El hogar, ¿infierno o paraiso?

Luis Melgar Carrillo | Política y sociedad / NUESTROS HIJOS

Se puede observar un gran contraste, cuando se compara la experiencia de personas que celebran sus bodas de oro, con la realidad de tantos matrimonios jóvenes que a los seis meses de casados ya están planificando un divorcio. ¿Qué es lo que hace que algunos pocos logren convivir por cincuenta años o más en armonía y paz en un hogar integrado, mientras que otros no pueden soportar las pequeñas diferencias conyugales ni siquiera un año? ¿Cuál es la verdadera causa de muchos divorcios?

Una pareja sana toma la decisión voluntaria de unir su sus vidas para conformar un hogar, motivada por el amor mutuo. Es de esperar que un joven acepte la responsabilidad de llevar la carga del matrimonio cuando el móvil principal de la decisión es ese amor. ¿Por qué en tantos de los casos esa llama se apaga al poco tiempo de convivencia? ¿Por qué tantos hogares viven un infierno en donde reina de todo menos la armonía?

Un divorcio se justifica cuando el conflicto interior llega al punto en que continuar unidos sea más dañino que la separación. Es un error tratar de forzar el vínculo matrimonial en esos casos. Sin embargo, la gran duda sigue siendo: ¿por qué se tiene que llegar al extremo de destruir lo que un día fue la gran ilusión de la vida? ¿Por qué personas que un día se confesaron amar hasta la muerte, llegan al punto de tomar la decisión de separarse? ¿Por qué pesan más las diferencias que se tengan como pareja, que las consecuencias que puedan vivir los hijos de un hogar desintegrado?

No es fácil contestar estas preguntas. Sin embargo, un buen observador podrá apreciar que el eje de los grandes conflictos familiares es la amargura. En casi todos los casos, los pleitos en los hogares se inician con pequeñas diferencias. Cuando esas diferencias se convierten en agresiones, se causan heridas. La amargura viene del dolor acumulado que producen esas heridas. Las nuevas agresiones conducen a que se vuelva a vivir y a sentir el dolor. Es como si se volvieran a abrir las heridas recibidas en el pasado.

La reacción ante el dolor provoca respuestas de agresión. Se trata de lastimar a quien ha causado dolor. Ese tipo de respuestas causan nuevas heridas. Siguiendo esa dinámica, muchos hogares viven en círculos viciosos de agresión, que si no se rompen, se va a llegar al punto de tomar la decisión de tener que dejarse. Los conflictos entre los padres provocan un clima de tensión. Con la frecuencia de los pleitos, aumenta la probabilidad de que los hijos también participen en ese toma y daca de agresiones y de dolor. En casos extremos, el clima de agresión llega a ser una forma natural de vida.

La suma de los conflictos familiares conforma las grandes consecuencias sociales. Las agresiones en la sociedad son un reflejo de las agresiones del hogar. Muchos delincuentes son víctimas de matrimonios desintegrados o al punto de desintegrarse. En otros casos, fueron niños abandonados que ni siquiera tuvieron la oportunidad de un hogar.

Hay dos tipos de problemas a resolver. El primero, y más inmediato, es en cada matrimonio. Si ya existe la incomprensión y se vive un clima de tensiones y de pleitos, la solución es encontrar la manera de que se pueda ir disminuyendo, hasta llegar a eliminar la amargura en los corazones heridos. El segundo, y mucho más difícil de sanar, es encontrar qué se puede hacer socialmente para que la sociedad aprenda a vivir en armonía.

Cuando se buscan soluciones para un ambiente de conflictos, cada uno de los cónyuges tiene que tomar conciencia de su participación en las discordias. En este caso, se deben analizar objetivamente los sucesos que conducen a cada una de las batallas. Del análisis se podrá perfilar la manera de evitar este tipo de situaciones. Juntos podrán aplicar las soluciones que hayan madurado. Las soluciones deberán haber sido pensadas, antes de que haya comenzado una nueva batalla.

La sabiduría de los siglos enseña que la persona prudente es aquella que no hace caso de las injurias. Cuando la otra persona arremete, y el agredido logra resistir la tentación de responderle conforme a la agresión recibida, está dando un paso en el camino de la prudencia. ¡Cuántas tormentas se hubieran evitado si al ver la falla del otro, en vez de acusarlo, enjuiciarlo y condenarlo, se trata de disimular su error! ¡Cuántas otras se habrían disipado si, atendiendo al llamado a la cordura, se tiene la honra de pasar por alto la ofensa!

