Rafael Cuevas Molina | Política y sociedad / AL PIE DEL CAÑÓN
Al payaso se le ha caído la careta. Llegó sonriente a la fiesta, con aires de no matar ni una mosca, pero no ha podido mantener el espectáculo como, seguramente, hubiera querido. Se le ha corrido el maquillaje, se le desdibujó la sonrisa, toda su cara es una mancha deforme que antes de hilaridad da miedo.
Se le cae además el tinglado. Se descuelga la tramoya, se tuerce la escenografía y el telón se traba. Un desastre total. Nadie entre el público ríe ante los apuros del payaso que fracasa, que se enreda y se angustia tratando de salvar lo que queda del número que le quedó grande.
Tras bambalinas le soplan el libreto. También el apuntador le lee los renglones que, en el enredo, olvida. Corre todo el elenco, el dueño del teatro, el empresario que le ha traído hasta la gran escena y que se jala los pelos, presa de pánico porque todo fracase y se acabe el negocio.
Es un desastre, una vergüenza y pide auxilio. Todos los que llegan son actores de segunda, malos, fracasados como él. Solo pueden pisar un escenario en esas circunstancias apremiantes y nadie más los acompaña. El espectáculo se complica, cada quien quiere un diálogo, ser objeto de atención, demostrar que su fracaso es casual y que él sí puede.
El público mira atónito lo que pasa en el escenario. Esperaba un buen espectáculo pero ha resultado esto: un payaso que fracasa. Se siente engañado, le han vendido entradas para una farsa y empieza la rechifla; algunos más atrevidos lanzan tomates, frutas podridas, huevos en mal estado. Es la enésima puesta en escena que sale mal, en la que se promete una cosa y sale otra. ¿Creen que el público es estúpido?
Es tal el escándalo que afuera del teatro se escucha el barullo. Algunos vuelven a ver, hay quienes se asoman a la puerta y preguntan. Pronto se enteran de lo que está pasando, del payaso descalabrado, de los impostores que lo acompañan en el escenario, de los que lo apoyan tras bambalinas, del público indignado. No muchos se extrañan del acontecimiento, es este un teatro acostumbrado a la estafa, propenso a la impostura, manejado por empresarios inescrupulosos, al que solo llegan actores de segunda, ineptos, adiestrados para sobrevivir con artimañas oscuras.
Es un lío mayúsculo y quién sabe si el payaso podrá salir bien librado de esta. Gritan los del proscenio, los de bambalinas, el apuntador grita más fuerte que todos, pero se da cuenta que ya nadie lo escucha y que el escenario es un caos. El público ni se diga, ha empezado a desmontar las butacas y las apila para hacer una hoguera, incluso hay quien gesticula pidiendo la cabeza del payaso.
Un saltimbanqui ruso vestido de arlequín entra por el lado derecho del escenario. Como todos los demás, engaña. Dice ser de la escuela del Bolshoi pero es evidente que no llega ni siquiera a aprendiz. Trata de ayudar al payaso que, desesperado, hace muecas para que todos lo vean. Demasiado tarde. El saltimbanqui no hace sino agravar la ruina.
¿En dónde terminará todo esto?
Rafael Cuevas Molina

Profesor-investigador del Instituto de Estudios Latinoamericanos de la Universidad Nacional de Costa Rica. Escritor y pintor.
4 Commentarios
Es la realidad ecuatoriana al desnudo. Me fascinó el texto.
Esta es la realidad en que vivimos, y seguiremos viviendo si no hay educación para el pueblo
¡Interesante! sumamente interesante
Cualquier parecido con la realidad política es pura coincidencia 😫
Dejar un comentario