El café Ana

-Enrique Castellanos / ENTRE LETRAS

De enero a octubre Antigua era una ciudad de estudiantes. Se caracterizaba por tener establecimientos educativos de prestigio a nivel nacional. El Parque Central solía convertirse los viernes por la noche en una especie de noria humana a donde decenas de estudiantes acudían para charlar y hacer nuevas amistades, mientras la sonoridad de una marimba surgía del atrio de Catedral. Caminando despacio en pequeños grupos unos detrás de otros, los estudiantes daban vueltas y vueltas en los dos círculos concéntricos que bordean la Fuente de las Sirenas de la pileta central. Más de algún estudiante recordará dicha fuente porque en el curso de artes plásticas los llevaban a dibujar a las sirenas de cuyos pechos al viento, sostenidos por sus propias manos, emerge el agua de la fuente.

En esta ciudad tuvimos grandes profesores, pedagogos de la vida. Igual compartían charlas amenas de filosofía, hasta un buen trago en el barcito de don Yaco. Personas profundas con humanismo incorporado. De alguna manera nos enseñaron a conceptualizar e intentar interpretar la realidad.

El corredor del portal frente a la librería La mariposa se había convertido en el punto de reunión. Durante un tiempo casi todos los días nos reuníamos ahí. Algunas veces nos quedábamos en el Café Providencia que estaba en la esquina del Portal con quinta calle poniente.

Cerca de las cinco y media indistintamente por todas las esquinas fueron apareciendo «los del grupo». Grata y voluntaria convergencia pautada sin decirlo. Cada quien se las arreglaba para estar en ese punto del universo, puntuales como tarea rutinaria. Sin complicarnos la vida, no sabíamos de reflexiones y búsquedas de coherencia ni nada, solo nos gustaba sentirnos arropados por el grupo, arrullados por palabras, acolchonados por risas, amelcochados por un enervante y vigoroso presente que no veíamos pasar pero experimentábamos.

Teníamos una suerte de identidad tribal que después le llamaron subculturas urbanas raras. Padecíamos de algo como sincronicidad etaria y social. Teníamos claridad de que no queríamos ser sumisos, no queríamos tener prejuicios y no nos sentíamos acomplejados. No hablábamos de globalización pero sí del universo, nuestra mirada quería ir más allá del cerro de la Cruz y los volcanes. Queríamos conocer Guatemala, queríamos salir al mundo, viajar, relacionarnos con habitantes de otras latitudes, conocer gente, pueblos, culturas. Cada quien con su rollo y siempre encontrábamos el momento para escucharnos. Había instalada una especie de escucha activa colectiva. Un interés por el otro sin saber que años después a eso se le llamaría la otredad y, hablaríamos de empatía y alteridad.

En aquel tiempo solo éramos nosotros mismos, misma ropa, común ropa de sastre, de mercado o almacén. Nada de rimbombancias ni modas. Ana Paula casi siempre de falda estilo gitana; Beatriz, enfundada en lona desteñida. Quizá lo más fastuoso era el abrigo largo tipo gabán que solía llevar Sebastián, o el sombrero de fieltro de copa alta de Manuel.

Este jueves hacía una tarde esplendorosa y decidimos irnos al Café Ana. Un pequeño lugar de mesas sencillas de madera con manteles de cuadros celeste y blanco y un tapete grisáceo ovalado al centro. Un ventanal grande de vidrios claros ofrecía una apacible vista al jardín.

Aunque inquietos por la ausencia de Beatriz, enfilamos hacia el sur por la quinta avenida. A unos cuantos metros de la entrada ya se percibía el aroma de un tueste seco y amargo de las tazas que servían dentro. Antes de entrar decidí esperar en la esquina por si Beatriz aparecía.

La vi venir en la distancia, ya había pasado el portal y venía quizá por el teatro Contreras. Caminaba con paso de medio a ligero con leve inclinación sobre el pie izquierdo. La ondulación de su pelo hacia atrás de la frente, sujetado por una delgada diadema, otorgaba a su cara una sensación de seriedad. Cuando llega me dice que siempre quiso estar en esa esquina para ver cuando se encienden las luces de la ciudad y, luego entramos.