Esas repuestas son una evidencia de tener una personalidad madura. La madurez es consecuencia de una formación difícil de improvisar. La madurez se puede comenzar a formar desde la niñez. Al niño se le puede comenzar a enseñar en sus primeros años, a soportar los errores ajenos. Una personalidad deformada no es fácil de cambiar con solamente recomendar. Por ejemplo, es fácil decir: ¡pues aguanta y soporta las agresiones! Ese es un proceso que debe de iniciarse desde la niñez.

La verdadera solución a los problemas de personalidad se puede sintonizar por el mismo camino de las respuestas de los Alcohólicos Anónimos. Se debe comenzar por reconocer que cada persona es parte del problema. Se continúa por adoptar un deseo de cambiar. El tercer paso es aceptar que por la mera voluntad del afectado no es posible lograr ese cambio. Y el cuarto paso es tomar conciencia de que el problema realmente es un problema espiritual. Estos cuatro pasos son el inicio para lograr un cambio en la personalidad. El cambio se puede llegar a dar si se llega a tomar conciencia, del quinto paso, y es que solamente el Creador puede hacer algo por quien se lo pida.

El verdadero cambio solamente se da si se acepta, reconoce y, luego, se pone en las manos de la potestad superior para que haga este cambio. En otras palabras, si se reconoce que Dios es el único que pueda cambiar una personalidad, lo puede hacer si se le pide específicamente y de todo corazón. No es un asunto de religión, sino de una relación profunda con el Creador. Es el mismo camino que ha conducido a cientos de alcohólicos a dejar de beber. En este caso, los ateos no tienen acceso a estas soluciones, ya que no le piden a un Dios en el cual no creen.

El problema social que causan los hogares en conflicto se puede atender de forma similar al de la medicina preventiva. En la educación del niño se pueden comenzar a inculcar las virtudes universales como la prudencia, la tolerancia, la paciencia, la solidaridad, la veracidad, la longanimidad, la constancia y otros similares, que conducen al hábito de vivir sabiamente. No habría tantos problemas sociales, como los que están encontrando cada vez más, si en los hogares se enseñaran estos valores. Es en el seno materno en donde literalmente estos principios se maman. La gran barrera es que los padres no pueden enseñar lo que ellos mismos ignoran.

Si se quiere vivir en una sociedad sana, se debe romper el círculo vicioso, en el cual padres inadaptados tienen hogares conflictivos que producen hijos inadaptados. Esta cadena posiblemente se ha venido arrastrando por generaciones. Estados Unidos, con su alto índice de consumo de drogas, muestra este tipo de decadencia y degradación familiar, al cual cualquier sociedad puede llegar a caer.

Las escuelas son una oportunidad para que se fortalezcan los valores eternos. Sin embargo, los mismos maestros tienen problemas en sus propios hogares. No saben la manera de hacerlo para ellos mismos. Por lo tanto, no pueden ser más que portavoces de su ignorancia. En este punto, el lector puede reflexionar acerca de los programas de educación. Muchos niños que saben la manera de resolver un problema de regla de tres simple, ignoran que para aliviar una ofensa causada se debe pedir perdón.

En este punto, las autoridades encargadas de la elaboración de los programas docentes deberán considerar la reeducación de los mismos maestros. Que Dios ilumine a los gobernantes para que logren entender la manera en que los nuevos programas incluyan la formación de los maestros en las virtudes universales como pilares del cambio.


Imagen principal tomada de Renacer a la vida.

Luis Melgar Carrillo

Ingeniero Industrial, Colombia 1972. Máster en Administración de Empresas, INCAE 1976. Autor de 10 libros (tres aparecen en Google) y de más de 100 artículos (75 en gAZeta, Guatemala 2018-19; Veinte en revista Gerencia, Guatemala 1994-95, y más de treinta en diversos medios mexicanos). Diseño e implementación de la estructura de salarios de la Refinadora Costarricense de Petróleo (Recope, 1980-82). Director de Recursos Humanos (Polymer-Guatemala. 1984-87). Director de Capacitación (Asociación de Azucareros de Guatemala 1991-95). Excatedrático en universidades de Costa Rica, Guatemala y Tepic, México. Residencia en Tepic.

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