El debate sobre los estados fallidos y la historia inconclusa de Guatemala

-Ricardo Gómez Gálvez / GUATEMALA: LA HISTORIA INCONCLUSA

Un punto medular a considerar en esta etapa de construcción inconclusa de la democracia en Guatemala, en el debate sobre la seguridad global y de la región, es la terminología de Estado fallido o Estado parcialmente fracasado, y pocos ponen en duda la aplicación de estos términos para clasificar la realidad estatal de países como Guatemala, en tránsito hacia una nueva institucionalidad. No obstante, son escasas las reflexiones que se aproximan a explicar por qué hemos llegado como país a esta condición, y muchos menos a presentar propuestas concretas para mejorarla o superarla.

Aunque no es este el espacio para emprender esa tarea con profundidad, es importante considerar algunos planteamientos sobre este problema.

Es fundamental señalar que un aspecto central de la consistencia de una construcción estatal lo constituye la presencia del monopolio efectivo de la fuerza legítima. Sin ese monopolio efectivo, enmarcado en su normativa constitucional, bajo formas institucionales diversas, el Estado pierde su eficacia y su integralidad, especialmente porque afecta profundamente su institucionalidad judicial, su capacidad para la persecución criminal, y por tanto, su capacidad para garantizar el orden y la convivencia sociales y democráticas.

En este sentido, un estudio reciente de la situación de la región que adopta como categoría de análisis el paradigma del Estado fallido, sostiene que a diferencia de otras zonas del mundo donde se aplicó originalmente este enfoque -el África subsahariana-, donde el Estado prácticamente ha desaparecido o dejado de existir, dado que esos estados perdieron completamente su capacidad para imponer su monopolio sobre la fuerza legítima, este no es el caso que se presenta en los países latinoamericanos.

Las perspectivas que tiene un país para contrarrestar este problema están asociadas a dos factores clave: la existencia o la no existencia de actores o fuerzas nacionales democráticas con capacidad de acción efectiva (entre otros, destacadamente los partidos políticos) y la ubicación del país en el mapa de intereses geoestratégicos y geopolíticos hemisféricos y/o globales.

Por otra parte, es preciso superar la dicotomía patología-normalidad desde la cual se ha planteado el problema de los Estados fallidos.

Asimismo, los Estados fallidos ponen en el centro del debate hasta qué punto la conformación de una economía global implica también una decisiva interdependencia en nuevas dimensiones securitarias, que difieren en el tratamiento integral de la seguridad democrática.

Así, la relevancia internacional ya no concierne solo a la posesión de recursos de poder tradicional (militar, político y económico), tal y como se había asumido en la lógica westfaliana, sino que la debilidad, la fragilidad, se convierten en elementos pertinentes en el juego político mundial, dada su potencialidad para desestabilizar el sistema internacional y generar anarquía.

A su vez, los estudios que profundizan sobre el tema, lo hacen fundamentalmente desde la perspectiva de la seguridad internacional, separándolo de sus dimensiones económicas.

Cabe agregar, para situar más adecuadamente este fenómeno que de una manera u otra, que todos los Estados nacionales, grandes y pequeños, más fuertes o más débiles están profundamente afectados por la globalización y ya no pueden garantizar plenamente el cumplimiento de los requisitos de la soberanía nacional y de las garantías fundamentales que establecen los órdenes constitucionales clásicos westfalianos, generando las condiciones para una creciente crisis de estatalidad.

Los casos de Afganistán y de Irak han mostrado hasta qué punto resulta extremadamente complejo el intento de (re)construcción estatal basado en una visión simplificadora de lo que es y deber ser el Estado.

El tema de la falla estatal revela una toma de conciencia de las profundas transformaciones de la estatalidad, que en realidad no son recientes; estos cambios habían sido invisibilizados o distorsionados durante la Guerra Fría y ahora se ponen en relieve y se vinculan más claramente a la globalización.

La falla estatal no constituiría por consiguiente una patología, sino más bien un rasgo que puede considerarse estructural en el orden global que se estaría construyendo.

Ella nos remite a la necesidad de problematizar la estatalidad como fenómeno central; de comprender qué es realmente el Estado de hoy; de salirnos del discurso esencialista del Estado y del nacionalismo; de reformular el concepto moderno de Estado-nación, para comprender de qué modo el Estado como organización política central ha cambiado sustancialmente.

Países como Guatemala se encuentran en medio de una paradoja: mientras grandes grupos de su población y territorio se someten al control del Estado y el régimen democrático, subsisten todavía grupos o sectores armados (armed actors), que recurren a la violencia para hacer valer sus intereses económicos y políticos frente al Estado. El resultado de la existencia de estos grupos es la erosión y deslegitimación gradual de la autoridad estatal.

Asimismo, cabe aclarar que cuando se habla de los grupos que hacen valer sus intereses económicos y políticos frente al Estado, no se habla únicamente de aquellos relacionados con el narcotráfico, delincuencia organizada, maras, entre otros; sino también de aquellos grupos con intereses políticos y económicos.

Dicho en otras palabras, a diferencia de los Estados africanos, en nuestros países, lo más pertinente es hablar de «fracaso (parcial) del Estado» o falla(s) estatal(es).

Esta distinción es crucial, no solamente desde un punto de vista teórico, sino (y principalmente) desde el enfoque político, sobre todo porque con relación a los casos más extremos, el margen para acciones políticas internas de carácter institucionalizador y de apoyo por parte de la ciudadanía son deseables y aún posibles, con la salvedad, obviamente, de cada caso particular. Los partidos políticos juegan un papel determinante en este balance, aunque su fragilidad frente a los poderes fácticos es evidente.

Y claro está, existe el riesgo de padecer un fracaso parcial, en el que puede llegarse al colapso total, si no se contiene el proceso de deterioro de la estatalidad.

Ricardo Gómez Gálvez

Político de vocación y de carrera. Cuarenta años de pertenencia al extinto partido Democracia Cristiana Guatemalteca. Consultor político para programas y proyectos de la cooperación internacional y para instituciones del Estado.

Guatemala: la historia inconclusa

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