El estado «adulto»

Luis Melgar Carrillo | Política y sociedad / NUESTROS HIJOS

Hasta los diez meses de edad, las neuronas del cerebro de los bebés han logrado un primer grado de desarrollo que solo les permite tres tipos de grabaciones: Sus reacciones emocionales ante las demandas fisiológicas del cuerpo, los estímulos que producen las personas que lo rodean y sus reacciones personales ante esos estímulos.

Cuando la madre comienza a darle otro tipo de alimentos a su bebé, se inicia la salida de los primeros dientes. Eso sucede aproximadamente a los diez meses. A esa edad, las neuronas también comienzan a sufrir un proceso de maduración, que les permite un grado superior de evolución. En ese período, el infante comienza a manejar objetos y a identificarlos, a inspeccionar y a descubrir. El cerebro del pequeño también comienza a hacer registros de esas experiencias motrices, las cuales quedan almacenadas en lugares específicos de las protuberancias de la masa encefálica. Ese tipo de grabaciones son el inicio del estado «adulto».

Biológicamente, en el período comprendido entre la salida de los primeros dientes y la segunda dentición, las neuronas se encuentran en un segundo proceso de maduración. Esta evolución se empieza a detectar cuando el bebé comienza a pronunciar sus primeras palabras. En la medida en que los padres, y más concretamente la madre, le hablen al niño, ese proceso de aprendizaje del idioma se acelera. Se habla de una lengua materna debido a que la persona que está en contacto permanente con el bebé generalmente es la madre, quien tiene la oportunidad de irle hablando a su hijito cada vez que interactúa con él.

Un niño que escucha lo que la madre le conversa, comienza a grabar esas palabras y, por lo mismo, tiene la oportunidad de acumularlas. El resultado de esa recepción permanente de estímulos auditivos permite que el bebé comience a tratar de repetir las palabras que ha escuchado, ese es el inicio del aprendizaje del idioma. Entre más palabras escuche el niñito, mayor es su bagaje de grabaciones registradas. Entre más palabras conozca, también es mayor su capacidad de perfeccionar su léxico y, por los mismo, de hablar con mayor fluidez.

Así como el ejercicio físico permite el desarrollo y crecimiento de los músculos, el ejercicio mental acelera la evolución de las neuronas. Por haber tenido la oportunidad de escuchar más palabras, el bebé comienza a hablar antes que otro pequeño al cual nunca se le habla. Esta evolución de las neuronas le permite un mayor grado de control mental de su entorno. A la capacidad de interpretar mentalmente y darle respuesta a las demandas de la coyuntura se le llama inteligencia.

Se interpreta que es más inteligente un bebé con mayor control mental de su entorno, en relación a otro que no lo logre. Esa es una de las razones principales por lo cual es de primera importancia que los bebés aceleren su aprendizaje oral.

Por otra parte, los otros adultos advierten cuando un pequeñito comienza a hablar precozmente. Es muy probable que al oír hablar con cierta fluidez a un pequeño de año y medio, expresen su admiración. Es muy probable que digan es que ese pequeño es muy inteligente. Cuando esas calificaciones acerca de sí mismo son escuchadas por el niñito, también quedan registradas en su cerebro, son conceptos que corresponden al estado «padre». Por lo mismo, son registradas como verdades relativamente inamovibles y absolutas. Esa concepción conduce a que el niñito comience a creer que es inteligente.

Entre los primeros y los segundos dientes, el cerebro del infante graba tres tipos de mensajes diferentes: los estímulos que recibe de las otras personas, también llamado estado «padre», sus reacciones emocionales, llamado estado «niño», y sus propias experiencias de razonamiento llamado estado «adulto».

Durante los primeros años de vida el estado «adulto» es frágil y anda a tientas. Está parcialmente bloqueado por las órdenes del «padre» o los sentimientos del «niño». Erick Berne dice que en esas edades, el «adulto» «se ocupa principalmente de transformar los estímulos recibidos en elementos de información, así como de ordenarlos y archivarlos».

La información que se graba en el «adulto» es consecuencia de que sus neuronas han alcanzado un mayor grado de madurez. A los diez meses, el infante inicia el camino para descubrir por sí mismo la vida. Esta información difiere del «concepto enseñado» de la vida, propio del «padre» que hay en él, y del «concepto sentido de la vida», propio de su «niño». Al estado «adulto» se le conoce como el «concepto pensado de la vida».

