El milagro

-Oscar Prada Zavatti | NARRATIVA

Mi celular sonaba insistentemente, pero yo no podía atenderlo. No podía abrir los párpados y mis músculos estaban atrofiados. Sentía un dolor ardiente en mi pecho y mi cabeza palpitaba con cada latido del corazón. De pronto sentí como si abandonase mi cuerpo inerte y lo sobrevolara hasta detenerme en un rincón del techo desde donde veía la escena completa. Yacía en la cama de un hospital, conectado a diferentes aparatos que mostraban en sus pantallas mi ritmo cardíaco, mi respiración y otros valores que no alcanzaba a comprender. El celular estaba sobre una mesa al lado de la cama, pero de repente empezó también a levitar hasta llegar frente a mí, allí donde yo estaba acurrucado en el rincón del cielo raso. La pantalla mostraba que el número desde el cual se efectuaba la llamada era secreto o desconocido. De alguna forma contesté la llamada. Una voz extraña, ni de hombre ni de mujer, me dijo en tono lúgubre:

– Prepárese, dentro de poco pasaré a buscarlo. Le queda poco tiempo ya.

La noticia me sorprendió, pues no estaba en mis planes ir a ninguna parte. Le contesté:

– Disculpe, señor o señora, pero no sé quién es ni de qué me habla.
– Tráteme de usted, será suficiente. Quizás no entrase en sus cálculos, pero usted sabía que la operación a la que se sometió era complicada y que no siempre el corazón resiste a una intervención de ese calado. Lamentablemente, el suyo no superará el trauma. En cuestión de minutos dejará de funcionar –dijo la voz por el auricular–.
– Pero no he tenido tiempo de arreglar mis asuntos privados ni los de mi empresa –dije casi sollozando–.
– Ahora ya es tarde para eso. Sus hijos y sus empleados se harán cargo de lo que haya dejado incompleto –dijo en tono inexorable–.

Tenía dos hijos: una hija y un hijo que estaban casados pero que no habían tenido descendencia aún. Los dos trabajaban en mi empresa en cargos de responsabilidad, pero siempre habían estado bajo mis alas. Sentí una inmensa amargura al comprender que no sabría nunca si les iría bien dirigiendo la empresa heredada y si tendrían hijos.

– Nunca sabré cómo se desempeñarán mis hijos cuando yo no esté para aconsejarles –mi voz se quebrantaba y temblaba–.
– Le diré que puedo ver el futuro y no debe hacerse problemas por ellos. Sacarán la empresa adelante y la harán crecer internacionalmente en varios países de tres continentes.

Eso me alegró un poco, pero quería saber si tendría descendencia, más allá de ellos.

– Si puede ver el futuro, dígame, ¿tendré nietos? ¿Qué será de ellos? –pregunté ya más tranquilo–.
– Su hija tendrá un niño que se dedicará a los deportes y obtendrá varias medallas de oro en los juegos olímpicos dentro de 24 años. Luego administrará exitosamente su empresa. Su hijo tendrá una niña y un niño. El niño será científico y hará descubrimientos muy importantes. La niña será una actriz famosa y hará obras de caridad ayudando a los pobres y desposeídos.

Ya sentía que podía irme de este mundo en paz, sabiendo que al menos mis nietos serían personas de bien. Quería saber también que pasaría con mi amada esposa.

– Ella no volverá a casarse. Asesorará a sus hijos tanto con la empresa como con el cuidado de sus hijos. Siempre le será fiel a usted hasta el final.
– Me alegra saber todo esto –dije ya convencido de que podía dejar esta vida sin temores–. Solo quiero saber algo más. ¿Podría decirme cómo terminará Juego de tronos? He seguido la serie desde el primer capítulo y quisiera saber el final.

La voz no contestó. Por el auricular llegaban sonidos de tecleado en una computadora, de pasar hojas de papel, se oían voces lejanas que discutían algo. Al cabo de unos minutos, la voz regresó al auricular.

– Mis colaboradores y yo hemos buscado en nuestros registros y consultado nuestras fuentes de información, pero no tenemos la más remota idea de cómo acabará toda esa trama. Por eso he decidido darle un par de años más de vida, para que no se quede con la espina. Pero hay una condición, que no le diga a nadie que obtuvo esta prolongación gracias a que no supimos darle una respuesta a su pregunta. Es la primera vez que nos pasa.

Volví a mi cuerpo y de a poco abrí los ojos. A mi alrededor se encontraba mi esposa, el médico y dos enfermeras. El doctor sonrió y me dijo:

– La operación ha sido todo un éxito. Necesita unos días para recuperarse, pero pronto estará en su casa para festejar la Navidad con su familia. En un momento pensé que lo perdíamos, pero su corazón resultó ser más fuerte de lo que creíamos.

Traté de sonreír yo también, pero me dolía el tórax y seguramente la mueca que hice poco se asemejaba a una sonrisa.


Oscar Prada Zavatti

Escritor argentino nacido en la ciudad de Punta Alta, provincia de Buenos Aires, en 1959. A los dieciocho años emigró a Suecia, donde aún reside. Estudió física y matemáticas en la Universidad de Estocolmo, pero trabaja como consultor en informática. Ha publicado sus cuentos y artículos en revistas, páginas web especializadas en literatura y libros de enseñanza del idioma castellano. Los relatos de su libro Unos cuantos cuentos tratan temas como las relaciones humanas, el medio ambiente, la ciencia, la tecnología y la ficción histórica.

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