Virgilio Álvarez Aragón | Política y sociedad / PUPITRE ROTO
En Guatemala la democracia aún no pasa de ser una palabra que, en el mejor de los casos, está asociada a elecciones relativamente limpias. Por cualquier lado al que se mire, la disputa por el poder político está cargada de autoritarismo, sectarismo, individualismo y, en la mayoría de los casos, de oportunismo.
Los hallazgos de los fiscales y la Cicig han venido a mostrar que, en las pasadas elecciones, el triunfador gozó de beneficios y apoyos ilegales, proporcionados por los empresarios que controlan los mayores capitales del país, lo que en la práctica hizo que se manipulara el resultado, no con robos de votos, pero sí con ventajas ilegales que permitieron que el resultado fuese el que ellos deseaban.
Son ellos mismos quienes ahora sustentan mediática y económicamente al régimen autoritario y oportunista de Morales y sus socios. Son ellos los que se proponen continuar controlando el poder, de manera que este modelo económico, fracasado, pero que les produce pingües ganancias, siga como hasta ahora.
No apoyaron la democracia cuando financiaron ilegalmente a Jimmy Morales, y no lo están haciendo tampoco ahora cuando, desde distintos espacios y organizaciones empresariales, dan aire al fundamentalismo autoritario.
Son esos grupos económicos y financieros los que se benefician con los desplantes de Linares Beltranena, Galdámez y compañía, los que quieren un sistema de justicia condicionado a sus intereses y que, si alguna vez disputaron el poder a Arzú Irigoyen, fue porque este permitió que otros se enriquecieran con los recursos públicos, negándoles quedarse con todo el pastel. Son estos los que controlan y maniatan a los medios de comunicación y quienes, atados a los intereses políticos y económicos del grupo en el poder actualmente en Estados Unidos, dicen defender a capa y espada la soberanía nacional.
Puestos ya a las puertas del próximo proceso electoral, no podemos negar que, como consecuencia del destape de la cloaca de la corrupción, se está produciendo una sensible fractura entre los grupos de poder, que no es, como imagina Edgar Rosales al interpretar al gurú de la izquierda rojísima clasemediera, una pugna entre oligarcas administrada y controlada desde las oficinas del Departamento de Estado y el Pentágono estadounidense.
El conflicto no es solo porque unos salieron achicharrados por la corrupción y otros no. Por qué unos están siendo juzgados por financiar ilegalmente al partido en el poder y otros no. El conflicto es de modelos de capitalismo a imponer, frente a los cuales, hay que ser honestos, actualmente no existe otro modelo que tenga la fuerza social y política suficiente para desterrarlos.
Los unos defienden a capa y espada el modelo basado en el fundamentalismo y la exclusión extrema, con prácticas económicas que, fracasadas desde los años ochenta, expulsan diariamente a cientos de guatemaltecos. Los otros, pocos pero muy significativos en sus recursos financieros, quieren un capitalismo más moderno, capaz de reconocer derechos y superar fundamentalismos, dispuesto a aceptar, si los sectores populares adquieren fuerza suficiente, los límites que la democracia representativa pueda y deba imponerles.
Si aquellos no necesitan alianzas con sectores democráticos, mucho menos de izquierda, porque tienen tras de sí a todo el coro de organizaciones y aparatos ultraconservadores y precapitalistas surgidos y reproducidos en toda nuestra historia republicana; los otros requieren de alianzas que, vistas estratégicamente, no pueden ser desperdiciadas.
Los primeros son seguidores, oportunistas, de las consignas e intereses de la ultraderecha xenófoba, misógena y homofóbica que se impone y apoya en el sector gobernante estadounidense y otras latitudes. Que no se trata de una postura hegemónica, pues debe aceptarse también que en Estados Unidos la lucha de clases y el conflicto entre bloques de poder también es intensa y constante, aunque tampoco allí se esté a las puertas de un cambio radical en su estructura económica, como bien lo anotaron en su campaña Bernie Sanders y compañeros.
Las fuerzas de la izquierda democrática, que la izquierda rojísima clasemediera llama despectivamente «de oenegeneros», promueven, se integran y se relacionan con los movimientos proderechos, por justicia social y ambiental, tienen espacios y movimientos en todos los países. Es con ellos con los que, desde los países periféricos y dependientes como Guatemala, se construyen alianzas, y no simplistas dependencias financieras e ideológicas, como desde la ultraderecha ultraconservadora y la izquierda rojísima clasemediera se quiere hacer creer. Son esos «onegeneros», junto a otra multiplicidad de actores, los que después de décadas de luchas incansables han conseguido, entre otras cosas, que en el sector justicia se nombren profesionales probos y responsables; que se haya juzgado a los perpetradores de crímenes de lesa humanidad, llegando a obtener sentencias claras e históricas como las de los casos Molina Thiessen y de genocidio; que se apoye activamente a las comunidades en la defensa del medio ambiente; o el posicionamiento de los derechos de las mujeres y por la diversidad sexual.
No es una postura responsable, ni políticamente coherente, dejar de lado el conflicto que en el bloque en el poder económico local ha surgido por causa de la corrupción destapada. Profundizarlo y agudizarlo sería la mejor estrategia de las distintas fuerzas de izquierda, en particular las democráticas, orientándose a debilitar e incrementar el aislamiento de quienes buscan, a toda costa, restaurar el régimen autoritario y antipopular que prevaleció durante los regímenes militares. Presionar por el enjuiciamiento a Jimmy Morales es parte de este proceso, como lo sería también una candidatura presidencial apoyada por distintos y variados sectores, considerada como parte de la construcción de la democracia y no como un fin en sí mismao.
Construir alianzas partiendo de estos principios no es, para nada, tener a un magnate como titiritero, como el supuesto gurú de la izquierda rojísima simplistamente anota. Porque, con este prejuicio, se niega de antemano la capacidad de los distintos actores para, siguiendo sus propias agendas, incidir en los procesos políticos, no importando si en determinados momentos, ese empresario, considerado egocentrista, se roba el show, pues lo primordial no son los reflectores sino los resultados en la construcción de la democracia.
No hay que tenerle miedo a la democracia, y hay que despreocuparse si desde la ultraderecha autoritaria y la izquierda rojísima clasemediera llegan rechiflas.
Fotografía tomada de DW.
Virgilio Álvarez Aragón

Sociólogo, interesado en los problemas de la educación y la juventud. Apasionado por las obras de Mangoré y Villa-Lobos. Enemigo acérrimo de las fronteras y los prejuicios. Amante del silencio y la paz.
Un Commentario
Tenéis razón en tus argumentos, pero esos solo son formas y consecuencias, pero el verdadero fondo es porque no se ha concienciado sobre la misma con un proceso educativo que tienda a sensibilizar el sagrado contenido de la misma, eso es solo retórica de los politiqueros usada para confundir mas a su cimarrón electorado que como borregos acuden muy convencidos a las urnas por unos pocos billetes la gran mayoría. No se puede implantar una DEMOCRACIA solo con estar difundiendo y confabulando en contra de los sistemas, esta debe ser implantada y enseñada con la fuerza si es posible a unas cuantas generaciones para que estas obtengan un nuevo patrón de vida política y una mejor convivencia social.-
Tristemente esto significa incorporar de tajo y sin ninguna discriminación a las etnias, pues bien se sabe que el conflicto intra ellas (etnias) también es fuerte y complicado y el estado nuestro no tiene capacidad para afrontar un proceso a muy largo plazo para poder hacer que la totalidad de la población comprenda el sagrado significado de la DEMOCRACIA.
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