Mientras avanzaba el año, este sitio se fue convirtiendo en el lugar para las tertulias. Sin embargo, ese día fue especial, porque fue cuando Manuel nos dijo que se iba. Al decirlo nos quedamos mudos por un instante y luego: ¿Cómo así?… ¿Qué paso aquí?,… dejar Antigua no estaba en los planes de nadie. Eso estaba clarísimo, pero agudizando la voz dijo de nuevo: Me voy muchá… Suponíamos, intuíamos, percibíamos que no obstante el desarrollo incipiente de nuestras conciencias algo tendríamos que ver con la situación política que atravesaba el país. Para ese tiempo ya habíamos leído La pedagogía del oprimido de Freire; Violencia y política en América Latina de Barreiro o Pedro Páramo de Rulfo, entre otros. Íbamos de la enajenación del trabajador en el proceso productivo desde la mirada del Che, hasta el sentido de la Rapsodia bohemia de Mercury y el Queen. Divagábamos entre dos Coreas, Vietnam y Ho Chi Min, hasta Nebaj, Chajul y Cotzal, pasando de «playa Dorada» hasta «playa Girón».

Teníamos nociones del país. Nociones de que a Guatemala la gobernaban, dominaban y controlaban los finqueros cafetaleros, azucareros, grandes empresarios organizados en familias. Ya conocíamos el significado de la palabra oligarquía. Algunos ya habíamos leído Diecisiete instantes de una primavera de Semiónov. Este último libro lo pasábamos de mano en mano forrado con papel lustre, especialmente para que no se viera que era de un escritor ruso y nunca supimos como apareció entre nosotros.

Manuel nos confió que tendría que irse por un tiempo porque su casa estaba siendo vigilada por comisionados militares que ya habían inquirido por las actividades de él y su hermano. Sorprendidos por el hecho que algo que creíamos lejano estuviera ocurriendo tan cerca a nosotros, nos impactó y puso caras serias a todos. Resolvimos que lo mejor era dejar de juntarnos y permanecer desapercibidos en la ciudad. Nos inventamos un mecanismo de comunicación supuestamente ágil para estar informados de lo que haríamos en los siguientes días y por si alguien necesitaba apoyo.

Esa noche, todos experimentamos un gran aprendizaje en nuestro sistema límbico. Habría de quedarse esa charla en la memoria como un cuadro surrealista y abstracto, como detenido en el tiempo, acudiendo constantemente a repasar la vida, especialmente la vida colectiva.

Cuando salimos del café, la vieja ciudad bohemia se tornó de pronto de otro color. Como preámbulo a lo que vendría después, vimos pasar a una cuadra de nosotros al convoy de la muerte. Así se le decía a los vehículos que por las noches salían a hacer agarradas para el cuartel. Una especie de servicio militar obligatorio. Primero pasó un jeep artillado seguido por un camión militar al que le cabían alrededor de cincuenta jóvenes, en la retaguardia un picop polarizado sin placas.

Las agarradas para el cuartel eran prácticamente el secuestro legalizado de jóvenes. A muchos se los llevaban para ponerlos delante de la tropa regular en las montañas, especialmente a jóvenes indígenas. A los que eran de algunas familias más conocidas, quedaban adscritos al servicio militar y acudían todos los domingos a la instrucción de ejercicios militares y charlas de civismo.

Se sabía que llegaban a esperar a los jóvenes a las afueras del instituto nocturno, afuera de lugares de trabajo como beneficios de café, pequeñas fábricas, cines, hasta panaderías. Al que le hacían el alto y no se detenía lo correteaban hasta alcanzarlo y además de propinarle severos golpes, el reporte indicaba que era sospechoso de traición a la patria. Este sistema de reclutamiento militar también era utilizado para detener a personas de las cuales ya tenían cierta información. De esa cuenta verificaban sus actividades de participación estudiantil, obrera, campesina, etcétera. Muy eficaz el sistema para el control social.

De Ana Paula supimos que se fue a Noruega, conoció a alguien en uno de sus viajes al volcán de Acatenango y tiempo después estaba volando al país nórdico. A Manuel lo encontré unos años después en Managua en la Plaza de la Revolución, nos saludamos, abrazamos e hicimos miles de preguntas en silencio. Cuatro años más tarde se supo que intentando cruzar la frontera entre México y Huehuetenango había desaparecido. A Sebastián lo encontré una Navidad en casa de los García, también en Managua, llegaba de Costa Rica con mochila al hombro y la bandera de Guatemala amarrada en la cintura, meses después viajó a Toulouse, Francia donde radica. De Beatriz supimos realmente, muy poco.

