-Roberto Regalado-
El cambio en la correlación de fuerzas desfavorable a los gobiernos y fuerzas políticas progresistas y de izquierda
Transcurridos casi veinte años de la primera elección de Hugo Chávez a la presidencia de Venezuela, primer eslabón de la cadena de gobiernos latinoamericanos progresistas y de izquierda, cabe preguntarnos: ¿cómo se ha modificado cada uno de los cinco factores que, en aquel momento, desencadenaron esa tendencia?
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El primer factor fue el acumulado histórico. En la conciencia social el acumulado histórico es volátil. Los efectos de esa ralentización y difuminación pueden aminorarse y postergarse mediante un sistemático trabajo de educación y formación política e ideológica, junto a la satisfacción de las necesidades populares, no solo las históricas, sino también las que surgen y pasan a primer plano en la medida en que se atienden las anteriores, siempre y cuando ambas cosas, tanto la educación y la formación, como la satisfacción de las necesidades, se hagan con apego al principio: crear riqueza con la conciencia, y no conciencia con la riqueza. Pero eso es difícil, entre otros, por los siguientes factores:
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La democracia burguesa no está hecha para que la izquierda ocupe y ejerza el gobierno, mucho menos para que cambie el gobierno desde el sistema, y menos aún para que rompa con el sistema y construya otro que lo supere históricamente. Esta es una dura batalla que se libra a contracorriente.
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La erosión ideológica y/o la cooptación de dirigentes, funcionarios y militantes de izquierda, ya sea por la frustración y la resignación que anida en ellos debido a la resistencia del sistema a los cambios que creyeron poder hacer sin tantos obstáculos, o por la asimilación de los valores del sistema y acomodamiento a sueldos y beneficios, o por la combinación de ambos factores.
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La insuficiente correlación de fuerzas propias para realizar las reformas progresistas o las transformaciones revolucionarias planteadas, que obliga a hacer alianzas con fuerzas de centroizquierda, centro e, incluso, de la derecha «moderada».
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El carácter heterogéneo de la fuerza progresista y de izquierda que ejerce el gobierno, y la asignación de puestos en los poderes del Estado y sus dependencias a aliados e incluso a cuadros propios que no apoyan el programa de reforma progresista o transformación revolucionaria.
Por estas y otras razones, toda fuerza política progresista y de izquierda debe preguntarse, en forma constante: ¿en qué medida fortaleció el acumulado histórico que tenía en el momento que asumió el gobierno? ¿En qué medida ese acumulado se estancó? ¿En qué medida se deterioró y desgastó?
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El segundo fue el repudio mundial al genocidio y la fuerza bruta, que obligó al imperialismo a buscar formas más mediadas de dominación, y está interrelacionado también con lo que antes llamamos el «error de cálculo» del imperialismo, consistente en creer que la democracia neoliberal sería suficiente para garantizar su dominación. En este aspecto, el imperialismo ha «rectificado» el «error de cálculo» mediante el desarrollo de la estrategia de desestabilización de espectro completo destinada a derrotar electoralmente o derrocar a los gobiernos progresistas y de izquierda, y al mismo tiempo criminalizar y judicializar a sus líderes y lideresas, y destruir a sus organizaciones políticas. Este es prolíficamente documentado en trabajos científicos y periodísticos, por lo que me abstengo de profundizar en él. Hasta el momento, solo la Revolución Bolivariana de Venezuela, en mi modesta opinión algo tardíamente, reaccionó con energía y efectividad frente a esta estrategia.
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El tercer factor fue el sustancial incremento de la participación electoral motivado por el auge de la lucha de los movimientos populares. Contra su vigencia conspira el hecho de que el acumulado histórico de las fuerzas progresistas y de izquierda —ya abordado como primer factor— se produjo desde la oposición, en la lucha contra el Estado y en defensa de las reivindicaciones de los sectores populares, pero esas fuerzas ahora tienen que rendir cuentas por el desempeño de un Estado en el que ocupan espacios, pero no ejercen el poder. Conocida es la «camisa de fuerza» a la que los gobiernos neoliberales precedentes dejaron sujeto al Estado latinoamericano, cargado de concesiones a potencias extranjeras y deudas externas impagables. Si bien los precios de los productos de exportación durante la primera mitad de la década de 2000 permitió atender esos compromisos y, al mismo tiempo, saldar parte de la deuda social, ya ambas cosas son excluyentes. También hay una cuota de elitismo y distanciamiento de los gobiernos progresistas y de izquierda con respecto a los «molestos» movimientos populares que «no entienden» la postergación de la satisfacción de sus reivindicaciones en función de cumplir los compromisos con el capital transnacional y nacional. Todo esto repercute en lo que llamo la
«abstención de castigo» contra los gobiernos progresistas y de izquierda, ya que son sectores concientizados que no votarían por la derecha. -
El cuarto y último factor —puesto que ya el «error de cálculo» del imperialismo se comentó en el punto 2—, es el voto de castigo contra los gobiernos y fuerzas políticas neoliberales que se vuelve contra los gobiernos y las fuerzas políticas progresistas y de izquierda. Esta es la masa ciudadana que sufraga de acuerdo a percepciones circunstanciales de perjuicio y beneficio, y es susceptible a ser movida a la derecha mediante la desestabilización de espectro completo y la mercadotecnia electoral. Es una masa fundamental, pues cabe recordar que ningún gobierno progresista o de izquierda fue electo con el voto de una mayoría concientizada, sino con el de una minoría comprometida y enaltecida —parte de la cual en la actualidad se abstiene— y una mayoría fluctuante que no se hizo todo lo posible para concientizarla.
