Mauricio José Chaulón Vélez | Política y sociedad / PENSAR CRÍTICO, SIEMPRE
El domingo 14 de octubre se llevó a cabo la primera reunión convocada por el Comité de Desarrollo Campesino (Codeca), con el objetivo de dar a conocer sus ejes estratégicos y sus planteamientos derivados de ellos a personas y grupos urbanos de la ciudad de Guatemala, los cuales son fruto de más de 20 años de organización desde las comunidades.
La actividad tenía por principio retomar el acercamiento entre el campo y la ciudad, proceso que ha sido históricamente difícil, dadas las condiciones de dominación que el sistema hegemónico ha establecido. En ese sentido, las consecuencias han sido nefastas para la organicidad popular, porque el poder ha instalado maneras contradictorias, represivas e ilusorias de vernos.
Dejemos de lado, por el momento, las ideas hacia el campesinado y los pueblos originarios que son constante y ampliamente reproducidas por las derechas. Lo más preocupante es cómo están pensando determinadas expresiones de las izquierdas –o supuestamente de izquierdas– respecto al campesino y a los indígenas.
Entre varias intervenciones de las y los asistentes a la actividad de Codeca, la mayoría de ellas muy cercanas a su proyecto político y con contenido propositivo, hubo algunas (las menos) que no dejan de preocupar e indignar, por su carácter agresivo y abusivo, y porque provienen de individuos supuestamente con formación política y académica, aunque en realidad evidencian ser más desestabilizadores intencionados que académicos o gente formada. Por ejemplo, hubo alguien que dijo que esperaba ver a campesinos hablando del proyecto de Codeca, y no a «gente academicista y urbana que se autonombraba para hablar en nombre de la organización».
¿Qué se pretende? ¿Que los campesinos se presenten a hablar cueste lo que cueste llegar a la ciudad, aunque eso represente salir de noche el día anterior o de madrugada para estar puntual en el cómodo horario que le queda al oyente citadino?
¿Si no hay campesinos con las características que el poder les ha impuesto concreta y simbólicamente, no hay legitimación para hablar de la lucha organizada, y menos para dirigir?
Resulta que no importa cómo llegue a la ciudad y cómo regrese a su comunidad el campesino que debe gastar lo poco que tiene para viajar: a ese oyente urbano le interesa escucharlo desde su comodidad y le dará el premio del aplauso y de la legitimación momentánea, siempre y cuando satisfaga lo que quiere escuchar del otro.
Resulta que el urbano vuelve a validar al que no lo es, siempre y cuando muestre sus diferencias que los separan, como si de llenar requisitos se tratara.
Resulta que solo los campesinos o los indígenas pueden hablar de los campesinos y de los indígenas, retornando a los esencialismos y purismos que han sido las armas perfectas para la folclorización y la separación de los sujetos, quebrando la lucha de clases y romantizando la explotación.
Resulta que es el oyente urbano quien le otorga el deber ser al sujeto que tiene enfrente, y lo hace descalificando lo que para él no es, y por lo tanto, lo desvaloriza a través de mecanicismos que ni siquiera llegan al positivismo lógico.
Resulta que después de validar o invalidar, el sujeto oyente urbano se retira y nunca más establece nexos con quien quiso ver como él quería, sin cuestionarse y tratar de comprender la realidad concreta, ni siquiera un ápice.
Resulta que si uno de los máximos dirigentes de Codeca, quien expuso al principio, no se muestra en condiciones de pobreza o habla desde la victimización o en algún idioma maya, no es legítimamente campesino para ese oyente urbano, y lo obliga a explicar que es campesino y que su origen étnico es k’iche’, y solo así tiene la aprobación. Pero antes, el oyente urbano y abusivo lo invisibilizó, a pesar de que el dirigente dijo al principio de su alocución que era uno de los fundadores de Codeca.
Definitivamente, la unidad no se hará con personas que se manejan desde esas pretensiones, aunque se definan como críticas. De críticas no tienen nada, porque en realidad son criticonas y violentas. Llegan a desestabilizar procesos desde sus frustraciones, y no se diferencian en nada de las derechas que, desde el racismo, la acumulación oligarca-capitalista, el despojo y las distintas formas de discriminación han construido al otro que se quiere ver, o más bien, que se quiere destruir.
La organicidad es política, y no políticamente correcta, y mucho menos esencialista. Eso también hay que desmontarlo.
Muchos de quienes pertenecemos al proyecto de Codeca, nos identificamos desde nuestra conciencia de clase, en procesos de militancia que son centrales en la praxis, la cual a su vez es el fundamento de la organicidad y del quehacer político para la configuración de un proyecto revolucionario, y, por ende, de sujetos revolucionarios. Solo así, el sujeto político adquiere sentido de lucha organizada, y la unidad es factible, dejando de ser ilusoria. Hemos respetado la dirigencia de Codeca, porque es ella, desde su método de organización comunitaria popular, la que nos ha legitimado a nosotros, y no nosotros a ella, como lo pretenden hacer los esencialistas abusivos y desestabilizadores, así se autodenominen de «izquierdas».
Porque la dirigencia de un movimiento de clase, como Codeca, es la democracia popular, y radica en cada sujeto que construye política desde abajo, y para su clase, o sea en sí y para sí, ya sea campesino o popular urbano.
Mauricio José Chaulón Vélez

Historiador, antropólogo social, pensador crítico, comunista de pura cepa y caminante en la cultura popular.
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