El automóvil nos mata

Marcelo Colussi | Política y sociedad / ALGUNAS PREGUNTAS…

Globalmente, cada dos minutos muere una persona por un accidente automovilístico. Hoy es la décima causa de muerte; para el 2020 será la tercera. Es una «epidemia» en términos de política sanitaria.

Desde la aparición del automóvil, hace más de un siglo, su crecimiento siguió un ritmo vertiginoso, creando perspectivas fabulosas en cuanto a comunicaciones, pero generando también problemas socio-sanitarios tanto o más grandes que los aportes que realizó.

Lo curioso es que el tema no es abordado como problema sanitario. Las medidas tomadas no están a la altura de la gravedad de los acontecimientos, por lo que la visión a futuro no se muestra muy prometedora. Solo con medios de transporte público rápidos, eficientes y seguros se podrá pensar en soluciones. Lo que está en discusión es el primado del automóvil particular, símbolo de la opulencia económica, marca de prestancia social, de triunfo, y destructor del planeta como muy pocas otras cosas.

La industria del automóvil, y la del petróleo que va coligada, son dos de los sectores económicos más grandes. La tendencia en marcha busca su ampliación continua. De esa cuenta, el desastre sanitario no encuentra verdadera contención, sino solo remiendos cosméticos.

Todo indica que mientras existan reservas petroleras (dos siglos más), el motor de combustión interna no sufrirá mayores variaciones. Autos que, en la gran mayoría de casos, transportan a una sola persona o a una sola familia. En todo caso, se reemplazarán los derivados de combustibles fósiles (gasolina y diésel) por otros derivados de biomasa, los llamados biocombustibles (a base de maíz, caña de azúcar o palma africana), tanto o más desquiciantes en términos de sustentabilidad planetaria que el petróleo (para producir un galón de biocombustible se necesita una hectárea de maíz).

La industria del vehículo automotor individual transformó la cultura del siglo XX; tener auto propio es sinónimo de progreso –aunque haya «epidemia» de accidentes y contaminación demencial–. Su mercadeo alcanza ribetes por demás sutiles, logrando hacer del consumo del automóvil privado una necesidad de primer orden.

Mientras haya cada vez más automóviles circulando no hay solución a la problemática de los accidentes. No puede haberla por varios motivos inmodificables: 1) la cantidad de vehículos en movimiento es tan grande que torna matemáticamente imposible evitar un porcentaje de colisiones entre tantos móviles. Al respecto no hay medidas técnicas que puedan evitarlo: ni nuevos sistemas de frenos, ni mecanismos de guiado automatizado que minimicen al máximo el error humano. Mientras haya cuerpos en movimiento, necesariamente habrá colisión entre algunos de ellos. 2) Los conductores de esos aparatos son seres humanos, y los seres humanos somos falibles. Por otro lado, –ahí está la llave del negocio justamente– de lo que se trata es que cada vez más gente disponga de su auto privado, que lo maneje, que lo renueve cada tanto, o que compre repuestos (por cada unidad nueva que se vende, se venden dos más en forma de autopartes, de repuestos). Quienes los manejamos somos ciudadanos comunes muy precariamente capacitados para ese oficio, y no pilotos profesionales (como sucede con otros medios de transporte: aéreos, acuáticos); por tanto, el grado de impericia a la hora de conducir es imposible de ser reducido. Conclusión: no hay modo alguno, con esa tendencia, que pueda reducirse el número de accidentes. 3) Psicológicamente considerado, todo conductor de automóvil dispone de un medio que le permite dejar aflorar legalmente su violencia. La agresividad humana se manifiesta de las más variadas formas: el conducir es una de ellas, y quizá una de las más sutilmente horrendas. Disponer de un automóvil es disponer de un arma –los peatones atropellados (30 % de las víctimas de accidentes de tráfico) pueden testimoniarlo de modo fehaciente–. Este tenor agresivo que nos surge tras un timón, valga aclararlo, no es en modo alguno patológico; es lo más común y esperable que pueda suceder. Ahí está la contaminación sonora de toda gran urbe para evidenciarlo.

El automóvil individual es, como pocos, símbolo del éxito del sistema capitalista, la representación de su prosperidad y su llamado a un consumo interminable donde la «superación» y el «avance» personales se miden en función del nuevo modelo de automóvil del que se dispone. Dentro de esos marcos, pensar en reemplazarlo se muestra una tarea titánica, muy difícil en principio, quizá imposible. La catástrofe ecológica ya en curso puede sensibilizar a más de algún consumidor, a muchos quizá, quienes reemplazarán su auto por la bicicleta tal vez, pero la oferta de vehículos no cesa. Y en tanto las grandes multinacionales productoras de autos sigan existiendo, la tentación estará siempre puesta ahí, al alcance de cualquiera, para «mostrar su nivel». Todo lo cual demuestra que, lo quiera o no, el sistema capitalista no tiene en el largo plazo sino el futuro de seguir hundiendo a la humanidad, o a buena parte de ella.


Fotografía tomada de Uno Santa Fe.

Marcelo Colussi

Psicólogo y Lic. en Filosofía. De origen argentino, hace más de 20 años que radica en Guatemala. Docente universitario, psicoanalista, analista político y escritor.

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