Virgilio Álvarez Aragón | Política y sociedad / PUPITRE ROTO
Cuando los costarricenses, masivamente en el segundo turno electoral eligieron a Carlos Alvarado como presidente de su país, lo hicieron porque rechazaban la verborragia oscurantista y ultraconservadora de su contendiente. No elegían a un reformador, como sucedió meses después en México, mucho menos a un revolucionario, como cuando los venezolanos votaban abrumadoramente por el militar Hugo Chávez. Optaron por la moderación, por la prevalencia de los principios básicos de la democracia y, en algunos casos, por un cierto cariz progresista de algunas de sus posiciones.
Podría decirse que los costarricenses, consciente y mayoritariamente, el ya tal vez lejano 1 de abril de 2018, escogían un moderado de centro-derecha.
Sin embargo, pasados los meses, la moderación se transformó en agresiva política fiscal en contra de los trabajadores y en favor de los grandes empresarios, y, en la política exterior, en un silencio abrumador respecto a la represión en la Franja de Gaza, pero una inusual beligerancia por hacer presidente de Venezuela al diputado opositor Juan Guaidó.
En Costa Rica, principalmente a partir de la segunda mitad del siglo XX, ha prevalecido la tradición de la neutralidad ante los conflictos entre o al interior de los países. Fue en noviembre de 1983 cuando el presidente Luis Alberto Monge proclamó la neutralidad frente a los conflictos armados, tratando con ello de evitar que el país fuese usado por la contra nicaragüense. Treinta y un años después, en la gestión de Laura Chinchilla, finalmente aquella proclama se conviertió en ley, cuando la guerra en Siria asumía características continentales.
No obstante lo anterior, durante los últimos años, el gobierno costarricense ha actuado activamente a favor o en contra de algún gobierno según sus afinidades. El reconocimiento de las luchas de los palestinos por tener un Estado ha sido importante y, durante la administración de Luis Guillermo Solís, se criticó la violencia que contra los simpatizantes de Dilma Rousseff ejerció el gobierno de Michel Temer, al grado de que, para expresar su rechazo, la delegación costarricense se retiró cuando este haría uso de la palabra en la Asamblea de Naciones Unidas.
La relación con el gobierno de Nicolás Maduro ha sido tensa durante años, al grado de que en marzo de 2015 se distituyó al embajador costarricense en Venezuela porque se había referido de manera favorable respecto al gobernante venezolano. No se nombró sustituto, y posteriormente la encargada de negocios fue retirada.
Sin embargo, en ningún momento la diplomacia costarricense se ha pronunciado contra el bloqueo intenso y brutal que el gobierno estadounidense ha impuesto a Venezuela para, empobreciendo a la población, exacerbar la oposición al gobierno Maduro.
Hasta aquí todo había transitado por los canales diplomáticos adecuados y tradicionales. Costa Rica, abiertamente se había puesto a favor de las acciones unilaterales de Estados Unidos contra Venezuela, pero se había mantenido al margen. Sin embargo, cuando el diputado Guaidó se autoproclamó presidente, en un plan orquestado desde la Casa Blanca, los países integrantes del Grupo de Lima, organizado única y exclusivamente para combatir al régimen de Maduro y al que acríticamente Costa Rica se adhirió, inmediatamente y al unísono le reconocieron. Costa Rica se puso a la par de todos los regímenes que, saturados de corrupción o con manchas de fraude, como los de Guatemala y Honduras, no tienen la más mínima calidad ética para, ya no digamos cuestionar a otro gobierno, sino, sobre todo, decidir desde fuera quien debe gobernar otro país.
El reconocimiento a Guaidó no es una manifestación de defensa de los más elementales derechos humanos. Es, sin más, una acción intervencionista en los asuntos internos de otro país, como claramente lo ha manifestado ya la asesoría jurídica del Bundestag, siendo la espada de Damocles para justificar una intervención militar.
Dejando de lado su tradición negociadora y neutral, Costa Rica dio abierta e irresponsablemente la espalda al mecanismo de diálogo propuesto por México y Uruguay, obviando los debates que en el seno de Naciones Unidas se han librado al respecto. Extrañamente, se ha mostrado marcada y abiertamente favorable y servil a los intereses de los sectores más conservadores y demagógicos de la derecha estadounidense.
Evidenciando su extrema bisoñez política y diplomática, Carlos Alvarado ha puesto en manos del jurista conservador Carlos Manuel Ventura la conducción de las relaciones exteriores de su país, luego de que la vicepresidenta Epsy Cambell fuera presionada desde las derechas para que renunciara a la cancillería. Miembro activo de la Orden de Malta, una organización religiosa, semimilitar y marcadamente conservadora, Ventura tiene apenas un breve paso por la diplomacia costarricense, de eso hace ya casi 40 años, pero una marcada filiación antiizquierda y conservadora. De allí que, al igual que las repúblicas bananeras de Guatemala y Honduras, reconociera de inmediato a la supuesta embajadora del autoproclamado presidente, exigiendo a los diplomáticos venezolanos acreditados su salida en el corto plazo, lo que condujo a la toma por asalto de la sede diplomática por parte de la supuesta nueva embajadora guaidoista, teniendo que obligarla luego a desocupar las instalaciones diplomáticas
Reconocer embajadores de regímenes de facto, que hasta ahora no tienen el control del poder, implica inmiscuirse de inmediato en la disputa interna de ese país, y es un paso más que arriesgado, extremo al que no han llegado países más serios.
En apenas diez meses, Carlos Alvarado ha pasado de promover una agenda progresista a imitar en política exterior a los que se imaginarían sus antagónicos, tales los casos de Jair Bolsonaro, Jimmy Morales y Juan Orlando Hernández.
Fotografía principal, María Faría, embajadora venezolana nombrada por Guaidó, Carlos Alvarado, presidente de Costa Rica, y Carlos Ventura, canciller costarricense, tomada de ElPaís.cr.
Virgilio Álvarez Aragón

Sociólogo, interesado en los problemas de la educación y la juventud. Apasionado por las obras de Mangoré y Villa-Lobos. Enemigo acérrimo de las fronteras y los prejuicios. Amante del silencio y la paz.
3 Commentarios
Buenas.
Creí que todo aquél candidato apoyado desde adentro de las instituciones que los estados Unidos financia, siempre harán el respaldo a favor de sus candidatos.
Juan Carlos Alvarado es un marioneta ñas de los intereses de los Estados Unidos, una República bananera más, que defienda los intereses económicos y geopolítica del gran patrón.
Y no solamente contra Venezuela es su aberrada actuación… contra Nicaragua han puesto toda su artillería y han destilado veneno hasta más no poder en la oea y en la onu. No sería raro que uno de estos días lo hagan en contra de Cuba y Bolivia, y contra cualquier país que enarbole banderas cuasi o izquierdistas
Está bien claro que quieren congraciarse con la casa blanca, recibiendo a cambio… ¡qué cosa?
Excelente análisis
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