Conforme las células del cerebro van madurando, el bebé va tomando conciencia de la superioridad que demuestran los adultos y personas mayores que lo rodean. Esta concepción conduce a grabaciones que registran esa superioridad. Por eso se dice que al inicio de su vida el bebé tiene una posición menos, más. Los comentarios y órdenes que producen estas personas son considerados por el pequeño como verdades absolutas. A los ojos del niñito, su madre, quien es su primera gran influencia, es concebida como súper poderosa. Los mensajes que generan esos adultos que rodean al bebé son parte de su estado «padre».

El bebé continúa creciendo y sus células cerebrales también siguen madurando. Esa maduración lleva al punto en que el protagonista llegue a advertir que esos súperpoderosos no lo son tanto, como le parecieron al inicio de su vida. Por ejemplo, el infante comienza a detectar sus torpezas. También detecta que en ocasiones no funcionan completamente, según los principios que le han predicado. Por ejemplo, el papá, quien le ha dicho que no diga mentiras, cuando llega el cobrador le dice al pequeño: «Dile que no estoy».

Esa confrontación de valores, conduce a que el pequeño poco a poco ya no vaya a estar tan dispuesto a aceptar como verdades absolutas lo que le dicen los mayores. Por ejemplo, cuando le dictan mensajes acerca de lo que debe y no debe hacer, su cerebro, que ya ha evolucionado, cuestiona la validez de los mensajes recibidos. Esa es la condición por la cual la información que le dirigen ya no es grabada como una verdad absoluta e incuestionable. A partir de ese tipo de acontecimientos, el estado «padre» ya no graba en directo como en la primera infancia. De allí en adelante solamente se registran grabaciones razonadas y cuestionadas por el estado «adulto».

Las neuronas continúan madurando, razón por la cual cada vez es mayor la influencia del razonamiento y el análisis de las situaciones. Ese proceso de maduración continúa hasta la salida de las muelas cordales. En esa edad concluye el crecimiento integral del adolescente y se dice que ya es una persona completa.

La plenitud del «adulto» se alcanza cuando el protagonista analiza su realidad de una forma racional y lógica, a través de una visión objetiva. Este análisis conduce a que las respuestas que emite, se realicen de acuerdo a lo que más le conviene, conforme a las circunstancias.

Los especialistas asocian esta plenitud con un procesador de datos, un robot íntegramente organizado y programado para pensar y actuar de una forma eficiente y ecuánime. Este procesador analiza de forma sistemática las emociones y el sentir del protagonista, así como las grabaciones que le hayan heredado sus mayores en la primera infancia. La plenitud del «adulto» genera respuestas de medida justa, sin dejarse influir ni contaminar por los otros estados del «yo» que funcionan de forma paralela.

En este punto es importante conocer que aunque se verifique que la información contenida en el «padre» sea incorrecta, no se borran las grabaciones. Igual sucede con el «niño». Tanto las grabaciones «malas» o «buenas» del «padre», como las del «niño», generadas en la primera infancia, quedarán siempre registradas en el cerebro. Sin embargo, el «adulto» puede decidir no reproducirlas.

Cuando el «adulto» descubre que algunas de las reacciones que tiene como producto de grabaciones de esa primera infancia no son convenientes, puede tomar la decisión de bloquearlas. También tiene la capacidad de producir nuevas reacciones cuando se presentan nuevos estímulos que las evocan. Producir este tipo de nuevas reacciones es a lo que comúnmente se le denomina «reprogramarse».

Fotografía tomada de Tecnológico de Monterrey.

Luis Melgar Carrillo

Ingeniero Industrial, Colombia 1972. Máster en Administración de Empresas, INCAE 1976. Autor de 9 libros (tres aparecen en Google). Autor de 50 artículos (24 en gAZeta, Guatemala 2018; 20 en revista Gerencia, Guatemala 1994-95). Director de Capacitación (Asociación de Azucareros de Guatemala). Director de Recursos Humanos (Polymer-Guatemala). Excatedrático en universidades de Costa Rica, Guatemala y Tepic, México. Residencia en Tepic.

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