Edgar Rosales | Política y sociedad / DEMOCRACIA VERTEBRAL
No sé usted, pero a mí no me extrañan los recientes señalamientos públicos, con característica de denuncia penal, expresados por Juan Carlos Monzón, otrora colaborador eficaz de Roxanna Baldetti, y que han puesto en aprietos a más de un encopetado periodista del medio nacional y al menos a dos de esas poderosas empresas dedicadas al manejo de las noticias con espíritu de lucro.
Y no me extraña porque algunas veces sotto voce y otras, a voz en cuello, dichas prácticas han sido ampliamente comentadas en las redacciones de cualquier medio del país. Obviamente, es difícil comprobarlas de manera fehaciente, pero tampoco se necesita mucha agudeza para darse cuenta cuando el producto publicado (o la noticia no divulgada) apestan a asqueroso acuerdo bajo la mesa.
Así es: la corrupción no es exclusiva del sector político, aunque la prensa generalmente recarga la mano hacia ese lado, cuando se trata de actos reñidos con la transparencia. Si se trata de empresarios, ya sabemos, basta con haber fingido perdón para que esa misma corruptela adquiera la calidad de acto heroico y valiente.
El asunto es que bajo ese esquema es imposible la existencia de un periodismo verdadero en Guatemala. Uno que se acerque –siquiera disimuladamente– al honroso espíritu que motiva su misión, según lo concibiera gente ejemplar de prensa, como Kapuscinsky, Gómez Antón o Eloy Martínez.
Lejos de ello, es obvio que el periodismo criollo se pervirtió, y no de ahora, al decantar su línea editorial en favor de solo un lado del espectro político, económico y social, para así abdicar, de manera despreciable, al rol que tenía asignado en la sociedad, porque desde el último cuarto del siglo pasado se articuló plenamente con las tendencias noticiosas determinadas por las corrientes neoliberales dominantes en aquel entonces.
Recordemos un poco. Doctrinariamente, el compromiso del periodismo era mostrar la realidad social desde su unidad de acción natural: la información. La política, por su parte, era la ciencia y arte del buen gobierno dedicada al servicio de la sociedad. Uno y otra solían ser intermediarios entre el Estado y la población, y coincidían en un servicio que, contrario a lo que se afirma desde la academia, no era exclusivo de los partidos políticos.
En teoría, la función periodística en la vida política debía ser fundamental, asumiendo que todo periodista desempeñaría adecuadamente su papel de informar con responsabilidad. Por su parte, los políticos –especialmente cuando ejercen funciones públicas– debían asumir, sin remilgos, la responsabilidad de responder a las necesidades informativas de la sociedad.
Sin embargo, en la práctica esos bocetos se desvanecieron. Las noticias, que en el autoritarismo eran controladas por el Estado, pasaron a ser controladas por grandes empresas; algunas veces por grandes monopolios. Desde ese escenario, fabricaron la idea de que una sociedad apolítica es el paradigma deseable para países como el nuestro y, a contrapelo, el espacio del Estado debiera quedar reservado para los empresarios «porque así como tienen éxito en sus negocios, es seguro que lo tendrán al hacerse cargo de la cosa pública».
Es muy cierto que algunos representantes de la clase política han faltado a su compromiso con la sociedad, al haber trastocado la acción política para convertirla en una perversa área de negocios privados. Pero tampoco son todos. Empero, la prensa ha contribuido a acentuar el rechazo social hacia los políticos al contaminar con generalizaciones injustas e inexactas a todo el sector. Pareciera que el gran objetivo periodístico es acabar con los partidos políticos y sus líderes, sin excepción, y sin reparar –como si no tuviésemos ahora mismo un ejemplo latente– en el peligro que para la democracia representa la improvisación.
Pero el hecho es que la homogeneización del discurso masivo ha generado una especie de periodismo no político sino activista, aprovechando que la gente tiende a creer todo lo que lee, escucha o ve, sin mayor análisis. ¿Cuántas veces no hemos encontrado que reputados intelectuales comparten memes o fake news sin haberse tomado la molestia de indagar previamente si se trataba de información real, ficticia o intencionalmente manipulada?
Y a todo esto, ¿dónde quedó aquel romántico perfil del periodista entregado a la verdad; el que ejercía su oficio como un apostolado? Con el tiempo ha caído en la cuenta de que todo era una trampa moral, hábilmente urdida por los directores de medios para exacerbar su explotación laboral. Precisamente por tener conciencia de ello, no se les puede exculpar de responsabilidad en la perversión del periodismo.
Tanto así que un reportero ha llegado a entender que hay ciertas notas que jamás deben presentarse ante el editor; que existen determinados temas que es preferible no abordar y que algunas fuentes tienen sello de intocables. Que jamás se debe publicar el nombre del «conocido restaurante» donde ocurrió un asalto. No vaya a ser que se ponga en riesgo la billetera del dueño… y la del periodista.
Lejos de buscar la famosa e imposible objetividad, y aún a costa de sacrificar sus propias convicciones ideológicas, los periodistas suelen terminar haciendo eco a la agenda editorial impuesta. Así es como se asesinan honras, se fabrican culpables, se inventan denuncias o se sataniza a personajes, sobre todo cuando se trata de políticos. ¡Ah, pero no, la prensa es incapaz de jugar política!
Así que, con base en la experiencia y sin sorpresa alguna, no me queda sino creerle a Monzón. Si le hemos creído todos los desmanes protagonizados por sus exjefes, ¿por qué no habremos de aceptar estas acusaciones contra la prensa, tan solo porque algunos aceptan que sea este poder fáctico el que dice la última palabra y decide quién es Satanás y a quien hay que tratar como arcángel?
De lo que estoy seguro es que van saltar otros sapos cantores a la hora de ventilarse casos pendientes de ser conocidos por los tribunales e, igualmente, pueden resultar otros periodistas enlodados.
Para entonces, a ver a cómo se estará cotizando la dignidad personal en elPeladero.
Imagen principal tomada de Cubadebate.
Edgar Rosales

Periodista retirado y escritor más o menos activo. Con estudios en Economía y en Gestión Pública. Sobreviviente de la etapa fundacional del socialismo democrático en Guatemala, aficionado a la polémica, la música, el buen vino y la obra de Hesse. Respetuoso de la diversidad ideológica pero convencido de que se puede coincidir en dos temas: combate a la pobreza y marginación de la oligarquía.
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