las bellas mujeres y a los que carecían del bien supremo de la libertad. Este gesto heroico e inmensamente generoso se convirtió en el ejemplo y paradigma de las mejores cualidades humanas: la entrega y la lucha desinteresada e incondicional para lograr el bien de los demás, y especialmente de los que más lo necesitan. Pues solo los que «pierden la razón», los que obran sin pensar en sí mismos sino solo en los demás, son los verdaderos seres humanos. Y los hombres modernos lo aprendimos gracias a la valiosísima enseñanza de este personaje inigualable que vivirá siempre mientras exista la humanidad.

Por su parte, Óscar Matzerath, personaje principal de la novela del escritor alemán Günter Grass El tambor de hojalata, es un personaje fantástico que cuando cumple 3 años recibe de regalo un tambor de hojalata del que se enamora hasta el punto de no volverse a separar de él durante mucho tiempo. Y que, unos días después, decide no crecer más, desilusionado de su madre Agnes al descubrir la conducta infiel que tiene con su antiguo amante, Jan Bronski. Solo al final de la novela y de la guerra, cuando asiste al entierro de su padre Alfred, ferviente nazi asesinado por un soldado soviético cuando registraba su casa, Óscar se desprende del tambor y lo tira a la fosa en la que lo están enterrando, como clara señal del nuevo deseo que se apodera de él de volver a crecer para llegar a ser grande y adulto. Deseo que comienza a cumplirse después de que despierta del golpe que recibió en la cabeza por una piedra que le lanzó su hijo Kurt.
Con la vida de este gran personaje Günter Grass nos indica que la verdadera condición humana es ajena a los hombres grandes y adultos, porque son estos quienes cometen los peores actos de crueldad y barbarie contra sus semejantes, tal como quedó en evidencia con los nazis. Solo los que no crecen, como Óscar, son capaces de amar con sinceridad total y de llevar consigo todos los días la música que interpretan con su tambor, con los órganos de su voz y de su espíritu, para cultivar, afirmar y renovar la humanidad que son. Ciertamente Óscar como ser humano es imperfecto: lleno de celos y de ira, y con la ayuda de unas tijeras, trató de sacarle burtalmente a la joven y bella María, de quien se había enamorado, el niño que llevaba en su vientre y cuyo padre era su propio padre, Alfred. Pero es una imperfección que confirma su condición humana.

Nietzsche sostuvo en Así habló Zaratustra que el espíritu de los niños es superior al de los demás seres humanos, porque siempre olvidan el daño que han sufrido, porque son ajenos al resentimiento que es el peor sentimiento que pueden tener los hombres. Óscar Matzerath, sin ser propiamente un niño, nos revela además que la cualidad suprema del ser humano no radica solo en su capacidad de olvidar el daño que le han hecho otros, sino también, y sobre todo, en su incapacidad de hacérselos. Ser y vivir sujeto a esta incapacidad es ser y vivir como un verdadero ser humano, es estar en el lugar y en la condición en donde a los hombres les aparece el rostro profundo de su humanidad.
Estos dos extraordinarios personajes literarios nos muestran con claridad y elocuencia que el obrar verdaderamente ético es algo “anormal” o inusual en los seres humanos. Son los seres humanos “anormales” o radicalmente distintos a todos los demás, los que carecen de razón o los que nunca llegan a ser adultos y mayores, los que mejor actúan éticamente en sus vidas. Estos personajes nos revelan esta triste verdad de la condición humana: que los hombres que obran siempre de manera ética son escasos; son un grupo pequeño de “anormales” que por esta razón se convierten en únicos y excepcionales. Y esto es así porque en la realidad, el común de los hombres difícilmente puede siempre y sin falta obrar de manera ética a lo largo de su vida. El obrar ético es, por una parte y «por naturaleza», un obrar contrario la naturaleza interior de los seres humanos, a los impulsos agresivos y violentos que han heredado de sus antepasados animales; impulsos que tienen, además, una presencia poderosa en sus vidas; y por otra, contrario a la voluntad que de modo casi irrefrenable les surge a unos hombres de dominar y sojuzgar a otros. Pero también es un obrar contrario el ego poderoso que anida normalmente en cada ser humano, al ego que lo empuja a actuar en función de sí mismo, de sus propios y exclusivos intereses. Por eso estos dos personajes son paradigmas representativos de esos hombres excepcionales; y al mismo tiempo ejemplos únicos a seguir e imitar para el común de todos los hombres que se enteran de su existencia.
Camilo García Giraldo

Soy escritor y filosófo colombiano residenciado en Estocolmo, Suecia, desde hace 28 años.
2 Commentarios
Gracias doctor García por esta nueva entrega. Sus columnas iluminan e inspiran.
Estimado Julio César: le agradezco sus generosas y estimulantes palabras.
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