-Elfidio Cano del Cid | PUERTAS ABIERTAS–
La ciudad capital de Guatemala, es como cualquier urbe de los países latinoamericanos, llena de grandes contrastes; cuenta con áreas placenteras, asimismo, las tiene igualmente desagradables. Pero, en general, es un lugar como para gozarlo en sus distintos recorridos: se respira historia; resabios de la época liberal, cuyos personajes pensaban más en la Europa del siglo XVIII, que en el país mismo; zonas exclusivas solo para sectores privilegiados; áreas deterioradas donde habitan las masas de trabajadores; residenciales de maravilla para capas medias en ascenso económico y social; y, por supuesto, lujosos centros comerciales donde mucha gente va de «turismo interno».
Sin embargo, toda la maravilla urbana que podemos apreciar, se vuelve al mismo tiempo una tortura cuando a la gente le toca moverse de un lugar a otro. La ciudad se transformó en un viacrucis permanente, principalmente para quienes a diario tienen que movilizarse cotidianamente a sus centros de trabajo; igualmente, los niños y jóvenes quienes asisten al sistema escolar. Prácticamente la jornada para todos se inicia a las cuatro de la mañana. Si el caos urbano sigue como va, estaremos pronto hablando de mucho más temprano de la madrugada.
La ciudad de Guatemala es un centro urbano que sufre de macrocefalia: aquí se concentra la mayoría de los servicios públicos, fábricas y centros de trabajo en general. Está rodeada o acechada por ciudades dormitorio, las cuales se sitúan en los municipios aledaños y mucho más distantes. Fábricas de maquilas textiles y otros rubros de la producción atraen a la mano de obra, la cual se desplaza en transporte público o en vehículos propios.
Rápidamente –hasta donde se pueda–, vuelan los automóviles, motocicletas, autobuses y hasta bicicletas (aunque usted no lo crea) hacia la ciudad. A partir de determinados puntos principian a formarse grandes filas de toda clase de vehículos, y ahora, a vuelta de rueda, se inicia la angustia contra el tiempo. Quienes viven dentro de la ciudad están invirtiendo, conservadoramente, un promedio de cuatro horas solamente en desplazarse de sus lugares de residencia hacia los centros de trabajo y viceversa. Catorce, doce o diez kilómetros de distancia, se cubren en ¡¡dos horas de desplazamiento!!
La municipalidad metropolitana, cuyo alcalde fue Álvaro Arzú Irigoyen –recién fallecido–, su grupo familiar y clan de amigos, deja como herencia a los capitalinos una ciudad colapsada, en lo que se refiere a la construcción de vías alternas de desplazamiento en los sectores populares; un sistema de drenajes que entra en crisis durante las épocas de lluvia y la ausencia de recolectores o centros globales de deposición de la basura. Eso sí, le fue muy bien en obras ornamentales y en pasos a nivel y desnivel para sectores sociales privilegiados, en áreas residenciales «de abolengo».
Nadie conoce de la existencia de un plan regulador para el desarrollo de la ciudad en general, mucho menos para el transporte público y privado. Siguiendo la mejor tradición de la herencia del «Edificador de la Ciudad del Futuro», se continúa en la tónica de la construcción de obras ornamentales de vistosos jardines, ciclovías (para pasear a las mascotas) y vías peatonales en puntos de atracción comercial. Los andenes para los transeúntes brillan por su ausencia. Es una ciudad atractiva, pero al mismo tiempo deshumanizada.
La ausencia de, vías aéreas modernas, anillos periféricos completos, un metro subterráneo, buses modernos de transporte, hace que la ciudad se transforme en una especie de embudo gigante a donde confluye todo el transporte interno y externo. Centrales de transporte son la excepción; de esta cuenta, se tiene el absurdo de que los autobuses extraurbanos provenientes de distintos puntos de origen hacen su ingreso diario hasta el mero centro de área metropolitana. Prácticamente, en ciudad de Guatemala, casi no se habla de «horas pico» de desplazamiento vehicular, debido a que es de manera permanente. Quizá solo el fin de semana se aliviana un poco la tortura de los citadinos.
Todo mundo en voz baja, vociferando entre unos y otros de lo endiablado del tráfico vehicular de la ciudad capital, despotrica contra las autoridades ediles. Lo hace en pequeños grupos. Pero este enojo, ira y frustración, tampoco da lugar a la protesta abierta contra una situación que nos atosiga a diario. Casi como folklore, se dice que así somos y hemos sido los guatemaltecos: aguantadores a morir.
Tampoco como expresión de conciencia ciudadana, nos atrevemos a tomar acciones de colaboración y ayuda mutua, para encontrar paliativos que hagan llevadero este sufrimiento diario. Que se sepa, no ha surgido ninguna expresión de cooperación entre vecinos para este tema. Es típico ver muchísimos automóviles circulando en momentos de alta movilización, con solo el piloto como pasajero, nadie lo acompaña (si es que los visualizamos, porque la mayoría utiliza vidrios opacos, en desmedro de normas internacionales aplicadas a la circulación de vehículos). ¿Es deshumanización, individualismo llevado al extremo? ¿O es un mecanismo de protección por parte de la gente frente a la violencia y el crimen urbano? Ah, porque además, la ciudad capital es un lugar de los más peligrosos de las urbes latinoamericanas. Aún así, ¡¡Guatemala, es Guatebella!!
Elfidio Cano del Cid

Como sugiere mi segundo apellido, he sido un Campeador. A mi edad, con ganas de seguir en la batalla. Nunca me he callado lo pensado; de allí, los problemas. Por los caminos de la sociología, pero debería haber ido por la literatura.
2 Commentarios
Excelente, real y cruda realidad. Debería aportar sus conocimientos y experiencias al grupo de candidatos a la alcaldía por semilla. Yo soy el contacto. Saludos
Muy buena reflexión acerca de nuestro diario vivir. Saludos Elfidio.
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