Trudy Mercadal | Política y sociedad / TRES PIES AL GATO
Se le llama «fachos» a los de la derecha, peyorativamente, referenciando al fascismo (así como llamar «chairos» a los de la izquierda). En realidad, buscan describir el autoritarismo, aunque el autoritarismo se da en cualquier ideología política. Además, el autoritarismo contemporáneo funciona diferente al de antes, o sea, el autoritarismo del período de entreguerras y de posguerra del siglo XX. La nueva oleada conservadora global, llamada por muchos «fascismo», tiene elementos de esa ideología, pero no es fascismo tal cual. Es, más bien, autoritarismo con matices de fascismo. Y es importante que sepamos identificarlo bien para poder resistirlo eficazmente; me explico.
El fascismo original tiene ciertos factores específicos (a nivel muy básico):
– Dictadura militar o militarista.
– Un líder carismático o culto al líder.
– Un partido político único permitido.
– Violencia del Estado (y su justificación moral).
– Nacionalismo chauvinista o xenofóbico (promociona abiertamente el racismo, machismo, etcétera).
– Cohesión grupal a costa de la exclusión y persecución de otros (tildados «enemigos del Estado», «enemigos del pueblo», «enemigos internos», etcétera).
– Mitificación de la historia nacional para reforzar la ideología fascista.
Este dio inicio en Guatemala, a modo tropicalizado, con la dictadura de Estrada Cabrera. Para que se ilustren de este período histórico de manera amena, les recomiendo mucho la lectura de El autócrata, de Carlos Wyld Ospina, publicado en 1929 y recién reimpreso por Catafixia en una primorosa edición con ilustraciones de Álvaro Sánchez (búsquenlos en Facebook). Es una joya de libro y desbanca algunos mitos históricos que aún sobreviven en Guatemala.
Bueno, sigamos. Habrán oído el rumor de que el fascismo es en realidad socialismo. Es falso, se debe a que, en la versión de Mussolini, el fascismo incorporó algunas nociones socialistas que le parecieron útiles, por ejemplo, la revolución como mecanismo de cambio. Y Hitler se birló el nombre. Los elementos socialistas que incorpora son pocos y no inciden. De hecho, uno de los principales objetivos de agresión fascista son los grupos e individuos socialistas. Y, ojo, que el fascismo no fue considerado cosa de extremistas sino hasta hace poco. Era muy joven, pero recuerdo muy bien en los 80 a «gente bien» de Guatemala alabar a Mussolini (aunque alabar a Hitler era considerado de mal gusto, porque, pues, ciertos límites habían). Claro, lo que alababan son mitos tan fantasiosos como el cuento de que todo era paz y orden bajo la dictadura de Ubico.
A mí, me hace bulla eso de usar tan libremente el término fascismo. Lo hablaba con unos amigos académicos y es un sentir común: nos parece problemático usar el término cuando en los sistemas políticos disque fascistas de ahora existe multiplicidad de partidos políticos y hay elecciones; por ende, no es, técnicamente, una dictadura. Lo que hay son estrategias fascistas, propaganda, por ejemplo, etiquetar a ciertos grupos como «enemigos de la patria», «terroristas» y similares. En ese sentido, las acciones políticas de algunos líderes extremistas como Donald Trump, de acuerdo con expertos, muestran similitudes con Mussolini, pero no es exactamente lo mismo. Y son estrategias que, como en la Alemania nazi, caen en tierra fértil: una población confundida y deseosa de verdades simples, soluciones fáciles, autoritarismo, de la bota al cuello.
El autoritarismo hoy es novedoso (pero no nuevo). En la era de los grandes dictadores –Franco o Pinochet, digamos–, primaba un discurso violento y chauvinista. Todavía algunos admiradores de estos en Guatemala, políticos-macho-tóxicos, lo replican. Pero ahora prevalece un discurso sofisticado e insidioso, que ha adoptado un racismo solapado y modos políticamente correctos. Hoy se habla de democracia y de Estado de derecho, a pesar de que las prácticas de exclusión, acoso y persecución de grupos ciudadanos son cosa común, así como la manipulación del proceso democrático, la hipervigilancia tecnocrática de la ciudadanía y la corrupción a todo nivel. Para mayor ilustración, les recomiendo mucho que vean los videos que está produciendo Paraíso Desigual sobre las contrataciones del Estado en Guatemala y sus mecanismos de captura y latrocinio (búsquenlos en Facebook y Twitter).
El mundo observa la aceleración de Estados Unidos hacia este nuevo autoritarismo. Esto es muy importante para Guatemala, pues nuestro «rol histórico» es ser su patio trasero. Además, se busca emular todo a EE. UU. –al menos, hasta cierto punto (¿por qué no emular su sólida institucionalidad?, ¿por qué emular lo más nocivo?)–. La brutal represión militarista de Trump contra la ciudadanía repercutirá en Guatemala, en donde se sentirá el Estado más legitimado de actuar así contra la población. Y así como Trump ha dado por llamar «terrorista» a cualquiera que se resiste a las prácticas ilegítimas de su gobierno, el discurso de Giammattei, como capataz de una pequeña cúpula corporativa, sugiere –a veces abiertamente, a veces solapado– que ciertos grupos en Guatemala son «terroristas» (y así justificar todo acto de violencia contra ellos).
