-Roberto Cabrera-
Salía todos los días a la misma hora, el sol nunca me despertó. Cuando el hambre le gana al sueño, día a día, uno es el que sale antes que él. Trabajo de sol a sol, la luna es solo el recordatorio de que tengo autorización de irme de regreso a mi hogar, me decía Don Máximo antes de irse siempre. Mi nombre es Emmanuel. De ese día si no me recuerdo mucho. El trabajo de hormiga por más de 56 años hizo que mi cabeza no soporte pensar por mucho tiempo, la memoria se desvanece como la piel muerta de mis manos. Mis compañeros de jornal, José Miguel, Concepción, Gamaliel, Candelario, Eulalio, Juan José, Elías Y David. Todos teníamos nuestros apodos. Yo era el Dolores, pues desde que me caí a los 5 años por estar cazando chicharras en los árboles me duele la espalda cada vez que mi colima agarra mucha aviada, siempre me quejo y todos me chingan por eso en el jornal. Mis compañeros de jornal son mis amigos, nos llamábamos los picadores. Ganamos el torneo de Papi-futbol hace 3 años. Por supuesto que eran como mis hijos. Yo cuidaba de cada uno de ellos. Mas aún cuando Don Máximo llegaba. Don Máximo era el capataz. A él le tocaba jalarnos las orejas, o bueno así era cuando se robaban la piña. La piña se la robaban mucho. Hasta que Romilio, el ladrón, fue sorprendido por Don Máximo. Don Máximo, ya le había advertido que si regresaba a su propiedad privada le iba a dar en la nuca. Don Máximo no era un hombre que amenazaba. Él era como los verdaderos machos. Si ya te la cantaba, no había vuelta atrás. Don Máximo era buen capataz, era un buen cristiano. Todos los domingos me daba la mano a la hora de la paz en la iglesia y el padre Chacón siempre estaba muy agradecido de su ayuda con la construcción de la iglesia. En todos los 1 de agosto, Don Máximo nos regalaba una canasta con víveres, y nos dejaba llevarnos 2 costales por cabeza de la mejor piña. Esa piña del sector 5. La que se llevan los camiones más grandes. Esos camiones que traen a los choferes que como fuman. Los que la vez pasada molestaron a mi hija Ana. No todos son malos. Pero siempre son intrusos a la comunidad. Cuando vienen, traen sus músicas a todo volumen. Se escuchan desde la calle principal hasta el sector 2. Vienen casi que a gastarse todo el sueldo en la tienda de doña Consuelo. Ella se pone muy contenta cuando vienen. Desde que el Cocode prohibió la venta de guaro solo ella lo vende debajo del mantel. Yo la descubrí cuando estaba comprando una recarga de triple saldo. Pero como bien sabe su pecado, ella le pone el precio que quiere. Aquí en la comunidad nadie se ha enterado aún. Y eso que el chisme como vuela aquí. A Don Máximo no le gusta que chismiemos. No nos deja platicar en el jornal. A veces nos dejan descansar cuando el sol esta justo encima de nosotros. Nos dejan ir a cagar solo hay que pedir permiso. Solo nos dicen que no lo hagamos cerca de la piña. Don Máximo, todos los días, afilaba bien finita su colima. Y desde que le dejó marcado de por vida a Romilio el ladrón, todos respetamos a esa colima. A Don Máximo nadie le miente. Si te pregunta cuántas tajadas cortaste, mejor decir que hiciste de menos. No vaya a ser que te las cuente y te falten. Mejor que nos sobre a que nos falte. Nos dice siempre Don Máximo. Don Máximo, llega siempre de primero y siempre es el último en irse. A veces nos da jalón. Casi nunca pasa, pero cuando nos lo da es un gran alivio. Nos ahorramos una gran caminata de no más de 15 minutos. Pero nuestras botas de hule y nuestros machetes también se cansan. La palangana tiene el olor a la piña más rica que existe. Es un Toyota Tacoma ´98 color rojo. Tiene el Salmo 23 en la palangana. Bueno, así me dijo Ana, mi hija. Por que yo si no sé leer. En la comunidad hay solo 5 calles. La principal tiene 7 túmulos. Existen 3 tiendas, la de doña Consuelo, la de los Camó y la Abarrotería.
Ese día le picamos. Fue cuando sacamos el trabajo de 2 jornales en 1 jornal. No sé qué pasaba, pero el sol no nos quemaba y nuestros machetes no se cansaban. Don Máximo nos dejó tomar el primer día libre en la historia de la finca. Nuestras espaldas dobladas nunca habían sabido lo que era tener un día de descanso. Así que le preguntamos a Don Máximo, si nos daba jalón. Ese día Don Máximo, tenía que ir al bodorrio de su hija. No recuerdo el nombre de la princesa. Pero Don máximo ya había empezado con la fiesta. Don Máximo se había echado los tragos. Lo sospechamos desde un principio con Elías, porque Don Máximo nunca da un paso sin firmeza. Y ese día desde la mañana estaba resbalándose. Don Máximo, nos subió a todos a la palangana. Iba con prisa. Pasamos el primer túmulo y nosotros nos reíamos. Sentíamos que saltábamos como en el toro mecánico que viene todos los años para la feria. Don Máximo, pasó muy rápido el penúltimo túmulo. No logré agarrarme bien de la orilla de la palangana. Desde ahí no me recuerdo de nada. Desperté en el centro de salud. En una hamaca. Tenía una bolsita de agua pura en la cabeza y no podía sentir mi espalda. Ese centro de salud era el mismo en el que María Dolores me había llevado cuando me caí por estar persiguiendo chicharras. María Dolores era mi madre. Yo preocupado por mi machete, me levante de la hamaca. Me tronó la espalda tan fuerte como truenan las láminas de mi casa al medio día a punto de estallar por el sol. ¡Mi machete!, le preguntaba a mi mujer. ¡Clarisa, contésteme! Patricia me vio a los ojos, se tocó las lágrimas. No lo logramos encontrar. Me respondió. Yo me puse muy triste, pues los machetes no bajan de Q 45 quetzales, que es casi 2 días de jornal. Pero igual ya no lo necesitas, me dijo Clarisa. Encontraron a Don Maximo muerto en el kilómetro 73. El Tacoma rojo sigue desaparecido. Y tus compañeros del jornal también. Yo no me lo podía creer. Cerré los ojos y respiré tres veces. No podía creer que mis compañeros de jornal fueran capaces de eso. Ningún jornalero le puede robar su machete a otro jornalero. Jornales siempre habrán. Don Máximos abundan aquí en el Jocotillo. Pero mi machete era el único que me acompañaba de sol a sol.
Roberto Cabrera

(Guatemala – 1998) Estudiante de cinematografía, tratando de ser crítico dentro de mis espacios, creo que toda lucha política empieza desde el nido. Me gusta mucho leer poesía y me gusta divagar mientras escribo. En un proceso de buscar formas de difundir lo que me molesta usando el arte como herramienta.
Un Commentario
Excelente! Nos regresa a la vida del Jornalero, el olvidado.
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