-Roberto Cabrera-
La sangre le goteaba hasta las botas de hule. Nosotros no sabíamos si seguir chapeando, o si le íbamos a ayudar a Romilio, pues a don Máximo nadie se le puede torcer. Yo me fui alejando poco a poco a trabajar en mi parcelita. Mi espalda ya no aguanta un golpe más de don Máximo. Los más patojos, que siempre son los más rebeldes, los que más aguantan, los que no se cansan, los que aún le truenan los dientes a don Máximo, ellos sí se preocuparon por Romilio, fue a auxiliarlo un grupo de 4 patojos. Uno fue a comprar una bolsita de agua de 50 centavos a la tienda de doña Consuelo, salió corriendo antes de que don Máximo lo viera. Al menos necesitaban echarle agua para que no se le infectara la herida. El otro llamó a los bomberos que la vez pasada que se estaba incendiando la cosecha de piña del sector 5 vinieron rápidisimo. Hoy ya pasaron 20 minutos y no había modo que se aparecieran. Yo seguía hasta el fondo de mi parcelita shuteando qué pasaba.
Romilio nunca me cayó bien, pero a nadie le gusta ver a otro compañero del jornal con un machetazo en la cara. Romilio desde patojo era canela fina, llegó a tercero primaria como todos. Siempre peloteando en la cancha, tirándole piedras a los chuchos y viendo qué le robaba a la tienda de doña Consuelo. Romilio de patojo solo andaba sonriendo, tenía sus dientes bien ordenaditos. Su mamá, doña Cristy, los cuidaba un montón. Pero después de tantas peleas en las cantinas perdió diente por diente hasta quedar como quedó. Muy bolo Romilio, siempre pidiendo dinero prestado, siempre gritándole a Silvia, su mujer, que siempre andaba toda guapa. Fue la reina del 98 de toda Santa Rosa. Ya nadie le da la paz en misa, porque ese corazón no hay modo que la encuentre. Romilio, con su camisa del Aurora, su pantalón de lona, su gorrita de Julio Marroquín y sus botas de hule. Siempre fue protocolario, saludaba a todos los compañeros del Jornal, y se recordaba de cada uno de los nombres de todos. A mí siempre me dijo Tío Dolores. Yo lo saludaba, pero nunca hablaba con él. Mi mamá, María Dolores, me dijo que de los mentirosos y de los ladrones siempre hay que alejarse y Romilio era justamente las dos cosas. Prefería hacerme el loco, nunca almorzábamos juntos. Siempre se colaba para ir a traer agua al Tacoma rojo de don Máximo y en esas pequeñas acciones uno se da cuenta de quien está aquí para los otros, y quien quiere tomar primero del agua a medio jornal.
Romilio, recibió el machetazo en la cara, de seguro que le van a quedar unos 12 puntos. De seguro volvió a robarle piña a don Máximo. Los ladrones más inteligentes roban en la madrugada del sábado después del partido de fut. Don Máximo lleva a jugar a todos sus trabajadores, les compró un uniforme bien chilero, sus zapatos que después de cada partido los tienen que devolver, las medias, las espinilleras y las pantalonetas. Ese momento es el justo para robarle a don Máximo. Varias son las palanganas de piña que se han robado aquí. Pero los más inteligentes se la llevan a vender a El Cerinal, a Barberena y al centro de Cuilapa. La piña del sector 5 se vende barata, y como todos los choferes de los camiones tienen hambre, pasan por el puente de Los Esclavos y compran sus 50 quetzales de piña. Sale el negocio, pero el dinero mal habido como agua entre las manos, diría mi mamá.
Romilio, como no tiene picop, se la roba en costales, se lleva a sus patojos y los pone a chapear. Romilio tiene 6 hijos, todos le salieron machos y ya los tiene chapeando en el jornal también. Yo les pregunto a los patojos que si no se van a meter a la escuela el otro año. Pero siempre me dicen que no saben, así que mejor ni volver a preguntar. La vez pasada que Romilio robó piña, nadie lo cachó. Pero se compró su televisor nuevo. Él dijo que en pagos todo se logra, que uno es el que no se anima a poner mas chilera la casita. Yo no sé que creer, pero mejor me quedo callado. Yo lo que menos quiero son clavos, antes sí me animaba a poner el dedo con el Cocode, cuando los patojos fumaban marihuana en el campo, o cuando empezaban los rumores de que cuando la milpa subía, las niñas y las patojas eran violadas en los campos. Pero ya después, uno se decepciona de que nadie lo escuche. Uno se empieza a volver una caja, donde ni las emociones y los sentimientos importan. Donde tus huellas dactilares se empiezan a cubrir por los callos y tus vertebras se empiezan a encorvar. Ya muchos problemas le dan a uno el hambre y el jornal como para meter las manos al fuego por otro. Igual aquí venimos solos y solos nos vamos a ir. Romilio hoy sí va a aprender a no robarle a don Máximo o de repente más ganas le va a llevar. Igual no importa, el último capataz que vino, antes de don Máximo, también se puso al tiro con Romilio, y mejor se fue. Romilio en la cantina dijo que lo mató, otros dicen que mejor se fue de regreso para Moyuta, que era de donde venía. Yo lo que sé es que esa cicatriz le va a recordar a Romilio lo que pasa cuando el hambre le gana a uno. Y los bomberos siguen sin venir.
Roberto Cabrera

(Guatemala – 1998) Estudiante de cinematografía, tratando de ser crítico dentro de mis espacios, creo que toda lucha política empieza desde el nido. Me gusta mucho leer poesía y me gusta divagar mientras escribo. En un proceso de buscar formas de difundir lo que me molesta usando el arte como herramienta.
2 Commentarios
Siempre has sido un rebelde en el papel. A seguir escribiendo, que tu generacion esta en deuda con tanto poeta, escritor e intelectual muerto.
Felicitaciones Roberto,siga escribiendo que este e un oficio como todos, la práctica hace al Maestro. Como aprendices de «escribiente» a como diría mi recordado Manuel José Arce nos toca andar aún un trecho largo para alcanzar un buen nivel, pero ya dimos el primer paso y eso es lo que cuenta. U fraterno abrazo desde la distancia. Con las muestras de mi mas alta estima. Su amigo Carlos Castro Furlán «Cebolla»
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