Consideraciones
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Si analizamos los efectos de los procesos determinantes en la situación de América Latina —la concentración transnacional de la propiedad, la producción y el poder político, la avalancha universal del neoliberalismo, el derrumbe de la Unión Soviética y el bloque europeo oriental y la neoliberalización de la socialdemocracia europea— y los entrecruzamos con los factores que fundamentan la acumulación de fuerzas conducente a la elección de gobiernos progresistas en la región —el acumulado de luchas, el rechazo a los métodos violentos de dominación, el auge de la lucha de los movimientos populares, el voto de castigo contra los gobiernos neoliberales y el error de cálculo del imperialismo norteamericano—, resulta evidente que la elección y reelección de gobiernos progresistas en el subcontinente, no se corresponde con las tendencias dominantes en el mundo, sino que se produce a contracorriente de ellas. Lo dominante a escala mundial no es la democratización, sino el desmontaje del tipo de democracia burguesa y «Estado de bienestar» imperante durante la posguerra en los países del norte de Europa Occidental, y su sustitución por un tipo de democracia y de Estado neoliberal, cuya función es apoyar la más intensa posible concentración de la riqueza y masificación de la exclusión social.
De lo anterior se deriva que la concepción de que en América Latina se había instaurado una
«democracia sin apellidos», expresión asumida y defendida por el progresismo y la nueva socialdemocracia latinoamericana, muy escuchada en los duros debates que se dieron en los primeros Encuentros del Foro de São Paulo, es una concepción errada que repercutió en la falta de previsión y de preparación para enfrentar el cambio en la correlación de fuerzas adverso a los gobiernos y las fuerzas progresistas y de izquierda de la región, identificable a partir de 2009.La sorpresa y la incomprensión que esas corrientes manifiestan, incluso hoy, después de haber sido expulsadas del gobierno o estar en riesgo de serlo —sin haberlo visto venir, ni saber, a ciencia cierta, cómo evitarlo y revertirlo—, y de haber sido criminalizadas y judicializadas, o de estar a punto se serlo, es consecuencia de haber asumido la concepción de la democracia burguesa como sistema político y electoral pretendidamente imparcial e impoluto, que supuestamente no estaría sometido a la presión y la injerencia de los centros de poder imperialista, ni a la acción de los defensores de los intereses de las oligarquías criollas incrustados en los poderes del Estado y organizados en poderes fácticos, en el que los opresores de antaño reconocerían civilizadamente sus derrotas electorales y, con igual civismo, le permitirían gobernar a las fuerzas progresistas y de izquierda, frente a las cuales se limitarían a realizar la comedida función opositora característica de la alternancia entre partidos del sistema, y en el que ejercer el gobierno —un gobierno cuyo ejercicio sería compartido con aliados tácticos de centro y hasta de derecha— sería equivalente a ejercer el poder.
Una cosa es que, en las condiciones actuales y en el futuro previsible de América Latina, las fuerzas progresistas y de izquierda tengan que luchar dentro del sistema político de democracia burguesa, e incluso que tengan que apegarse de modo estricto y escrupuloso a sus reglas del juego, hasta tanto se creen las condiciones para establecer verdaderas formas de democracia, participativas, deliberativas, comunitarias, populares y protagónicas, mientras la derecha también las respete, y otra cosa distinta es que se asuma como válida y como propia la mitología creada para legitimar y garantizar la reproducción de dicho sistema.
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Si al análisis incorporamos la periodización del flujo y reflujo de la correlación de fuerzas favorable a los gobiernos y fuerzas progresistas y de izquierda en América Latina, cuya curva, primero evolutiva y luego involutiva, demuestra los efecto de la desestabilización de espectro completo, las derrotas electorales, los golpes de Estado de «nuevo tipo», y las campañas de criminalización y judicialización, destinadas a proscribir y encarcelar a los líderes y lideresas del bloque popular, y a ilegalizar y desarticular a sus partidos, movimientos, frentes y coaliciones, observamos una tendencia a que los actuales gobiernos progresistas y de izquierda sean un paréntesis en la dominación del capital. No necesariamente es una tendencia fatal, irremediable, irreversible, pero sí es la tendencia real. Para que no llegue a ser fatal, para que sea remediable y reversible, lo primero es cortar de raíz los enfoques justificativos y complacientes, y trazar objetivos, estrategias y tácticas basados en el conocimiento y comprensión de la realidad.
