Camilo García Giraldo | Arte/cultura / REFLEXIONES
August Rodin explicó al crítico de arte Marcel Adam, en una carta que le escribió, la manera como concibió a comienzos de los años ochenta del siglo XIX esta gran escultura «El pensador», diciéndole:
El pensador tiene una historia. En los días pasados, concebí la idea de La puerta del Infierno. Al frente de la puerta, sentado en una roca, Dante pensando en el plan de su poema. Detrás de él, Ugolino, Francesca, Paolo, todos los personajes de la Divina comedia. Este proyecto no se realizó. Delgado, ascético, Dante separado del conjunto no hubiera tenido sentido. Guiado por mi primera inspiración concebí otro pensador, un hombre desnudo, sentado sobre una roca, sus pies dibujados debajo de él, su puño contra su mentón, él soñando. El pensamiento fértil se elabora lentamente por sí mismo dentro de su cerebro. No es más un soñador, es un creador.
Con estas palabras, Rodin señaló que el acto de pensar es ante todo un acto creador. Y no le falta razón si consideramos que cuando alguien piensa, forja o propone una razón que explica la existencia de ese algo de su vida o del mundo sobre lo que piensa, es decir, sobre lo que ha fijado su atención y su mirada. Razón que «crea», porque previamente al ver o encontrar ese algo se ha preguntado en su interior precisamente por cuál es esa razón o razones que hacen posible su existencia. De ahí que la «creación» de la razón sea en realidad el hallazgo que logra para responder esa pregunta original que se formuló y que dio comienzo al proceso de su pensamiento. Crear en este caso es, entonces, hallar o encontrar la razón profunda que determina que ese algo, cosa o ente, de su vida o del mundo exista en la realidad.
Pero para que eso sea posible, para que esa persona pueda hallar esa razón o razones, se requiere, como lo comprendió y plasmó muy bien Rodin en la escultura, que centre durante un tiempo su atención y su mirada en esa cosa o ente sobre el que quiere pensar para identificarlo, encontrar sus propiedades y describir sus formas y partes constitutivas. Pues en efecto, cuando un hombre comienza a pensar en algo, tiene siempre que centrar su mirada, libre de interrupciones e interferencias, en esa cosa para lograr representarlo todo en su mente, para ver en su totalidad. Solo cuando alcance este punto se le abre la posibilidad de «crear», es decir, de hallar la razón o razones que lo hacen posible.
Ahora bien, no todo acto de pensar es un acto que comienza por preguntarse por qué es ese algo, cosa o ente, que percibe o ve, que le aparece a su mirada, y después de que la logra identificar, preguntarse por la razón que determina su existencia. Es posible, como muchas veces los hacen los seres humanos, que en vez de esta pregunta por la razón de su ser, se pregunten por el sentido que tiene o que guarda ese algo, esa cosa o ente, que ya han identificado; es decir, se pregunte ¿para qué o quién es o existe esa cosa o ente? Y al preguntarse por el sentido, se da la posibilidad de dar comienzo a otra forma de pensar, al pensar poético. Un pensar igualmente creativo que el racional, o tal vez más, que se forma cuando la persona que hace esa pregunta, trata de encontrar la respuesta en la misma cosa o ente a la que se la formula. Y solo podrá encontrarle si es un verdadero poeta, si tiene el «don» o la capacidad de escuchar bien lo que esa cosa le dice, así ella no tenga la propiedad del lenguaje o no sea un ser vivo, para repetirlo, renovarlo y recrearlo con el lenguaje.
Esto supone que cuando una persona piensa, lo que hace es hablar o dialogar consigo misma porque cada forma y parte que distingue y describe o la razón o sentido en su interior que encuentra, tiene que expresarla en palabras y frases en el interior de sí misma para que pueda comprender eso que piensa, es decir, para hacer inteligibles a su espíritu las operaciones que realiza en el proceso de pensar. Palabras y frases que a su vez escucha en su interior, logrando así la certeza de lo que está pensando; en el acto de escucharlas se certifica la existencia real del pensamiento que está forjando o llevando a cabo. Solo así, entonces, se constituye su pensamiento como un pensamiento consciente para sí mismo. Y al hacer esto, esa persona confirma una vez más lo que Platón había constatado desde hace 24 siglos en su diálogo El Teeteto, que pensar es hablar o dialogar consigo mismo.
Pero cuando alguien piensa solo no lo hace en realidad solo, como a veces se cree erróneamente. Pues siempre piensa sirviéndose o apoyándose en pensamientos, saberes o conocimientos que han forjado otras personas cercanas o lejanas, vivas o muertas, y que aprendió en el curso de su formación. Saberes que aprendió leyendo diversos libros, documentos o informes escritos o escuchando a sus padres, maestros, amigos, etcétera, es decir, conocimientos que aprendió usando el lenguaje con el que los pudo comprender y asimilar en su espíritu. Por eso, cuando trata de comprender y explicar algo de su vida o del mundo, lo que hace es activar en su memoria todos los conocimientos que ha aprendido y que dispone sobre ese algo para comprenderlo y explicarlo. Y al hacer eso, la persona los indaga y les pregunta por su pertinencia y validez, y escoge y convoca a su conciencia los que necesita en ese momento y deshecha los que le parecen inútiles o innecesarios, es decir, dice sí a los necesita y no a los que no le sirven para realizar este propósito.
De ahí que cada ser humano puede pensar, sea racional o poéticamente, porque dispone del lenguaje, de esa capacidad de hablar con sonidos articulados en palabras que encierran significados determinados, que lo identifica como tal, que lo eleva y distingue de la naturaleza de donde proviene originalmente. El pensamiento es en gran medida obra del uso del lenguaje que realizan los hombres; pero, al mismo tiempo, el lenguaje se forma, se fortalece y se amplía gracias a los diversos actos del pensar que estos llevan a cabo en sus vidas. Pensamiento y lenguaje son, entonces, esos dos grandes atributos humanos que los hombres deberían emplear siempre en su bien, precisamente por eso, porque son seres humanos que les deben sus existencias.
Fotografía, El pensador de Auguste Rodin, tomada de Wikipedia.
Camilo García Giraldo

Estudió Filosofía en la Universidad Nacional de Bogotá en Colombia. Fue profesor universitario en varias universidades de Bogotá. En Suecia ha trabajado en varios proyectos de investigación sobre cultura latinoamericana en la Universidad de Estocolmo. Además ha sido profesor de Literatura y Español en la Universidad Popular. Ha sido asesor del Instituto Sueco de Cooperación Internacional (SIDA) en asuntos colombianos. Es colaborador habitual de varias revistas culturales y académicas colombianas y españolas, y de las páginas culturales de varios periódicos colombianos. Ha escrito 9 libros de ensayos y reflexiones sobre temas filosóficos y culturales y sobre ética y religión. Es miembro de la Asociación de Escritores Suecos.
Correo: camilobok@hotmail.com
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