El arte de la queja

Leonardo Rossiello Ramírez | Política y sociedad / LA NUEVA MAR EN COCHE

Seguidores, tal vez inconscientes, de Baltasar Gracián, que ya en el siglo XVII postuló que la queja traía descrédito, muchas personas opinan que la queja es algo negativo. Pero no se dan cuenta de que es un arte, y de que en verdad uno puede encontrar numerosos aspectos positivos en la queja. Para empezar, señalemos que es una especie de motor para un cambio que, por lo general, promueve la mejora de la situación que la genera. Para que el lector no se queje de que no presento evidencias que sostengan el aserto, pondré algunos ejemplos.

Es sabido que al nacer, la mayoría de los bebés se queja a grito pelado. Mi teoría es que los bebés inician su camino al victimismo, que tantas satisfacciones les dará en la vida, por tres motivos: a) porque los sacaron de un lugar cómodo para colgarlos de los pies y pegarles; b) porque están sucios y c) porque sienten frío (pasar de 37 a 23 grados Celsius es algo digno de queja si uno es un bebé).

Parteras, parteros y asistentes de enfermería tienen el buen tino de limpiaros y envolverlos, pero las madres enseguida tratan de acallar la sonora queja con métodos alimentarios. No se sabe por qué, pero están convencidas de que su bebé, no conforme con haberlas parasitado durante nueves meses, llega a este valle de lágrimas con hambre. Lo cierto es que esta queja primordial del humano recién nacido es una estrategia ganadora: como pone la letra del tango Cambalache, el que no llora no mama.

También es algo bueno esa forma de la queja ante la realidad (cruda o cocida), que son las diferentes expresiones del arte. Sin esas quejas, la humanidad no contaría con las hermosas producciones de los garabatos (algunos despistados los llaman grafitis) que hermosean los muros de tantas ciudades, con la música atonal de un Arnold Schoenberg o con la poesía estridentista, para poner solo tres ejemplos.

La queja es, asimismo, un ámbito apropiado para ejercitarse en el más sofisticado arte de la retórica. Decir «¡Qué calor!» (mejor en un día de verano, cuando uno espera que haga frío) es mucho menos efectivo que asegurar que las gallinas están poniendo huevos fritos. Además, anima al que escucha a responder con algún comentario sobre el cambio climático. Recientemente, ante las masivas quejas por la ola con látigo de frío polar de hasta menos 40 grados Celsius que azotó una parte de Estados Unidos, el POTUS se quejó púbicamente de que el calentamiento global no llegaba, en circunstancias en que tanto lo necesitaban. ¿No es fino?

Es bastante asombroso el hecho que diferentes naciones se quejen de sí mismas. Por ejemplo, he oído de boca de muchos suecos que el pecado nacional es la envidia. Es para mí difícil entender eso de ponerse triste por la alegría de otro. Pero allá ellos; últimamente, por la crisis gubernamental, han tenido buenos motivos para no despertar ese vicio en sus vecinos.

Se dice que los finlandeses practican la queja silenciosa de pensar de ellos mismos que son demasiado parcos, aunque a decir verdad no solo yo no he escuchado a ninguno decirlo; nadie lo ha hecho. Es un asunto aceptado sobre el cual prefieren no expedirse.

En el otro extremo de la línea de cantidad de palabras expelidas por habitante por minuto estarían los naturales de Italia, cuna de Cicerón, Quintiliano, Mussolini y tantos otros oradores. He oído a muchos italianos quejarse (non cambi mai) de que la gran falencia del país es, si se me permite hacer una severa síntesis, hablar demasiado. Soltanto parole, parole (repetición evitable, sí) tra noi

De boca de numerosos norteamericanos, cuando la tienen vacía, he oído que el pecado nacional es la gula. La industria del azúcar de ese gran país tiene a bien que así sea, hasta el punto de que producen bebidas, salsas y aderezos para ensaladas dulces. Eso no sería tan grave si no fuera porque pretenden vendérselas a los maestros de la comida agridulce, los chinos. Otros, en cambio, se quejan de que el pecado nacional sea el de producir y difundir noticias falsas, como que el pecado nacional sea la gula.

Más digno de nota aún es el que los uruguayos parecen contestes en que si el deporte nacional es el fútbol, el pecado nacional es la queja. De eso nos quejamos, de que todo el mundo opine del fútbol sin saber y de que seamos tan quejones. He podido comprobar que nos quejamos del frío, del calor, de que llueve (como si lloviera ácido) y de la sequía. El precio de los higos turcos está por las nubes, se quejaba hoy un señor al salir de la caja de un supermercado.

Las estadísticas muestran que es el país de la región con menos inseguridad, lo que es ignorado por algunos políticos que aspiran a quejarse con hechos. Un advenedizo en política se perfila con el eslogan (que de por sí es una queja) «Tolerancia cero a la delincuencia», sin que se sepa qué significaría si él ganara. Otro, amigo de la buena suerte, es un poco más inquietante en su explicitud: «Mano dura y plomo».

Con discreta elegancia, deja a la imaginación del votante cómo él la emprendería contra los delincuentes económicos de guante blanco y contra los políticos corruptos.

Y a propósito de transformar una queja en hechos palpables y positivos, se podría ejemplificar con los carteles de la droga. Se quejan de que el mercado se les está reduciendo por la legalización de la marihuana, se quejan de la represión estatal (y si no, asomarse al show judicial del filántropo y director de cine fracasado (alias) el Chapo) y, puestos a quejarse, se quejan de la competencia de otros carteles. Todo eso es cierto, pero lo que no puede negarse es que la narcoqueja se expresa en la eliminación de narcos enemigos, lo que a veces incluso llevan a cabo en diferentes urbes con arrestos decorativos de una estética gótica notable.

Otra observación: no hay que confundir la queja con la protesta; si bien se traslapan, la primera es partera de la segunda. Hay personas que creen que protestan, como puede apreciarse en esta foto (posiblemente manipulada).

Pero en realidad están quejándose, sea de la oposición, o del gobierno, según se mire.

En fin, no quisiera que se interprete estos argumentos a favor de la queja como algo más bien positivo como una queja más. Tampoco como un llamado al conformismo. En realidad hay tan pocas razones para estar conforme como para quejarse. Como reza un refrán oriental, «Si tu mal tiene remedio ¿por qué te quejas? Si no lo tiene ¿por qué te quejas?».

Fotografías proporcionadas por Leonardo Rossiello.

Leonardo Rossiello Ramírez

Nací en Montevideo, Uruguay en 1953. Soy escritor y he sido académico en Suecia, país en el que resido desde 1978.

La nueva mar en coche

3 Commentarios

Raquel 05/02/2019

» la queja es la partera de la protesta»… tal cuál!!. Qué bueno!.
Felcitaciones!!. Muy interesante👍

Mabel 03/02/2019

Muy bueno y muy cierto con una inconfundible manera de expresarlo.
Felicitaciones!!!

Concepción 02/02/2019

Porque quejarse es un arte…ya lo dice alguien arriba y de algo nos tenemos que sentir artistas en este gran teato del mundo, no? :0)

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