Hay que denunciar y combatir la desestabilización de espectro completo que el imperialismo y las oligarquías nacionales realizan contra los gobiernos y las fuerzas progresistas y de izquierda, pero ello no basta. Urge una evaluación autocrítica de las fortalezas y debilidades de nuestros proyectos, procesos, gobiernos y fuerzas políticas, no para autoflagelarnos o darle armas al enemigo, sino para potenciar esas fortalezas y erradicar esas debilidades. La desestabilización de espectro completo nos debilita y destruye más cuando aprovecha nuestras deficiencias y errores, y tenemos mejores condiciones para derrotarla cuando somos rigurosos y eficientes en nuestra labor organizativa, política e ideológica, y nuestra relación con el pueblo es fluida, constructiva e interactiva.
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Discrepo con los compañeros y compañeras que afirman que, no obstante los reveses sufridos, las fuerzas de izquierda y progresistas de América Latina aún están en mejores condiciones que en épocas anteriores, porque siguen habiendo condiciones para la lucha política legal, se mantiene un amplio, aunque disminuido apoyo popular, y se conserva presencia en los poderes e instituciones del Estado. Si bien todo eso es cierto, nada de eso constituye un fin en sí mismo. El fin es la reforma progresista y la transformación revolucionaria de la sociedad, y ya el imperialismo encontró una forma actualizada de frustrarlas y revertirlas. Tienen razón quienes argumentan que en las condiciones actuales y previsibles, ganen las elecciones las fuerzas progresistas y de izquierda, o gánenlas las fuerzas oligárquicas y proimperialistas, salvo excepciones, el triunfo de una u otra oscilará entre 1 % y 5 %, pero triunfos político-electorales por ese margen, o incluso por márgenes muy superiores no son suficientes para emprender, desarrollar y culminar una transformación social revolucionaria.
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Comparto el concepto leninista de apertura y cierre de «ventanas de oportunidad» para las transformaciones sociales, que rescata Valter Pomar en su «Ensayo sobre cómo abrir nuevamente la ventana», incluido en esta antología. De eso se trata: la ventana de oportunidad abierta en América Latina durante las décadas de 1980 a 2000, se está cerrando y hay que ver cómo y cuándo abrirla nuevamente.
Se cerraron los espacios para las reformas y transformaciones sociales realizadas dentro de la democracia burguesa, dirigidas o muy influidas por liderazgos y corrientes progresistas y neosocialdemócratas. Salvo casos específicos de países como México, donde hasta el momento el sistema ha impedido la elección de gobiernos progresistas y de izquierda, y de ocurrir esa elección sería un proceso nacional tardío que, al menos intente sacar al país del estancamiento y la involución, en tendencia, este tipo de liderazgos y proyectos ya está agotado. Las fuerzas políticas multitendencias hegemonizadas por el progresismo y la nueva socialdemocracia están siendo expulsadas del Estado y del sistema.
Con pleno y sincero reconocimiento a los méritos de figuras como Lula, Kirchner, Cristina y Correa, cabe preguntarse si, en caso de volver a ocupar la presidencia, podrían relanzar sus proyectos de reforma social, o si sería una victoria pírrica, a partir de la cual la escalada contra ellos de la desestabilización de espectro completo sería fulminante. En esencia, están expulsando al progresismo y a la izquierda del sistema. Es preciso romper con él, superarlo, pero para hacerlo, en especial, cuando no existe una situación revolucionaria, se requiere de una gran acumulación de fuerza social y política, y las nuestras están menguadas.
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El cambio en la correlación de fuerzas desfavorable a los gobiernos y las organizaciones políticas progresistas y de izquierda ocurrido en los últimos años, reafirma una verdad conocida, pero por lo general olvidada, subestimada o aceptada solo de palabra: los espacios de poder estatal conquistados por la izquierda son frágiles y efímeros si no se sustentan en la construcción de hegemonía y poder popular. Una cosa es creer que estamos construyendo hegemonía y poder popular desde el gobierno, y otra construirlos de verdad. La hegemonía y el poder popular no se construyen «de arriba para abajo», sino en interacción fluida «de abajo para arriba» y «de arriba para abajo».
