El pecado del fraude periodístico

Edgar Rosales | Política y sociedad / DEMOCRACIA VERTEBRAL

Eran las vísperas de la primera vuelta electoral del 2007. La mesa de editores había analizado el tema, se analizaron los documentos que daban sustento a la investigación, así como la fuente de la información. Todo estaba dispuesto para hacer del conocimiento del público la lista de empresarios que financiaban a la entonces oficialista Gran Alianza Nacional (Gana) que postulaba a Alejandro Giammattei, datos que por aquel entonces eran un verdadero misterio.

Cuando todo parecía listo, irrumpió el director del medio para dejar caer un balde de agua fría sobre el ímpetu periodístico que reinaba en aquella mesa: «De parte de los dueños, que si sale publicado algo de ese tema pueden ir empezando a buscar otro trabajo. Incluso, algunos están dispuestos a retirar su participación accionaria en esta empresa, porque no tiene caso invertir en un negocio que se vuelve contra ellos». El matutino era Siglo Veintiuno y algunos apellidos de los accionistas-financistas políticos eran Bosch Gutiérrez, Castillo Monge y Campollo, entre otros.

Tiempo después me enteré, por boca de uno de los periodistas de elPeriódico, que por esos días un equipo de dicho rotativo había investigado algo mucho más grave: la lista de narcotraficantes que apoyaban al Partido Patriota (PP), mejor dicho a Otto Pérez Molina y Roxana Baldetti. La nota jamás vio la luz: «la libertad de prensa termina en el escritorio del director», se afirma en el gremio.

Los casos anteriores ilustran uno de los pecados más graves en que puede incurrir el ejercicio informativo y que representa un atentado contra la ética profesional: el fraude periodístico.

Fraudes periodísticos famosos

Las regulaciones deontológicas al ejercicio periodístico en latitudes desarrolladas, de ninguna manera son consideradas «limitaciones a la libertad de prensa». Existen instrumentos como la Carta de deberes profesionales de los periodistas del Sindicato Nacional de Periodistas profesionales de Francia,  el Código de ética de la Sociedad de Periodistas Profesionales de EE. UU. y no nacieron por casualidad.

En julio de 1998, el periodista Stephen Glass fue despedido del semanario The New Republic, luego de inventar decenas de historias en las cuales narró borracheras, inmoralidades y otras lindezas en actividades de sectores políticos, pero que nunca existieron.

Días después, el prestigioso The Boston Globe despidió a Mike Barnicle y Patricia Smith, siendo esta última su columnista estrella y candidata al Premio Pulitzer un año antes, tras descubrirse que sus historias maravillosamente relatadas, en realidad eran un embuste.  Su irresponsabilidad llegó al extremo de escribir la crítica de un concierto al que nunca asistió.

Ese mismo año, la cadena CNN pidió disculpas por el falso informe «Viento de Cola» acerca del presunto uso de gas sarín por parte de militares estadounidenses durante una misión en Laos, en 1970. La historia aseguraba que comandos norteamericanos utilizaron el gas contra unos soldados que habían desertado de la guerra para refugiarse en las selvas, pero no era verdad.

El más reciente caso de fraude periodístico se destapó apenas en febrero pasado, cuando se desveló que el periodista Claas Relotious, de la influyente revista alemana Der Spiegel, habría publicado alrededor de 55 artículos fabricados, en los cuales el autor aseguraba haber entrevistado a personas que nunca vio y visitado lugares donde nunca estuvo. Un asco total.

¿Y en Guatemala?

Mencionaré dos casos: uno, el tristemente célebre escándalo inventado por Siglo Veintiuno en 2001, contra el expresidente Alfonso Portillo,el exvicepresidente Juan Francisco Reyes y algunos allegados a quienes se implicó, sin pruebas, en un caso denominado «conexión Panamá», según el cual la cúpula en el poder habría sustraído fondos públicos para depositarlos en bancos del país canalero. La única «prueba» que comprometía a Portillo era una solicitud de apertura de cuenta bancaria, en la cual alguien escribió, al margen, su nombre con lapicero. El caso jamás avanzó, pero sí causó una aguda crisis de credibilidad para el diario, que finalmente fue de las variadas causas de su desaparición.

El otro caso ha sido un fraude permanente y una verdadera ofensa para los valores del periodismo. Es elPeladero, un mecanismo de desfogue de las bajas pasiones de su creador, el ingeniero –que no periodista– José Rubén Zamora. En este espacio, como es de dominio público, nadie que no pertenezca al círculo de este individuo tiene honorabilidad ni merece respeto. Para él, todo el mundo es corrupto, cualquiera está vinculado con el crimen organizado y nadie tiene derecho al honor. No importa si uno es profesional, artista, deportista o político. Incluso, como ahora, la ha emprendido contra ¡el Icefi!, un tanque de pensamiento progresista. Y son cientos  los casos de personas individuales cuya honra ha sido manchada desde las execrables páginas de elPeladero, sin que ninguno de los responsables se tome siquiera la molestia de averiguar cuánto de lo que informan puede ser cierto.

Por pura curiosidad, un amigo hizo la prueba hace menos de un año. Bastó enviar un correo electrónico desde su cuenta, delatando supuestos actos de corrupción en una dependencia del Estado y en lo cual estarían involucradas autoridades intermedias, cuyos nombres fueron alterados intencionalmente por el «denunciante». El domingo siguiente, ¡oh sorpresa!, el correo fue reproducido intacto, sin correcciones y, no obstante los delicados señalamientos, el medio lo publicó sin haberse tomado la mínima molestia de corroborar su exactitud o falsedad. ¿Puede haber mayor fraude periodístico?

Infortunadamente este es un país macondiano y sus medios de comunicación son reflejo de tal condición, y la ciudadanía (no solo las víctimas del fraude periodístico) están inermes ante los desmanes de una prensa impune. Eso sí: es importante tomar conciencia que las noticias falsas son un reto a la sociedad.

Los únicos capaces de denunciar los fraudes periodísticos son los periodistas; obviamente los compenetrados de su misión ética. Mientras tanto, elPeladero, las conexiones Panamá y demás bulos, son una bala atravesada en el corazón de los profesionales de la información.

Si los sistemas político y económico-social exigen procesos de transformación, ello representa un dilema para el gremio: o coparticipan del rescate de la legitimidad del oficio o terminan de comparsas de la infame historia de fraudes periodísticos en que los han embarcado Zamora, Dionisio Gutiérrez y demás usurpadores de la comunicación.


Imagen principal tomada de Meon.

Edgar Rosales

Periodista retirado y escritor más o menos activo. Con estudios en Economía y en Gestión Pública. Sobreviviente de la etapa fundacional del socialismo democrático en Guatemala, aficionado a la polémica, la música, el buen vino y la obra de Hesse. Respetuoso de la diversidad ideológica pero convencido de que se puede coincidir en dos temas: combate a la pobreza y marginación de la oligarquía.

Democracia vertebral

Correo: edgar.rosales1000@gmail.com

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