El fantasma de Tom Joad y sus apariciones en 2020

Lorena Carrillo | Política y sociedad / DIARIO DE FRONTERA

Para don Factor en Guatemala y don José en Puebla,
porque la pandemia se llevó a uno y dejó sin su hijo al otro.

Esa noche, Tom Joad desaparece como un fantasma entre los montes, después de una última conversación con su madre. Antes, ya ha sucedido casi todo: él mismo, saliendo de la cárcel, el polvo de la sequía inundándolo todo en la granja, el tractor de «ellos» pasando sin piedad sobre la tierra y sobre la casa en un desalojo brutal (¿algún parecido, así sea remoto con con Cubilgüitz?). No hay otro camino, la familia debe migrar. Es 1930 y se han quedado sin nada. El banco se ha apropiado de todo y los Joad, juntos, deben migrar. La poderosa novela de John Steinbeck (Premio Nobel en 1962), Las uvas de la ira, publicada en 1939, puede leerse hoy sin dificultad, como si los acontecimientos que narra no hubieran ocurrido hace noventa años.

Noventa años desde la crisis de 1929 que empobreció hasta la hambruna a tres millones de estadounidenses del centro del país, junto a una sequía criminal que desató tormentas de polvo. Medio millón subieron un día sus tristes pertenencias a camiones destartalados y emprendieron un viaje angustioso y esperanzado hacia el Oeste, donde los campos de algodón y frutas de California eran la (falsa) tierra prometida de empleo y oportunidades. Las impresionantes fotografías de Dorothea Lange son la traducción a imágenes de la odisea de los Joad de Steinbeck. Algunas de las muchas reseñas de la novela que se encuentran en redes sociales hacen la obligada comparación: las pateras de los africanos soñando con las costas europeas; los siniestros vagones de La Bestia, atiborrados sus techos de migrantes centroamericanos; las caravanas a pie, ya sin transporte siquiera. También ellos se han quedado sin nada y deben migrar y padecer su propia odisea en tiempos aún más crueles. Bruce Springsteen canta con voz rasposa The Ghost of Tom Joad y se siente el incendio de la guitarra. Los Joad llegan por fin a California, en realidad llegamos juntos y nos sentimos felices y agotados. Tal vez haya empleo mañana y se pueda comer carne…

Fotografía de Dorothea Lange, tomada de Xakata Foto.

Pero, ya cerrada la contratapa, después del desengaño y de que Tom se ha ido, ¿qué nos dice Las uvas de la ira hoy? Nos recuerda la impiedad del capitalismo, el mismo de la plantación de sandía en Murcia de hace unas pocas semanas, que mató de sol, de sed, de insultos, de infamia y paga miserable a Eleazar Blandón, el trabajador nicaragüense que había migrado para allá, soñando con mejores horizontes. Es más, en la novela varias veces aparece un volante ofreciendo empleo a cientos en las plantaciones de fruta (la estrategia era pedir cientos pero distribuir los volantes a muchos miles); hoy, en este sitio, los trabajadores publican sus propios anuncios de cuadrillas con transporte propio y WhatsApp, ofreciéndose para recoger sandía, melón o patatas en Murcia, aunque puedan morir de sol, o de plano, alguien busca «trabajo de lo que sea».

Nos recuerda la inhumanidad del desalojo y todo lo que puede implicar, pero también el poder de lo común, sobre todo, de la ira común; el valor de los lazos humanos, y también la fuerza indestructible que puede tener una mujer frente a la adversidad. Leer hoy la novela de Steinbeck, en medio de una pandemia cuyos efectos –se ha dicho– pueden ser como los de la crisis de 1929, hace pensar en nuestro aislamiento, no solo el ordenado por las medidas sanitarias, sino ese otro al que la sociedad contemporánea nos viene orillando hace mucho en el trabajo, la escuela y la vida social, afianzando valores e ideologías del individualismo y el interés propio, con los que hoy muchos afrontamos, perplejos, una pandemia que jamás imaginamos vivir, en completa soledad, renuentes a reconocernos en la misma tragedia, encerrados en las casa y en nuestro propio egoísmo. John Ford, en la versión cinematográfica, evitó escenas de trabajo en los campos y suavizó el hambre de los Joad, pero mostró la familia y la comunidad como fuerzas de salvación, siguiendo en ello de cerca a Steinbeck.

La otra enseñanza de Las uvas de la ira es la de la persistencia del pasado en el presente. El migrante empobrecido de Oklahoma en 1930, era despreciado, insultado y humillado con apodos despectivos por sus mismos compatriotas del Oeste que lo veían llegar como una plaga infecta, a la que querían lejos de su «país»; y eso nos recuerda que antes que la lengua y el color de la piel, está el «valor» supremo de la propiedad, o la falta de ella. Más cerca de lo que parece, 2020 en mucho suena y se ve como aquel horrible 1930.


Fotografía principal, Madre migrante, de Dorothea Lange, tomada de Wikimedia Commons.

Lorena Carrillo

Doctora en Estudios Latinoamericanos por la Universidad Nacional Autónoma de México. Profesora-investigadora del Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla y miembro del Sistema Nacional de Investigadores. Docente en los posgrados de Historia y Ciencias del Lenguaje del Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades de la BUAP. Una de sus últimas publicaciones es Motines y rebeliones indígenas en Guatemala. Perspectivas historiográficas, como coordinadora.

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