El desplazamiento de las amenazas

-Bienvenido Argueta Hernández / DANZA CÓSMICA

Ser joven en Guatemala nunca ha sido fácil. Si ser joven en la ciudad capital es duro por lo que significa conseguir un trabajo, en el interior de la República se labora desde la niñez y con sueldos de hambre. Esto sin mencionar que se tiene el derecho a la educación en el área rural hasta el sexto grado, si bien va, y con una educación para pobres, solo como para mantener a la gente en esa situación de pobreza. Esto se reitera y en la actualidad, 27 de cada 100 niños se quedan sin estudios y 55 de cada 100 si son adolescentes. En esas circunstancias la movilidad social y el desarrollo son un engaño.

Las antiguas circunstancias de empleo, educación y salud han observado mejoras insuficientes y las amenazas de quienes vivieron en su juventud a finales de los años setentas y ochentas del siglo pasado estaban asociadas al conflicto armado. Un joven en el interior debía huir, literalmente, del ejército para no ser enrolado obligatoriamente en las fuerzas armadas para reprimir a sus coterráneos. Mientras que en la ciudad los jóvenes debían estar entretenidos o trabajando absteniéndose de apoyar a aquellos que se preocupaban por los destinos del país o la política. Estos últimos debían huir de ser víctimas de las fuerzas de la contrainsurgencia. Había que callar, camuflarse o expresar un discurso que era permitido a pesar de ser vacío.

Pero las circunstancias han cambiado en cuanto a las formas y los fondos. Mientras que la juventud sufría la amenaza de las fuerzas de seguridad de un estado autoritario y las fuerzas envolventes de aparatos de conversión o de dominio de masas a través de la alienación, hoy día los jóvenes prácticamente huyen de la violencia ejercida dentro de la propia comunidad y pares o se ven envueltos como parte de ella ante la ausencia de oportunidades.

El Estado es casi inexistente en muchos lugares y en otros puede existir siendo parte de los aparatos oscuros que controlan las amenazas, las extorsiones, los robos, la venta de droga y el sicariato. Los propios jóvenes que viven en áreas marginales relatan que las autoridades y fuerzas del orden están de acuerdo con quienes quebrantan la ley.

Los jóvenes se sienten temerosos ante las amenazas que sufren, las cuales van desde la ausencia de puestos laborales en sus lugares de origen que los obliga a migrar o a realizar tareas tradicionales, si bien les va, o optar por el empleo informal o situaciones de desprotección social. A muchos de los vemos en las esquinas pintados literalmente de plateado como malabaristas de machetes, pelotas o como si sus bocas fueran lanzallamas. En otras palabras, las amenazas se han transferido de un Estado represor hacia un Estado ausente y la marginalidad.

Los miedos de las jóvenes que estudian en zonas marginales de la ciudad se expresan en ser secuestradas, abusadas y hasta mutiladas. Mientras que los jóvenes no desean ser víctimas de balaceras, extorsiones o sencillamente de ser reclutados a la fuerza en pandillas juveniles. Quienes se resisten son perseguidos o lanzados desde un puente. Otros jóvenes han perdido los miedos y de manera desafortunada entran a ese gran resbaladero de la vida del crimen y la ilegalidad, que es desde donde pueden sobrevivir ellos, sus parejas y sus familias.

Hoy día los jóvenes que se organizan para ir al instituto y exigir que se complete su planilla de maestros salen a manifestar, y ante los oídos sordos, son víctimas injustificadas del atropello y la muerte. En otros casos, niñas y adolescentes que protestan por ser víctimas de trata en hogares del Estado son quemadas vivas.

Más allá de la caridad, las falsas moralidades y los juicios condenatorios, Estado y sociedad debemos reconducir estas dinámicas sea al ritmo del hip hop, el reggaetón o la música alternativa, o seremos víctimas tarde o temprano de voltear la mirada ante una realidad que tendremos frente a nosotros. Largo es el camino para desplazar las amenazas de ser joven en el país y convertirlas en oportunidades.

Bienvenido Argueta Hernández

Aprendiz permanente de los relatos encantadores de las gentes y explorador de las historias que nos muestran mundos diferentes entretejidos entre poesía, cuentos y pinturas. Me gusta jugar, subir volcanes y cruzar arroyos, recorrer laberintos y ser capaz de observar estrellas, paisajes y sonrisas. Escucho jazz o rap y en los intermedios hago investigación social y escribo sobre filosofía y educación.

Danza cósmica

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