El dependismo

Leonardo Rossiello Ramírez | Política y sociedad / LA NUEVA MAR EN COCHE

–¿Qué hora es? –preguntó Melania.

–¿Dónde? – respondió Brigitte.

Melania se fastidió por dos motivos. El primero era que ya estaba cansada de esa especie de síndrome TOC que era el minuciosimo de Brigitte en todo lo referente al logro de algo en realidad imposible: la precisión expresiva. En este caso era obvio que el contexto apuntaba al paso del meridiano en ese momento y donde ellas estaban. Brigitte tendría que haberlo tomado en cuenta y respondido con las cifras que podían leerse en el reloj. La hora, ahí, solo podía ser una y eso era lo único importante.

El segundo motivo de la irritación melaniesca era que la respuesta-pregunta de Brigitte estaba plenamente justificada. El hecho de que ellas estuvieran en determinado sitio no excluía que por ejemplo en Tumbuctú fueran otras las horas. Era verdad que la hora ”pendía de”, esto es, dependía de la posición de los observadores.

–Acá, no en Melbourne –respondió Melania, usando tres palabras de más.

–¿Cuándo? –respondió Brigitte, sabedora de que cuando terminara de informarle qué hora era, ya la hora sería irremisible otra, así fuera la diferencia por fracciones de segundo.

En ese pequeño diálogo se confrontaban dos posiciones antagónicas, el anteojerismo y el dependismo. El primero toma su nombre de las anteojeras, prenda apropiada para equinos y que impone una visión precisamente burra (inmediatista, de túnel) de las cosas. El segundo, ismo hermano de la deconstrucción (manía que termina por disgregar el sentido y hacer papilla todo significado), toma su nombre de la expresión relativista ”Depende”.

De acuerdo con el ángulo con que se considere el tema, puede sostenerse que el dependismo es una posición filosófica simpática. En realidad, casi todo depende de algo y no es fácil encontrase en situaciones absolutas. Dicen por ejemplo que no tiene sentido preguntar qué había antes del Big Bang porque el tiempo habría comenzado a existir con ese fenómeno, y tratan de hacerte entender la idea con que al sur del polo sur no hay sur. Pero, depende, porque hay un polo sur geográfico y otro magnético. En el polo sur geográfico la brújula te mostrará dónde está el sur magnético, y en el polo sur magnético el GPS te indicará el camino al polo sur geográfico. Que no me vengan a… No hay garantías de que no haya habido dos Big Bang: uno físico y otro metafísico. Y eso depende de qué universo estemos hablando.

Tampoco hay garantías de que el niño que puso al papa Francisco a parir piñas cuando le preguntó qué hacía Dios antes de la creación, no tuviera dos razones con su inquisición, una metafísica y otra existencial. Además, depende de qué dios estemos hablando.

Pruebas al canto de que el dependismo se las trae (aunque depende de quién y cómo formule la observación) pueden encontrarse en el Mundial de fútbol.

–¡Messi erró un penal! –postuló Brigitte. Y Melania, en cierto modo vengativa (aunque depende; quizá estaba aprendiendo), replicó:

–No lo erró: el guardametas islandés Hannes Halldorsson se lo atajó.

Cuentan que después de ese diálogo hubo una discusión más entre Melania y Brigitte, (hay quienes sostienen que solo fue intercambio de opiniones), que habría versado sobre si era lícito o no decir que el islandés era guardametas. Porque ¿qué es ”era”? Los marcadores de identidad muchas veces son fugaces e intercambiables: sexo, nombre, profesión, nacionalidad… Depende. A fin de cuentas, Halldorsson nada cobraba por oficiar de arquero en su equipo. Su verdadera profesión es director de cine.

Eso fue unos días antes de que Ronaldo, deseoso de no ser menos que Messi, errara otro penal. O, dependiendo de la perspectiva, sucedió cuando el antiguo pastor y ahora guardameta iraní Alireza Beiranvand le atajó un penal a Ronaldo. Por supuesto, la discusión entre Brigitte y Melania se repitió en semejantes términos porque ninguna se había apartado mucho de sus posiciones iniciales.

México, por ejemplo, estuvo dependiendo de que Alemania perdiera contra Corea del sur para entrar a octavos de final. Basta mirar alrededor para encontrar ejemplos luminosos de dependismo en otras áreas de la actividad humana. Cuando una amiga mía estaba casándose, la fustigó un relámpago impensado. Después de haber obtenido información sobre sus intenciones respecto a aceptar o no a mi amigo como esposo, la jueza de paz le preguntó a él si la tomaba como esposa. Mi amigo, fiel a su sino, respondió: ”Depende”. Ahí comenzó una relación no exenta de esos seres abstractos que son los problemas, que ni mi amigo ni su esposa pudieron nunca expulsar a un territorio donde los exterminaran las soluciones. Por lo menos están convencidos de que cualquier sitio y devenir sin problemas tiende a ser aburrido.

La política y la democracia es otra instancia en la que su implementación depende de interpretaciones de quienes detentan el poder. Todo depende. ¿Todo? Depende de qué se entienda por ”todo”. En la República Democrática de Peluchistán se puede elegir cada seis años entre candidatos de un solo partido, pero vota el 99 por ciento de los inscriptos. En Trumpolandia, cada cuatro años, menos del 50 por ciento de los habilitados elige a quienes van a elegir quién va a decidir durante los cuatro y muy probablemente ocho años siguientes.

Pero hay otras maneras de sentir que el voto de uno es importante. Yo podría votar todos los días. Aunque depende; hay días en que la real gana no se me aparece. Puedo votar entre las múltiples opciones que ”La pregunta del día” ofrece en la página inicial del navegador que uso. Y después se pueden ver los resultados en términos de porcentajes del universo de votantes.

Hoy por ejemplo la pregunta era ”¿Te gusta que haya ventanillas en los aviones?” Las opciones eran:

  • Sí, es bonito mirar para afuera.
  • No, me gustaría no mirar cuando despega y aterriza.
  • Es innecesario. Los asientos con ventanilla deberían ser más caros.
  • No me importa, solo me interesa llegar.
  • Depende del avión, de la cantidad de horas del vuelo, de si está nublado, del destino, de la oferta de pelis, del servicio de a bordo, de los vecinos, de si uno está o no con sueño, del humor de cada uno.

Antes de haber ejercido mi derecho al voto recordé que Protágoras había enseñado que cualquier asunto tiene por lo menos dos aspectos. Depende de cada uno si se toma la molestia de pensarlos y actuar en consecuencia. Así que me tomé la molestia de un solo trago y luego voté. Quedé en minoría.


Continuará.

Leonardo Rossiello Ramírez

Nací en Uruguay en 1953 y resido en Suecia desde 1978. Tengo tres hijos, soy escritor y profesor en la Universidad de Uppsala.

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