El enemigo y la política

Camilo García Giraldo

Una persona es enemiga de otra cuando se pone en contra de su presencia o de su posición en la vida y el mundo; cuando abiertamente se propone no solo rechazar sus pretensiones o propósitos de vida sino sobre todo su misma presencia en el mundo en el que vive. Esta postura que asume una persona con respecto a otra casi siempre se torna recíproca porque ésta al percibir esta postura adopta la misma con respecto a esa persona; imita y repite su postura. De ahí se forja una relación de enemistad entre los dos. Pero este acto que adopta una persona de ponerse en contra de otra nace casi siempre de un hecho básico: que esa persona le haya ocasionado algún daño o a las personas que quiere o que se proponga hacérselos; un daño que los hay hecho sufrir o los haga sufrir. Este hecho es que lleva de manera ineluctable a una persona a ponerse en contra de otra, es decir, a rechazar y sobre confrontar sus palabras y actos. Pues una persona al ponerse en contra de otra realiza un acto en el que no solo manifiesta su rechazo hacia esa persona sino también su propósito central de eliminarlo y destruirlo o por lo menos socavar su presencia en la realidad en la que vive.

Ahora bien, esta condición de enemigo no es una condición necesariamente invariable en la existencia de esas personas. Como es una postura que, a pesar de esta motivada por el daño que se han hecho o que se pueden hacer, se constituye por la decisión consciente que toman de adoptarla, es siempre posible que en un determinado momento decida modificarla o suprimirla. Esta posibilidad solo se abre sí los dos aceptan hablar o dialogar sobre las razones, que seguramente están relacionados que el daño que se han hecho, que los han llevado a ser enemigos, a ponerse activamente en contra uno del otro. El hecho mismo de aceptar los dos iniciar este diálogo les debilita su postura original de estar en contra como enemigos en la medida que en ese instante se sitúan y por lo tanto se reconocen mutuamente como sujetos iguales capaces de lenguaje. Y al adoptar esta nueva posición tienen que dejar necesariamente de lado, así sea por el tiempo que dura el diálogo, la postura de enemigos. Pues al situarse como sujetos iguales pierden de hecho la posición de enemigos que tenían hasta ese momento.

Pero, además la postura original de enemigos se puede debilitar por una segunda razón: que al exponerse entre sí las razones que los han conducido a volverse enemigos se ven coaccionados o presionados a reconocer la validez de las mismas, es decir, su verdad o corrección normativa, o al contrario, a objetar esa validez exponiendo otras razones que también pretenden a su vez validez. En caso que después de realizado este diálogo lleguen a un acuerdo dejan de ser enemigos, abandonan esa postura que tenían antes de iniciarlo. Y en caso contrario que no lleguen a un acuerdo la condición de enemigos persistirá; pero con una diferencia fundamental, la de vivieron esta experiencia que les mostró el valor y el poder racional y reconciliador que posee el diálogo.

En el plano político-público de las sociedades también se presenta con mucha frecuencia este fenómeno. Se trata de que en ocasiones unos grupos sociales y políticos se tornan enemigos a otros porque se ponen en contra de manera activa a sus propuestas y proyectos hasta el punto que se dan a la tarea práctica de destruirlos, de hacerlos desaparecer de la realidad. El pensador político alemán conservador Karl Schmitt considera en su conocido libro sobre “El concepto de lo político” que la esencia de lo político no se constituye ya por la existencia de un Estado que ejerce soberanía sobre un territorio determinado en el que habita un pueblo porque este Estado ha perdido su especificidad y autonomía propias al entremezclarse con la sociedad. De ahí que para él sea necesario encontrar un nuevo criterio para definir lo político; y este es el de la presencia en el escenario social de grupos o partidos políticos enemigos que luchan sí; de partidos que se ponen en contra entre sí para conseguir sus objetivos políticos. Son los diversos combates que libran entre sí los que por lo tanto constituyen lo político en su ser mismo.

Sin embargo, podemos decir que esta concepción presenta una dificultad sustancial: la de que no refleja la realidad de los estados democráticos modernos sino apenas una parte de la de los estados dictatoriales o totalitarios. Y no refleja sino una parte de estos Estados porque en su seno no se permite ni se reconoce la existencia legal de varios grupos y partidos políticos que luchen o se combatan entre sí sino de uno solo, el que apoya y sostiene incondicionalmente al dictador. Pero como también existen personas y grupos ilegales y clandestinos que combaten con todos los medios a su alcance, incluido los violentos, al dictador y su régimen se erigen en enemigos irreconciliables; la lucha entre ellos define el centro y el eje esencial de lo político; la de unos por destruir al régimen y la de los órganos represivos éste por aplastarlos y destruirlos. En este caso entonces la concepción de Schmitt de lo político adquiere certificado real.

En cambio, en el seno de los Estados democráticos los enemigos políticos no existen; los diversos partidos y agrupaciones políticas que existen no se combaten entre sí con el propósito de destruirse o aniquilarse sino luchan por obtener el respaldo electoral de los ciudadanos que les permita ocupar los cargos de dirección y administración del Estado; y el que obtenga mayor cantidad de votos vence a los demás en esta contienda electoral que es la que aquí define le esencia de lo político. Por eso estos partidos no son enemigos sino solo rivales que participan en igualdad formal de condiciones en esta contienda en la que no se proponen destruirse entre sí sino conquistar la mayor cantidad de votos posible de los electores para sus candidatos a los puestos públicos del Estado.

Pero además, así como en le esfera privada de las relaciones personales la enemistad puede superarse mediante el diálogo en la esfera pública-política de los Estados democráticos ocurre algo semejante. Aunque aquí los miembros y dirigentes de los diferentes partidos y grupos políticos que participan y protagonizan la vida política no sean enemigos o no se declaren como tales, siempre hablan, dialogan o debaten entre sí en diferentes escenarios, especialmente en el de los órganos legislativos, sobre los múltiples problemas que afectan a las instituciones y la sociedad y sobre el contenido de las propuestas y proyectos de ley o medidas concretas que presentan para resolverlos. Por eso el debate público como una forma del diálogo que llevan a cabo se convierte en otro aspecto central de la política en estos estados. El contenido esencial de la vida política aquí por esta razón no se debilita o desparece como lo manifiesta Schmitt sino al contrario se fortalece y amplía. Es un contenido que a su vez complementa el otro aspecto esencial de la vida política que es la contienda que libran estos partidos cada cierto tiempo para conquistar los votos de los ciudadanos. Y lo complementa porque esta contienda electoral presupone la discusión pública que llevan a cabo los candidatos y dirigentes de estos partidos sobre los puntos de vista y las propuestas que presentan para afrontar y resolver los problemas comunes; sin esta discusión o debate público no es posible esta contienda. Por eso estos dos aspectos complementarios que forman la vida política en los Estados democráticos modernos son los que mejor y más adecuadamente revelan la esencia de político mismo, los que definen y constituyen su ser. 


Tomado del libro Cultura y Humanismo, a publicarse en París este año.

Imagen por: Gerald Steffe

Camilo García Giraldo

Soy escritor y filosófo colombiano residenciado en Estocolmo, Suecia, desde hace 28 años.

Un Commentario

Paulino Aragon 14/09/2017

Muy interesante su ensayo que nos presenta la dimensión ética de las diferencias.

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