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Al contrario de lo que muchos creímos, la práctica demuestra que necesariamente era más sólido el blindaje contra los embates sistémicos de los procesos de transformación social revolucionaria (Venezuela, Bolivia y Ecuador), que el de los procesos de reforma no rupturista (el resto de los existentes). La resiliencia del poder permanente funciona contra ambos: unos y otros son sujetos potenciales de expulsión de los espacios institucionales que lograron ocupar.
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La revolución mediante rupturas parciales sucesivas con el sistema social capitalista es una hipótesis aún no validada en la práctica que, en Venezuela y Bolivia, puede convertirse en tesis demostrada. Ese camino, inicialmente proclamado por la socialdemocracia europea de origen marxista, fue abandonado por ella en la medida en que ocupó espacios institucionales dentro de la democracia burguesa y terminó siendo un elemento orgánico del sistema. En la América Latina actual está, de nuevo, abierta la posibilidad de transitar ese difícil y peligroso camino. El paso de la democracia burguesa a formas superiores de democracia puede darse en Venezuela y Bolivia, pero la continuación de sus respectivos procesos transformadores no dependerá solo del imprescindible atrincheramiento en los poderes del Estado que sus respectivas dirigencias están realizando en legítima respuesta a la ofensiva imperialista destinada a destruirlos y aniquilarlos. Aún más imprescindible es resolver, de manera real, efectiva y duradera, los errores, deficiencias y vacíos existentes en la construcción de hegemonía y poder popular que provocaron los desfavorables cambios en la correlación de fuerzas en esos países. Toda experiencia inicialmente revolucionaria que se atrinchera en los poderes del Estado, sin una verdadera base de hegemonía y poder popular, se divorcia del pueblo y termina negando su propia historia. Sobran los ejemplos conocidos de en que desviaciones no incurrir, y en Venezuela y Bolivia aún hay tiempo para no incurrir en ellas.
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En Ecuador, tras haber vencido por muy estrecho margen la acción concertada de las fuerzas oligárquicas que buscaban impedir la elección del candidato presidencial de Alianza País, Lenín Moreno, se produjo la ruptura entre la corriente encabezada por el nuevo mandatario, a la que las autoridades electorales adjudicaron la conservación de la identidad de Alianza País, y la liderada por el expresidente Rafael Correa, que fundó el Movimiento de la Revolución Ciudadana. Al margen de las consideraciones que pudieran hacerse sobre sus motivos, la ruptura ratifica la validez del principio de que, llámese partido, organización, alianza, movimiento o de cualquier otra forma, la fuerza política progresista o de izquierda que aspire a desarrollar un proyecto reformador o transformador tiene que contar con estructura, organización, objetivos y programa quegaranticen su unidad, coherencia y continuidad, incluidos los mecanismos para identificar las diferencias, debatirlas, procesarlas de modo oportuno y efectivo, y crear consensos o adoptar decisiones de mayoría y minoría que no pongan en peligro el proyecto.
Palabras finales
Los dos formidables retos que enfrenta la izquierda latinoamericana son: evitar ser expulsada del sistema, y evitar ser asimilada por el sistema, lo cual nos conduce a preguntarnos: ¿podrá la izquierda latinoamericana enfrentar con éxito estos retos? ¿Podrá evitar ser asimilada por el sistema? ¿Podrá concluir, con éxito, el proceso de rupturas parciales sucesivas con el capitalismo que la socialdemocracia de origen marxista abandonó?
En cualquier caso, no estamos ante el «fin de la historia». El capitalismo senil de nuestros días necesita, imperiosamente, concentrar riqueza, excluir población y depredar el planeta de manera incontrolada y vertiginosa. Ello se expresa en que, tal como sucedió en Argentina y Brasil, de inmediato reimpone el neoliberalismo puro y duro, que vuelve a agudizar la crisis del Estado y vuelve a estimular la protesta social, solo que, después de las derrotas sufridas, el salto de la acumulación social a la acumulación política puede ser más lento y difícil que en las décadas de 1980, 1990 y 2000:
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En los países donde la respuestas a las tres interrogantes planteadas en estas palabras finales sean positivas, es posible que la «ventana de oportunidad» no llegue a cerrarse por completo o que se logre reabrirla en un plazo relativamente corto.
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En los países donde las respuestas sean negativas, cabe esperar una refundación de la izquierda, reminiscente pero distinta, en cuanto a forma y contenido, del nacimiento de los partidos multitendencias a finales de la década de 1980. La cantera de líderes y lideresas, cuadros, militantes y activistas para esa refundación, ya existe en las nuevas generaciones. Le tomará algún tiempo madurar, tomar conciencia de su misión, organizarse y asumir el papel que la historia les depara.
Roberto Regalado

Doctor en Ciencias Filosóficas, licenciado en Periodismo, miembro de la Sección de Literatura Socio-histórica de la Asociación de Escritores de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba, consultor del Instituto Schafik Hándal de El Salvador.
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