Estas actitudes devienen del fascismo. Es, sin embargo, autoritarismo, pues no se adhiere a todo lo que el fascismo conlleva. Hannah Arendt, que vivió en el fascismo, explica que el poder se convierte en la meta del poder. Igual la violencia, en el fascismo, se convierte en su propia meta. Así, el Estado –ahora Estado terrorista– desarrolla una gran maquinaria de propaganda para persuadir a la población de que la violencia es correcta y moral. Perseguir y brutalizar a los «diferentes» y a quienes disienten, es un acto patriótico. Al final, no son «uno de nosotros» sino que esos Otros son infiltrados, agentes de enemigos de la patria, o sea, «enemigos internos».
Los nuevos líderes autoritarios –sea Trump, Putin, Boslonaro, etcétera– ya no perpetúan masacres contra los suyos. Su violencia es muy selectiva. Vean, por ejemplo, la manera en la que el Estado guatemalteco y sus cuijes acosan con prisión y muerte a líderes indígenas y defensores de la tierra, sin justificación y sin que la ciudadanía se dé por aludida. Conste que las prácticas fascistas no se limitan a la derecha. Nicaragua, antes conocida por sus políticas socialistas, es hoy día otro régimen autoritario más, donde se encarcela y mata selectivamente.
Otra forma en que opera el fascismo es en el ataque a la cultura. Así, desapareció el Archivo Histórico de la Policía Nacional, patrimonio de la nación y repositorio de la memoria histórica, sin que una sola universidad o institución pública protestara oficialmente. El crítico Henry Giroux califica estos actos como «violencia organizada del olvido». Esto es muy importante, pues la memoria histórica es crucial para la reivindicación de los pueblos. Es parte de otra estrategia del fascismo: ocultar, mitificar y reescribir la historia para sus propios fines.
Y ¿cuáles son estos fines? Hoy, como ayer, mantener centralizado el poder en manos de pocos y facilitar la expansión de grupos de poder: las corporaciones transnacionales que depredan los recursos de las naciones, explotar y despojar a las comunidades y socavar la democracia. Facilitar la corrupción. Destruir o neutralizar toda resistencia. Este nuevo autoritarismo de matices fascistas es una ideología de machismo tóxico, de muerte, de miedo, de subyugación. Que no quepa duda: en todo el mundo, la democracia está bajo ataque. Y la pandemia no ha sido más que otra oportunidad que han aprovechado para acelerar su proyecto.
Cosas que sirven para defendernos: primero, estar enterados de cómo funcionan las cosas. Y, aunque a corto plazo no veremos resultados, la resistencia y las protestas sirven. La historia nos demuestra que estas son prácticas efectivas para socavar los cimientos de la opresión y corrupción. Promovamos prácticas de vida: el arte, la solidaridad, la organización. Resistámonos a aceptar que esta ideología nefasta está aquí para quedarse. Ya una vez se logró que viniera una institución como la Cicig. ¿Podrá volver a ocurrir algo similar? No me cabe duda de que sí.
Posdata: para entender cómo piensa, opera y funciona el poder, lean a quienes sufrieron el fascismo original, autores como Primo Levi y Walter Benjamin. Entre obras que analizan sistemas autoritarios están Los orígenes del totalitarismo, de Hannah Arendt, Facha: cómo funciona el fascismo, de Jason Stanley, Sobre la tiranía, de Timothy Snyder, The Mass Psychology of Fascism, de William Reich, y How Democracies Die de Levitsky y Ziblatt. Desde la literatura hay interesantes obras, como Hijos de hombres, de P. D. James, Berlin Noir, de Philip Kerr, y Todos nuestros ayeres, de Natalia Ginzburg (madre del historiador Carlo Ginzburg), entre muchas otras novelas. Por supuesto, leer cualquier libro de historia que describe épocas y sistemas totalitarios en todas partes del mundo.
Imagen principal tomada de Search news global.
Trudy Mercadal

Investigadora, traductora, escritora y catedrática. Padezco de una curiosidad insaciable. Tras una larga trayectoria de estudios y enseñanza en el extranjero, hice nido en Guatemala. Me gusta la solitud y mi vocación real es leer, los quesos y mi huerta urbana.
Correo: info@trudymercadal.com
2 Commentarios
Muy ilustrador tu artículo.
Rico articulo. Buenas referencias. Estamos en medio de una «pandemia de locura» tal cual. Toca la solidaridad y la flexibilidad para resistir y lograr algunos avances. Hay muchos futuros posibles por delante.
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