-Sandra Xinico Batz / CH’OB’ONÏK (PENSAR)–
Hay tanta riqueza en los idiomas. Son canales de ideas e historias. Mundos de mundos. Formas únicas de nombrar, expresar y decir. Puentes entre culturas y universos. Por esto y más son fundamentales en nuestra existencia.
El racismo provoca la desvalorización de nuestros idiomas para que dejen de existir. No hemos logrado superar socialmente que lengua no es inferior a idioma, sino su sinónimo. Nos sentimos “lingüistas” nombrando racistamente como “dialectos” a los idiomas mayas sin tener ni una idea de su origen, temporalidad y diversidad.
Provoca también desplazamientos, exterminios y asimilaciones. El pokom, chortí, chol y otros que abarcaban extensos territorios, han sido reducidos al riesgo de la extinción. Los xinkas invisibilizados y ¿de los pipiles?, ni quién se acuerde. ¿Qué sabemos de “las minorías”?
Desde que me introdujeron al sistema educativo nacional (hace 26 años), el español se convirtió en otro de mis mundos y fue ganando terreno en mi cotidianidad. El trabajo, la interacción con otros pueblos, la universidad y otros espacios son ahora eminentemente castellanos.
Si antes el ladino no sentía la necesidad de hablar un idioma local a pesar de que “estadísticamente” vivía en un país indígena, ahora que los mismos indígenas “optaron” por ya no trasmitir sus idiomas originarios a las generaciones más jóvenes, que estos descendientes se consideran a sí mismos ladinos y que por ende esto se refleje en los números de lo que dicen constituye hoy esta nación, se podrán imaginar que un comino pesa más que la voluntad de un ladino en aprender un idioma maya, garífuna o xinka y así dejar de ser analfabeta en su tierra.
Soy de las generaciones que aprendimos a hablar español hasta entrar a la escuela, pero fuimos sumergidos en el mundo castellano de tal manera que terminamos olvidando expresiones o tendemos a mezclar desproporcionadamente el español sobre nuestro idioma materno. No hay justificación sino, más bien, pérdidas que nos deben alertar de la desaparición de conocimientos y de la pobreza cultural que implica un mundo homogenizado.
Puedo ver en mí lo que ocurre cuando nos obligan a “desarrollarnos” principalmente en el mundo castellano y cómo vamos perdiendo capacidades en nuestros idiomas o dejando de aprender nuevos términos. Incluso nos acomodamos.
Pero, para algo debe de servir el español. Para compartir con los otros pueblos, de todos los mundos, las riquezas que contienen nuestros idiomas, porque son manifestaciones de nuestras formas de entender la vida y la existencia, que hemos perdido mucho en el pasado y que estamos condenando a los más jóvenes a creer que existe únicamente la “inclusión” como camino para formarse una identidad.
Puede servir también para seguir aprendiendo de la historia. “De acuerdo con Miranda en la Verapaz se hablaban varias lenguas y los sacerdotes persuadían a todos los caciques y principales de los pueblos y de las parcialidades, para que adoptasen dos o tres de dichas lenguas y abandonasen las otras”, Suzanne W. Miles citando a Francisco Miranda en Los pokomames del silgo XVI (1983).
He visto como las generaciones mayores terminan culpando a los jóvenes de la pérdida de su cultura e identidad, sin tomar en cuenta que las y los jóvenes son producto de la intervención de muchas cosas, entre ellas, la de la generación que les engendró y todas las otras de las que descienden o de las que no.
Muchas veces, en lugar de hacernos fuertes entre generaciones distintas lo que hacemos es contribuir a que los más jóvenes terminen avergonzándose de querer volver a hablar sus idiomas (o intentar aprenderlos y hablarlos), retomar sus indumentarias, trabajar de nuevo la tierra, aprender a tejer o bordar. Mientras tanto, del otro lado, del lado ladino, se les rechaza por su origen indio. Incriminar a las y los más jóvenes no hará que estos comprendan su historia si no les brindamos las herramientas para ello.
No me avergüenza reconocer que la ladinización ha calado en mi vida porque tengo claro que ya no quiero que sea así y que desconstruirme es una responsabilidad que me concierne. Nos corresponde luchar porque eso implica la identidad en contextos de racismo y para que dejemos de imponer o que nos impongan un mundo sobre otro.
Sandra Xinico Batz

Kaqchikel de Pa Su’m nacida en 1 Kab’an y 10 Yaxk’in, engasada con las letras, empecinada por la historia y obstinada en que se escuche nuestra voz, la voz de los pueblos.
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