Hoy, intentando resarcir al mes de septiembre me vine buscando el Café Ana. Que aún está, permanece todavía… Al caminar las empedradas calles, la historia surge, como escondida, agazapada, entre muros y jacarandas, faroles y callejones, como primavera la antigua ciudad brota. Quien vivió o vive esta ciudad, sabe cuando los atardeceres ya circulan en las arterias y se han quedado ahí en un eterno circuito recordándote cada ventana, cada portón, cada piedra. Aquí las calles parecen una intrincada estructura de la memoria, de cuyos pasos siempre surge algo inesperado. Aquí las noches pasadas deambulan saltando entre tejados recreándote silencios y sueños como pasos perdidos hallados a base de olfatear andares. Aquí las esquinas son parte de tu substancia y sabes que vas a heredarla en tu ADN.

Antes de entrar me detuve en la esquina y al ver hacia el norte, una silueta venía caminando quizá por donde alguna vez estuvo el teatro Contreras. El aroma del café se volvió intenso y mis papilas se entusiasmaron. Algunas neuronas se codearon para dar paso a la imaginación de la posibilidad, ¡a lo mejor!, ¡puede ser!, ¡y porqué no!… Quizá sea Beatriz, la que viene caminando en la distancia hacia el Café Ana.

Enrique Castellanos

Educador popular, promotor del desarrollo. Voluntario de cambios estructurales y utopias.

Entre letras

11 Commentarios

anamara 18/02/2018

Que lindo Luisen, recuerdos tan grandes que me transportaton al pasado imaginando todas las esquinas de nuetra Bella Ciudad Colonial, Antigua. Félicitations y siempre adelante!

Myrna 18/02/2018

Mi querido Luisen,yo nunca viví en Antigua,pues prácticamente me perdí de toda esa vida,pues como recordarás me quede en Pochuta y me casé muy joven sin todas esas vivencias,pero no sabes cuan agradecida estoy de tener la oportunidad de leer estas letras que sin dudarlo me transportan a esa bella ciudad de Antigua y a esos momentos vividos por ti y tú grupo,y pienso que lindos recuerdos abrigas en tu corazón ,Felicitaciones mi hermanito. “Recordar es vivir “ Tqmmm

Maria Jose 18/02/2018

Dicen que recordar es volver a vivir….. simplemente hermoso!

Carlos Rivera 18/02/2018

Conocer como era el mundo antes de haber nacido y aquellos acontecimientos que le dieron forma al mundo que recibimos es para mi la búsqueda más apasionante que no existe en Google. Gracias por compartirnos algunos fragmentos de entre las miles de páginas que conforman la enciclopedia de la vida

Sucely López 18/02/2018

Simplemente hermoso! Aunque la época es otra, Al leerlo pude imaginar esas bonitas tardes de amigos! Felicidades!

Rod 18/02/2018

Es indescriptible el sentimiento que me sacudio al recordar esa vida tan hermosa que viviamos en aquel tiempo hace 2 años tube la oportunidad de regresar al cafe ana u volvi a vivir 40 años atras wow felicitaciones por escribir tan preciosos recuerdos.

Doriss selina 18/02/2018

Definitivamente su narrativa transmite el sentir de un grupo de jóvenes, un lugar de quimera, el deseo de una utopía, en fin la similitud de ideales que fueron y seguirán siendo la razón de luchas constantes quizás de generación en generación. Muy gratificante este tipo de lectura. Mi respeto y admiracion para usted Luis Enrique. ¡Felicitaciones!.

Juan Carlos 17/02/2018

Definitivamente mi querido Luis Enrique que leer tus letras es volver a estar con vos sentado en el parque compartiendo un cigarro casino esperando reunirnos con los amigos del grupo. Ese recuerdo de nuestro paso por la Antigua es algo que se lleva tatuado para siempre. Cada tarde aún espero ese café de las 4. Café Ana está impregnado de recuerdos.

Efraín 17/02/2018

Esa forma singular de compartir hace retroceder y repasar en los recuerdos las cosas que hoy nos hacen ser lo que somos….que calidad de compartir tu Gaceta amigo. Mis respetos para vos y seguí cultivando esa cultura importante para el fortalecimirnto de nuestro futuro.

Fabiola Alvarez 17/02/2018

Gracias por compartir tan lindos recuerdos , un abrazo.

Guino 17/02/2018

Gracias por tan bonito recuerdo de nuestra juventud, la cual disfrutamos de la mejor forma y sin tantas necesidades como en estos tiempos, una vida mas sencilla pero muy completa , saludos
Guino

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