El arte de escribir

Luis Zurita Tablada | Política y sociedad / SUMAR, SIEMPRE SUMAR

Escribir es «transmitir lo pensado a lo escrito». Empero, si hablar con fluidez y claridad no es fácil; menos lo es escribir con corrección. En todo caso, lo que importa –y ese es el mayor de los retos del escritor– es que al escribir se pueda transmitir a los demás lo pensado, lo sentido y lo sabido de forma clara, amena y comprensible.

La vida, la palabra y el pensamiento son inseparables, lo cual significa que el pensar, el sentir y el saber constituyen tres elementos esenciales del arte de escribir, puesto que no basta solo el pensar; también hay que saber. Pero no solo, pues también es fundamental el sentir.

El laureado escritor italiano Claudio Magrís, decía:

Escribir es transcribir. Incluso cuando inventa, un escritor transcribe historias y cosas de las que la vida le ha hecho partícipe: sin ciertos rostros, ciertos eventos grandes o pequeños, ciertos personajes, ciertas luces, ciertas sombras, ciertos paisajes, ciertos momentos de felicidad y de desesperación, no habrían nacido muchas páginas.

Hace cinco siglos, René Descartes pronunció un axioma: «pienso, luego existo», que en lenguaje llano equivale a decir: pienso, luego existo como ser humano, dado que el pensar es la característica por antonomasia que diferencia al ser humano de sus pares animales.

Sin embargo, con el tiempo, cansados de tanto razonamiento puro y duro, los románticos le recordaron a Descartes que también era cierto: «siento, luego existo», que por extensión también podría decirse: «siento, luego existo como ser humano». Tan cierto como decir:

Existo porque pienso, pienso y pienso; pero no la amuelen, pues también existo porque siento, siento y siento.

Desde entonces para acá cada vez se hace más claro que a un novelista, un poeta, un ensayista, un cuentista –o sea, quien aspire a serlo integralmente– no ha de bastarle solo el pensar. Si a la par de sus reflexiones no se hace acompañar del sentir, sus escritos serán muy fríos; es decir, razón pura y dura; contundente si se quiere, pero sin el aderezo sentimental y emocional, que no debería faltar en la faena literaria, lo escrito quedaría manco del ingrediente afectivo.

En otras palabras, cuando se habla del saber que nutre el pensar y el sentir, ha de recordarse la eterna pugna entre la razón y la pasión, pues hay un saber racional (cuya savia está alojada, como quien dijera, en el cerebro), así como hay un saber afectivo (cuya savia está alojada, como quien dijera, en el corazón).

Heidegger, en una carta que le envió a Karl Jaspers, le comenta:

Uno entiende algo cuando lo puede expresar filosóficamente, pero lo interioriza cuando lo puede expresar poéticamente.

En ese orden de ideas, Frida Kahlo dejó para la posteridad una expresión literaria de antología que vale la pena recordar para ver cómo se conjuga el pensar, el sentir y el saber, especialmente porque la siguiente frase poética sintetiza brevemente la filosofía taoística del yin y del yang, o sea, lo femenino cósmico con lo masculino cósmico, respectivamente:

Mi querido Bartoli, yo no sé escribir cartas de amor. Solo puedo decirte que tú eres el cielo que derrama su lluvia, y yo la tierra que la recibe.

Entonces, al escribir, o sea, al transmitir las ideas, se necesita igualmente corrección y elegancia. De ahí que, si bien el arte de escribir tiene algo de don o de talento innato, mucho más se necesita del empeño y el trabajo, puesto que el arte de escribir es el producto de un arduo esfuerzo, que equivale a luchar con las palabras y las frases; corregir una y otra vez, lo cual implica la virtud de la paciencia y entregarse en cuerpo y alma para lograr el objeto perseguido al escribir…

En ese orden de ideas, no hay que perder de vista que al saber se llega a través de la experiencia, del estudio y de la lectura.

Por ello es que un novelista podría no ser un gran estudioso o académico, pero sí un hombre o una mujer con muchas vivencias existenciales que sazona sus ideas con largas jornadas de lectura, de lo cual son ejemplo Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa, aunque el estudio académico enriquece, como es el caso de Miguel Ángel Asturias. El novelista es muy apreciado, dado que la compleja trama de su obra abarca casi todos los aspectos de la vida humana, al extremo que no poco críticos consideran que aquel que quiera conocer más a fondo la naturaleza humana y el verdadero sentido de la vida y de la historia, que lea las grandes novelas de todos los tiempos y de todas las latitudes, en donde se crean y recrean elementos de la realidad con la ficción, la idealización y la fantasía, incluso con el absurdo, de lo cual la novela Pedro Páramo del mexicano Juan Rulfo habla por sí sola…

