Edgar Rosales | Política y sociedad / DEMOCRACIA VERTEBRAL
Son numerosas las opiniones que apuntan a considerar el año 1968 como uno de los cruciales en la historia de la humanidad. De los que han dejado huella. Crucial por los acontecimientos trascendentales que ocurrieron durante esos 365 días y cruciales, también, por lo que le dejaron al mundo para los años siguientes… o también por todas aquellas ilusiones que no lograron superar la barrera de la fantasía.
Por aquel entonces aún era muy fuerte la influencia de los años dorados de la posguerra y sus baby boomers como expresión suprema del sueño americano. Pero al mismo tiempo, especialmente en Latinoamérica, se respiraba un profundo aroma a Revolución. Cuba era el inequívoco paradigma y el asesinato de Ernesto Che Guevara, ocurrido meses antes en las sierras de Bolivia, era el combustible que avivaba los aires de liberación y la retórica antiimperialista.
El año no empezó nada mal. Apenas el 2 de enero, el sudafricano Christian Barnard practicaba el segundo trasplante de corazón, marcando un hito sorprendente en el mundo científico. Y apenas tres días después, Alexander Dubček tomaba las riendas del Partido Comunista de Checoslovaquia e iniciaba el proceso político bautizado como la Primavera de Praga, cuya etiqueta fundamental era la construcción de un socialismo con rostro humano.
Lo cierto es que hace 50 años el mundo se conmocionaba a diario. Las noticias de los bombardeos en Vietnam daban cuenta de cómo la crueldad norteamericana se estrellaba contra la tenaz resistencia del Vietcong. En París estallaba la revuelta reivindicativa estudiantil que pasaría a la posteridad como el Mayo francés y Estados Unidos sufría un profundo shock ante el asesinato de dos líderes trascendentales en apenas dos meses: Martin Luther King (4 de abril) y Robert Kennedy (6 de junio).
Y aunque el Mayo francés logró derrocar a Charles De Gaulle, no alcanzó a convertirse en la Revolución que proclamaban los inspiradores del «prohibido prohibir» o del «Queremos las estructuras al servicio del hombre y no al hombre al servicio de las estructuras». Tampoco fue un fracaso rotundo. Gracias a la revuelta, el mundo reconoció a Jean Paul Sartre como el pensador real del movimiento, se abrió el espacio para el desarrollo del feminismo definido por su pareja, Simone de Beauvoir y se fortaleció la ruptura epistemológica de Louis Althusser.
Hace medio siglo, el debate filosófico se concentró en los recintos de The London School of Economics, la Universidad Libre de Berlín e, indudablemente, la Sorbona, de donde había partido el movimiento parisino. Aquí cobraría auge el humanismo marxista personalizado en Gyorgy Lukács y Lucien Goldman, la escuela de Frankfurt expresada por Marcuse, Adorno o Habermas, aunque para algunos, la auténtica producción intelectual del Mayo francés es la que daría a la posmodernidad, principalmente por Jacques Derrida y Michel Foucault.
La influencia intelectual alcanza a la renovación educativa (Summerhill) o las obras de Freire y Benjamin Spock que despejan el camino hacia la producción de obras fílmicas como One Flew Over the Cuckoo’s Nest (Alguien voló sobre el nido del cuco) de Milos Forman con la icónica actuación de Jack Nicholson o la épica To Sir With Love (Al maestro con cariño) de James Clavell y protagonizada magistralmente por Sidney Poitier.
En la música, el mundo se conmocionó cuando los Cuatro de Liverpool publicaron su obra maestra –una de tantas– titulada simplemente The Beatles, aunque se le reconocería mundialmente por portada clásica en blanco absoluto. Este disco doble presentaría canciones que encaraban al establishment, como Revolution o Back in the USSR, esta última interpretada por los conservadores gringos como un apoyo tácito del grupo hacia el comunismo, a juzgar por el elogio a las mujeres y costumbres soviéticas y el anhelo de volver a ese país.
Al final, no solo París fracasó. El sueño primaveral de Praga fue desarticulado el 20 de agosto, cuando la URSS y sus aliados del Pacto de Varsovia invadieron Checoslovaquia con un contingente de 200 mil soldados y 2 300 tanques, que por la fuerza derrumbaron el sueño del socialismo con rostro humano.
Semanas después sería el turno de Latinoamérica: la Plaza de las Tres Culturas de Tlatelolco, México, fue el escenario de una terrible masacre de estudiantes que habían emprendido un fuerte movimiento contra el gobierno de Gustavo Díaz Ordaz. La cantidad de muertos nunca fue establecida claramente y algunos testimonios refieren que fuerzas gubernamentales retiraron del lugar una elevada cantidad de cadáveres, cuyo paradero nunca se determinó.
Así, convulsionado desde diversos ángulos, el mundo transitó por 1968, dejando atrás la oportunidad de hacer realidad el antiquísimo sueño de un mundo más humano. Lejos de ello, aquella juventud se encontró con tremendos desafíos, que se extendieron hacia los años siguientes. Los anhelos de amor libre fueron bloqueados –aunque jamás derribados– cuando Paulo VI publicó la encíclica Humanae Vitae, que prohibía todo tipo de control artificial de la natalidad, aunque lo más seguro es que aquella juventud rebelde se haya sentido estimulada a practicar el sexo desenfrenado.
Fue apenas hace medio siglo cuando el mundo vivió un año matizado por la utopía, pleno de poesía, de ilusiones, vamos, cuando se creía que el asalto al cielo era cosa de niños. Hoy, 50 años después, al contemplar este mundo digitalizado, caótico, deshumanizado e inevitablemente fatal, uno no puede dejar de preguntarse si todo lo que nos está haciendo falta, no es sino un poco de aquel espíritu del 68.
Imagen principal tomada de Cleveland Jazz Orchestra.
Edgar Rosales

Periodista retirado y escritor más o menos activo. Con estudios en Economía y en Gestión Pública. Sobreviviente de la etapa fundacional del socialismo democrático en Guatemala, aficionado a la polémica, la música, el buen vino y la obra de Hesse. Respetuoso de la diversidad ideológica pero convencido de que se puede coincidir en dos temas: combate a la pobreza y marginación de la oligarquía.
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