El discurso humano en el cine de industria

Fernando Martínez | Cine / CINE, EL ARTE DE LO COLECTIVO

Las redes sociales son la guinda de este pastel al que llamamos globalización.

Sin ellas, seguir el rumbo de lo que llama la atención de la mayoría sería un trabajo extra. Si bien antes los periódicos y la TV., llamados los poderes mediáticos, nos mantenían informados, no habían despertado un objeto del deseo oculto; la corrección política.

Y es que cuando vimos cómo algunos pueblos de Latinoamérica usaron por primera vez las redes sociales para congregarse y exigir los derechos, también vimos cómo se abarrotaban los muros de amigos a los que jamás habíamos visto hablar de política tirando consignas sociales sobre como nos deberíamos de conducir, o poniendo en evidencia la corrupción institucional.

Entonces, inmediatamente saltaron figuras representativas. Todos somos pueblo, pero ese pueblo está compuesto por sectores políticos en la mayoría de casos invisibilizados y sus luchas, ¿cuáles?, la mujer, el colectivo LGTB, el pueblo indígena, el pueblo afrodecendiente, los ecologistas, las juventudes estudiantes o sin con ese privilegio. Menciono a estas comunidades porque su lucha para la igualación de derechos no precisamente vino con las redes sociales, existía al lado de los colonizadores, se plantaron frente a dictadores, sobrevivieron en la clandestinidad, pero solo se visualizaron socialmente hace apenas unos años.

Entonces y como en muchos casos, sucede un fenómeno extraño, se reconocen bajo un filtro que parece salir de Instagram, «la exotización», sus consignas se vuelven curiosas como novedades, y de pronto se masifican a veces llevándose el origen de su discurso por el suelo. La revaluación de valores se vuelve una constante necesaria frente a la inconsciencia humana.

Observemos ahora el cine, dividido por las grandes industrias mundiales a las que productores millonarios deciden, siguiendo estudios estadísticos, qué producto darle al consumidor, usando los canales o plataformas donde por cálculos aleatorios aparece un listado de lo que puede gustarle al observador.

En un tour que se ofrece cada hora en Universal Estudios en Los Angeles California se pueden observar varias oficinas que aparecen detrás de las grandes escenografías, donde un grupo de guionistas examinan las historias que después de varios filtros llegan a ser posiblemente las que tienen la suerte de producirse por esa casa productora.

Ahora bien, qué se le está pidiendo a la industria, cuando el cine independiente corre con fuerza con historias potentes, intrigantes y curiosas. Moonlight, ganadora del Oscar a mejor película en el 2017, muestra un abanico temático que sobrepasa las fronteras de lo básico para entrar en profundidades humanas. El personaje principal está en una situación de la vida rodeado por las drogas, la criminalización de su pueblo, el bullying, una familia disfuncional, y el premio del Estado a todo esto: la cárcel. ¿Entonces creen ustedes que la homosexualidad de este personaje es un conflicto humano preocupante ante lo anterior? Creo que es una película sobre un niño, un adolescente e incluso adulto que posee cierta inocencia ante muchas adversidades de la perversidad humana. La forma del agua, esta película abarca temas como la soledad, el amor y la solidaridad. Aunque no es una fórmula nueva, sobre todo si se ha visto El monstruo de la laguna negra, en donde Julie Adams es raptada por Ben Chapmanen (la criatura). En esta escena de 1954, la película tiene una fotografía acogedora, y las virtudes de los personajes que cobran fuerza en el plano físico cuando comienzan una relación de complicidad. Por último el thriller detonante Get Out me hizo recordar que en algún momento de la historia los colonizadores de muchas culturas, ya viejos enteleridos, vieron a sus esclavos y dijeron ¿cómo seríamos si nuestras mentes dominaran sus cuerpos fuertes? Pero ¿qué pasaría si con los avances de la medicina fuera posible realizar un trasplante de cuerpo? Del director Jordan Peele un thriller psicológico, que entre incomodidades visualiza brechas de racismo en nuestra época.

Disney y Pixar nos dibujan a Mesoamérica, digo yo, en la colorida e hipersensible Coco. Como alistada para que Donald Trump vea la escena de migración que se retrata cómicamente en la historia entre el mundo de los vivos y de los muertos para cambiar su plan maquiavélico de deportaciones y separación o desmembramiento del continente americano. Después de verla me quedó claro que el director estadounidense Lee Unkrich tuvo que convivir con las tradiciones profundas del día de muertos y los valores familiares que caracterizan a las culturas mesoamericanas.

¿Será la industria cinematográfica capaz de convencer de su preocupación por historias más humanas que logra tras millonarias inversiones en investigación de tendencias, frente a la capacidad intuitiva de miles de cineastas independientes en esta época de «democracia» en los medios de comunicación? Al final es una decisión entre el espectador y su deseo de escoger quien lo sorprende ante la pantalla grande.


Fernando Martínez

El cine es el arte de lo colectivo, mi columna trata sobre el análisis humano de lo que nos atrae a invertir tiempo frente a la gran pantalla. En el cine el trabajo técnico y artístico se funden para crear una pieza de consumo audiovisual, pero más allá de eso el cine representa coyuntura, afinidad, realidad y comunicación. Mi columna es el análisis de la mirada básica de un guatemalteco que desea dejarse sorprender por el séptimo arte. Busco entablar una relación con el lector respetando su punto de vista al igual que dándole la oportunidad de sacar sus propias conclusiones. En el lenguaje del cine menos es más, por lo que deseo aplicar el mismo lenguaje a esta columna.

Cine, el arte de lo colectivo

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