Luego, un ensayista no puede dejar de ser un estudioso o un académico porque el objeto de su escritura implica la demostración precisa y objetiva de una hipótesis en torno a una temática concreta. De hecho, cualquier campo del saber es susceptible para escribir un ensayo, en donde siempre se conjugan la tesis, la antítesis y la síntesis. En este caso, la lectura y la experiencia afinan la capacidad de expresión y desarrollan la imaginación, respectivamente, cumpliéndose aquí la famosa frase de Einstein: «la imaginación es tan importante como el saber». Léase Historia de la infamia universal, y se verá la capacidad de Borges de conciliar la más excelsa literatura con la precisión histórica objetiva… Pero si se quiere hurgar dentro del advenimiento de la complejidad humana, ahí está como obra maestra Los dragones del edén. Especulaciones sobre la evolución de la inteligencia humana de Carl Sagan…

Después, un poeta, especialmente un verdadero poeta –como oposición a un simple versista– será mejor si es un buen bohemio, dicho sea en el mejor de los sentidos para referirse a aquellos poetas renombrados que lo son porque combinan el pensar, el sentir y el saber con la pasión de la vida, como lo fueron Rubén Darío y Pablo Neruda, cuya obra poética es un desgarro del alma, denotándose en ellos la conjugación de la intuición con lo racional, pero sin perder de vista la estructura y el objetivo del poema. Al respecto, un poeta dijo:

El amor es una lágrima
que nace en el ojo,
pero cae en el corazón.

Po último, un cuentista debe ser un maestro de la síntesis, en donde se conjuga el pensar, el sentir y el saber con la capacidad para expresar linealmente todo un universo en pocas cuartillas, pero con la virtud de que siempre deja al lector encaminado hacia un final que no resuelve el autor, pues deja al lector imaginando una y mil resoluciones finales de la trama, haciendo del cuento una historia a dos manos, entre el autor y el lector. Si no, pregúntese a Chejov, el gran maestro ruso de la brevedad literaria, cuyos cuentos, en especial La dama y el perrito, son de obligada consulta. Empero, el escritor guatemalteco Augusto Monterroso elevó el cuento a su máxima expresión cuando escribió El dinosaurio, el cuento más corto del mundo:

Cuando despertó el dinosaurio todavía estaba ahí.

Y si de brevedad se trata, ¿cómo no poner atención a las letras de esas canciones que son por derecho propio poemas musicalizados, por ende, cantados? Al compositor español José Luis Perales le contaron que García Márquez era uno de sus fans. Cuando se encontraron, Perales se lo preguntó y García Márquez le respondió que era cierto, porque mientras el necesitaba de cientos de hojas para contar sus historias, Perales las contaba en una canción de tres minutos.

Y con respecto al tiempo para escribir una buena novela, un buen ensayo, un buen cuento o un buen poema, hay muchos criterios, pero las grandes obras consumen mucho tiempo para ser elaboradas; 5, 10, 15 o 20 años, aunque el secreto —–según experiencia personal– estriba en la práctica, pues a medida que se ejercita la escritura, la capacidad y la eficiencia se incrementan, y el tiempo se acorta. Claro, hay excelsos poemas como bellísimas canciones que llegan como un rayo intuitivo. No obstante, una buena obra ha de añejarse como los buenos vinos.

Y cuando de la gramática se trata, obviamente esta es muy importante, pues si no se conocen las reglas sintácticas y ortográficas, por muy buen contenido que posea una obra, sin la precisión de este aspecto, la obra se demerita. Sin embargo, la clave está en la lectura, donde se va asimilando el arte de escribir de los grandes maestros en todas sus facetas, incluido el vocabulario, pues no hay mejor ejercicio para aprender a redactar con precisión, buena ortografía y para conceptualizar la trama de la obra literaria que la lectura de buenos libros.

Y por supuesto, no hay escritor que no esté motivado por algo, o sea, por un interés ético o moral; por una angustia existencial; por necesidad de compartir sus ideas con los demás; por interés político, por lo que se cree o por el saber científico, razón por la cual el arte de escribir es, ante todo, una extensión de sí mismo; de lo que se vive, de lo que se goza y de lo se sufre; de lo que se busca o de lo que se ansía…


Luis Zurita Tablada

Guatemalteco (1950), químico, político, escritor. Ha desempeñado cargos en el ejecutivo en áreas ambientales, candidato a la vicepresidencia de Guatemala, docente universitario, director del Instituto Guatemalteco de Estudios Sociales y Políticos, autor de varios libros, notas periodísticas e ideólogo de la socialdemocracia en Guatemala. Es miembro del Centro Pen Guatemala.

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Un Commentario

Luis García Alegria. 01/07/2019

Bello artículo. Muy aleccionador para los que por alguna razón, no nos animamos a escribir.

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