El pandemizador de la democracia (II)

Edmundo E. Vásquez Paz | Política y sociedad / ¡NO PARA CUALQUIERA!

Como se recoge en la anterior entrega, la labor orientada a lograr el deterioro del concepto de democracia y el derrumbamiento del sistema democrático, es muy importante dentro del proceso del establecimiento de la era de la pandemización. Con ello, los promotores de este nuevo estado de cosas se prometen el logro de una población completamente pandemizada. Proclive, incluso, a actuar pandemizadoramente en cualquier caso en que sea necesario pandemizar a un insurrecto (pandemisubversivo, como suelen referirse a ellos los ideólogos de la pandemización, agoreros de ese nuevo orden que deberá prevalecer en la humanidad -así como se pretendió con el Imperio de los Mil Años-).

El pandemizador encargado recapacitó sobre el sentido -y la importancia- de la tarea a su cargo, consistente en desactivar esa institución que, al facilitar la articulación de pretensiones incómodas, podría llegar a generarle dificultades a un régimen de nuevo cuño tratando de instalarse.

Reconstruyó en su mente esa entidad que debería desmantelar. Recreó cómo, para funcionar, una democracia debe contar con tres actores básicos, a saber: una población organizada y con manifiesto interés en su propio progreso; unos partidos políticos funcionales, concebidos para ordenar y clasificar los intereses de la población organizada, y unos políticos competentes con el oficio de, según las circunstancias, transformar esas ideas y pretensiones de la población en lo que se llama proyectos políticos. Esto es, leyes y ejecuciones para el bien de la nación.

Caviló y, haciendo un esfuerzo de abstracción, se imaginó la democracia como un gran embudo. De base ancha y pico estrecho. Aparato destinado a recoger en gotitas los deseos, las pretensiones, las necesidades de muchos y transformarlas en un chorro con capacidad de mojar, de regar hortalizas y hacerlas crecer, pero también, con la fuerza suficiente para erosionar y derrumbar edificaciones robustas. (Se felicitó a sí mismo por su afición a las alegorías). Y describió el funcionamiento de su imaginario modelo de una manera muy sencilla: en el interior del artefacto, las ideas que llegan se clasifican según temas y se estudian para extraerles la esencia y, con ella, articular los deseos y las aspiraciones que les son comunes a todos. Luego, estos son traducidos en programas que se le entregan a los que están en la punta -los políticos- y son los encargados de emplear el chorro para el riego u otros usos.

Entendió que si lo que molestaba era la calidad del chorrito de salida, lo que había que extinguir era el flujo de ideas con las que se le alimentaba el embudo y terminaban, ya ordenados, dándole el tono y el carácter al mentado -y, eventualmente temido- out-put

Entonces, se decidió a intervenir en la causa de la generación de las ideas indeseadas. Algo que a muchos les pareció lo más razonable y, por demás, loable: ¡enmendar las situaciones de pobreza y las injusticias reinantes (identificadas como las principales circunstancias generadoras de las ideas de aspiración y reclamo a y por lo propio de todos)! Pero, para sorpresa y decepción de muchos, no fue esta la vía que eligió.

Dicen que fue por consideraciones de costos que desechó la opción de corregir las causas. Resultaba demasiado caro. Su esfuerzo, entonces, se volcó al trabajo en una estrategia orientada a engrosar las filas de los que solamente son ciudadanos de forma (mayores de edad y con aspiraciones puramente personales) y menguar la de los que integran el grupo de los ciudadanos en ejercicio de ciudadanía (aquellos con aspiraciones de progreso general, ocupados en llenar de ideas las bocas de los embudos).

Empezó empoderando artificialmente la autoestima de los ciudadanos más vulnerables a sus encantos, induciéndolos a la reconceptualización del egoísmo y el altruismo para llegar a considerar el primero como una virtud y el segundo (manifiesto en solidaridad con los demás) como un antivalor.

Y fue así como afinó una nueva forma de ver y de apreciar la figura del soberano. Tomó un lienzo y plasmó al óleo la imagen de una repugnante suma de individuos con diversas destrezas, aptitudes y potenciales, con el extraño y común sentimiento, y voluntad, de actuar de tal manera que, con el transcurrir del tiempo, le fuera a todos mejor. A los integrantes del cuadro los retrató pequeñitos, feos y en color fucia.

Procedió aislando a los componentes de esa masa antes poderosa y ahora en decadencia, haciéndoles creer y confiar, uno a uno, en su propia e individual sabiduría, en su personal belleza y en su particular ingenio… Convenciéndolos de lo apropiado de limitar el uso de sus personales energías al cultivo y resguardo de sus particulares intereses, desligándose de todo vínculo de solidaridad con los demás. Cuando los pintó -porque a ellos también los pintó- los colores que predominaban era el rojo y el naranja -como el de los refrescos-, así como un amarillo espléndido que dijo era el de los coches Ferrari.

Como fruto del mencionado empeño, se inauguró el llamado fundamentalismo de la libertad. Con templos, oficiantes y demás. Corriente que fue permeando y permeando entre muchos de los integrantes de la plebe, quienes fueron adoptando la nueva doctrina con un gozo difícil de describir. Se tienen reportes, dignos de todo crédito, de escenas en las cuales las nuevas huestes -integradas los con disidentes del primitivo soberano– se manifestaron satisfechos y celebraron, en son de burla, momentos de derrota de los reductos de su original procedencia. Visto bajo cierta óptica, no era más que ¡el espectáculo del singular fenómeno de la alegría por la autoinmolación de la propia conciencia!

Algunos entendidos resumen todo lo que yo, con gran esfuerzo, he tratado de explicar en los anteriores párrafos, con una sentencia lapidaria: ¡el secuestro de la democracia! (un triunfo de la pandemización).


Edmundo E. Vásquez Paz

Color Azul. Claro. Ingeniero Economista. Ocupado del resguardo del medio ambiente y la búsqueda del progreso de la humanidad. Sorprendido por la torpeza humana. Amarillo. Lector agradecido. Crítico de la ciudadanía olvidada de ejercer el amor propio. Rojo. Escritor diletante que ensaya textos para juntar fantasía y razón. Blanco.

¡No para cualquiera!

Correo: vasquezmundo52@gmail.com

2 Commentarios

Trudy 31/08/2020

Qué buen texto, Edmundo! De principio a fin.

    Edmundo 13/09/2020

    Muchas gracias Trudy. Aprecio tu criterio.
    Saludos,
    Edmundo

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