El nuevo vicario del neofascismo

Edgar Rosales | Política y sociedad / DEMOCRACIA VERTEBRAL

Los resultados de la segunda vuelta electoral, realizada en nuestro país el domingo pasado, no nos dejan simple y meramente el cambio de silla de un presidente inepto a uno impredecible. Es mucho más que eso. Se trata de la consolidación del proceso neofascista que Guatemala empezó a vivir desde finales del siglo pasado.

Quizás convenga señalar que esta sociedad ha vivido diversas experiencias de tipo fascista, algunas verdaderamente vergonzosas, como la condecoración al Duce, Benito Mussolini, por parte del dictador Jorge Ubico y otras, realmente condenables por su extrema crudeza, como las sufridas especialmente por la población indígena durante el conflicto armado interno, aunque algunos autores identifican dichas prácticas como fascistoides o «fascismo de mediana intensidad», en oposición al fascismo clásico.

La realidad es que el neofascismo, es esta etapa que se habrá de consolidar por parte de Alejandro Giammattei, quien habrá de desempeñar el rol de nuevo vicario de la élite oligárquico-financiera-megaevasora, la mafia narcomilitar y el fundamentalismo neopentecostal que durante varios gobiernos se ha venido fortaleciendo como un nuevo segmento solapado de la «clase política» a la sombra.

Y es que, tal y como se apreció en los limitados espacios propagandísticos de la reciente campaña, los temas dominantes giraron alrededor de los «valores» tradicionales de la familia tradicional –como si la familia monoparental fuese una pestilencia indeseable–, el patriotismo exacerbado o la delincuencia común como expresión del terrorismo y no del fracaso de un Estado en camino de ser fallido, como producto de una sociedad enferma y excluyente.

Igualmente, temas como el matrimonio igualitario fueron invisibilizados radicalmente y se plantearon en la psiquis colectiva ciertas falacias insostenibles en el siglo XXI, como esa de ponderar la indispensable «gran amistad» con el pueblo bendito de Israel o, peor aún, la sumisión ignominiosa ante los caprichos electorales de Donald Trump. Cabe señalar que Sandra Torres, candidata de la UNE, no supo marcar diferencia de tales tendencias y cometió el grave error de asumir posiciones demasiado conservadoras, en menosprecio del voto de amplios sectores medios y progresistas.

Así las cosas, lo que representa la elección de Giammattei es la consolidación de un largo proceso neofascita que empezó con el gobierno de Álvaro Arzú, fue confirmado por los regímenes de Óscar Berger y Jimmy Morales, siendo apenas contrarrestado, y de manera muy tímida, por las administraciones de Alfonso Portillo y Álvaro Colom.

Es preciso, entonces, saber que la lógica del nuevo gobierno no se limita a la mera decisión plasmada en las urnas electorales. El neofascismo es pragmático, en lugar de imponerse por la vía dictatorial, se mimetiza en la democracia burguesa. Es producto de una dinámica global que viene formándose desde la segunda parte del siglo XX, pero especialmente en sus postrimerías. En 2001, recordemos, los organismos internacionales anunciaban una marea de nuevas clases medias, que alrededor de 2020-2030 alentarían el gran salto industrial global, apoyado en el consumismo.

Empero, la crisis financiera de 2008 marcó el fin de la fantasía y la concentración global de ingresos avanzó incontenible, tanto en la periferia como en los capitalismos centrales, al tiempo que las masas en estado de miseria se empezaron a extender como nunca antes en la historia. Solo en Guatemala, cerca del 60 % de la población vive en pobreza absoluta, 23 % en pobreza extrema y 46 % de la niñez menor de cinco años padece desnutrición crónica, según el PNUD.

La humanidad aún se estremece ante las atrocidades del fascismo, pero tarde o temprano caerá en la cuenta de que el neofascismo es mucho más cruel e inhumano. El recurso de la capacidad tecnológica actual y sus alcances planetarios (internet) significan un salto cualitativo en su marcha avasallante. El fascismo clásico terminó con la vida de cientos de millones de personas; el neofascismo tiene una capacidad letal, cuyas víctimas potenciales se cuentan en centenas de millones. Su reproducción devastadora es la mayor amenaza a la vida en el planeta.

Lo anterior, por supuesto, es una radiografía neofascista global. El quid es ¿cómo se habrá de manifestar dicho fenómeno en Guatemala, durante la nueva etapa gubernamental que se avecina?

Es fácil deducirlo. Tanto el programa de gobierno como el discurso del futuro presidente estuvieron suficientemente cargados de loas a los mitos nacionales, a la defensa de las antiguas tradiciones, al inequívoco menosprecio a los sectores empobrecidos (se reduce la ayuda social) y de arranques viscerales contra la juventud transgresora y los privados de libertad: «mano dura a los pandilleros y no más visitas conyugales. Que se arreglen como puedan…».

Y en su vertiente económica, el programa de Giammattei significará la ruptura del equilibrio entre reproducción social y la naturaleza. La devastación del medio ambiente, vía el agotamiento de recursos naturales, las oleadas de agricultura transgénica, el desarrollo desbocado de la minería, junto a fenómenos de urbanización creciente pero desequilibrada, van a empeorar las condiciones de los más pobres en el territorio, con el agravante de que las opciones de migración ilegal van a tropezar con muchos más obstáculos, debido a que Chapinlandia habrá adquirido el estatus de «tercer país seguro».

A contrapelo, las opciones para la lucha antifascista se ven disminuidas y por nada deben descartarse retornos violentos al pasado. Ya en los últimos meses de la gestión de Morales se ha desencadenado una oleada preocupante de asesinatos de líderes populares, especialmente de sectores indígenas y campesinos. ¿Quién garantiza que un presidente voluble, irascible e intolerante no pueda acudir a la violencia de Estado para someter a sus opositores? Lo advirtió antes de ganar las elecciones: «Voy a disolver los bloqueos, si es necesario usando toda la fuerza».

Así que démosle la bienvenida a la consolidación del neofascismo, ahora puro y duro. Al Bolsonaro chapín. Dionisio Gutiérrez, Edmond Mulet, Isaac Farchi y todas esas capas medias históricas embaucadas, pueden sonreír satisfechas: ha pasado el peligro de que Guatemala sea otra Venezuela. Menos mal que vamos directo a ser un Burkina Faso, Burundi o Mozambique.


Imagen principal por Fo, tomada de Prensa Libre.

Edgar Rosales

Periodista retirado y escritor más o menos activo. Con estudios en Economía y en Gestión Pública. Sobreviviente de la etapa fundacional del socialismo democrático en Guatemala, aficionado a la polémica, la música, el buen vino y la obra de Hesse. Respetuoso de la diversidad ideológica pero convencido de que se puede coincidir en dos temas: combate a la pobreza y marginación de la oligarquía.

Democracia vertebral

Correo: edgar.rosales1000@gmail.com

0 Commentarios

Dejar un comentario