Ejercicio del poder y el diseño de política

Olga Villalta | Política y sociedad / LA CONVERSA

Las mujeres guatemaltecas poco a poco nos hemos incorporado a la participación política, no para hacer los aportes tradicionales, que consistían en limpiar la sede, elaborar alimentos para las/os participantes, como edecanes que adornan a los candidatos hombres, sino en calidad de ciudadanas con voz y voto en las decisiones trascendentales de los partidos políticos.

Sin embargo, lo hacemos desde nuestra condición, situación y posición de género oprimido. Es decir, estamos todavía sujetas a los mandatos de género que se nos enseñan en nuestra socialización cuando niñas y que los adoptamos como un destino. En las comunidades rurales y urbanas, es común escuchar de mujeres que participan en organizaciones sociales o en los Consejos de Desarrollo, frases como esta: «bueno, a mí, mi marido me da permiso de participar». Este permiso está condicionado a que su asistencia sea recompensada con beneficios para la familia. De ahí el clientelismo de los partidos que regalan trastos, alimentos, ropa y hasta estufas, consiguiendo con ello el compromiso del voto femenino, el cual no es nada despreciable y ha ido creciendo en los últimos eventos electorales.

Si bien en Guatemala nos parece nuevo este fenómeno, en Europa, desde el siglo diecinueve, las mujeres se propusieron ser ciudadanas con derecho al voto. En la región centroamericana, a principios del siglo 20, las mujeres propugnaron por el derecho al voto, y en la década del 50 del siglo pasado, se impulsaron proyectos de promoción de la mujer, de acuerdo a las políticas que dictaban los organismos internacionales y basándose en los enfoques o concepciones de desarrollo de moda: el Estado de bienestar, el empoderamiento económico, mujeres en desarrollo, género en el desarrollo, empoderamiento, etcétera.

Se promovió su fortalecimiento económico, su acceso a la educación, a la salud y otros aspectos, pero ellas no estaban en los espacios de decisión de sus comunidades. Es entonces que se comienza a promover su participación política. Lo que no se tomaba en cuenta es que el diseño de política actual responde al perfil de ciudadano hombre, es decir, para seres humanos que cuentan con relativas autonomías en sus vidas.

La persona que hace política, aunque tenga familia, debe partir de que tiene que ausentarse del hogar por periodos largos, una mujer con hijos estará sujeta a la angustia de dejarlos en otras manos y recibirá la crítica de sus familiares, amigos y vecinos. La persona debe tener cierta capacidad económica, que le permitirá invertir tiempo en ese esfuerzo sin que afecte la economía familiar, además, tomará decisiones sobre los bienes, como hipotecar la casa para invertir en la campaña política. La mayoría de mujeres no tiene acceso a decidir sobre los bienes familiares.

Otro aspecto a tomar en cuenta es el apoyo emocional y afectivo que los familiares le dan a la persona que participa en política. De manera tradicional, son las mujeres las que se constituyen en el equilibrio emocional de la familia. Cuando ella requiere ese apoyo, se le dirá que para qué se mete en «esas cosas» si su lugar está en el hogar.

En la actualidad se acepta que las mujeres participen en actividades comunitarias o políticas. Sin embargo, se insiste en que no deben ni pueden abandonar sus obligaciones de atención a la familia. Se les exige un equilibrio, que no se les exige a los hombres. Esto se refleja de manera muy clara en la pregunta que reporteras y reporteros le hacen a una candidata: «¿Cómo combinará sus actividades como alcaldesa y madre de familia?» Pregunta que nunca se le haría a un candidato hombre.

El ejercicio de poder que hasta ahora conocemos es un ejercicio basado en el dominio. Para ejercer poder hay que gritar fuerte, golpear en una mesa con el puño, dar imagen de fuerte. De preferencia, se debe poseer un lenguaje rimbombante o changonetero, pero si la mujer lo usa «se ve mal». Las mujeres con voz aguda (que se quiebra cuando se emocionan) tienen serias dificultades para desenvolverse en este tipo de política. Las que se atreven, deben aceptar las reglas del juego o estarán siempre luchando contra la corriente.

Los elementos anteriores, evidencian que ante ese diseño de política las mujeres llegamos con muchas carencias, eso nos pone en desventaja para desenvolvernos. Si el ejercicio de poder fuera de «corresponsabilidad» quizá las mujeres tendríamos mucho espacio. La experiencia cotidiana de las mujeres es la conservación de la vida y no la destrucción. Las mujeres han jugado casi siempre el papel de conservadoras y mantenedoras de la familia y sus bienes, por ello creo que podrían ser buenas administradoras de los bienes públicos.

Pero mientras cambiamos el diseño de política, creo que las mujeres debemos participar con resolución, con fuerza, con argumentos, en espacios políticos, evitando caer en el juego sucio al que muchos hombres se acostumbraron. El reto es, si queremos un trozo del pastel, cambiar la receta, como lo dijeron las chilenas hace varias décadas.


Olga Villalta

Periodista por vocación. Activista en el movimiento de mujeres. Enamorada de la vida y de la conversación frente a frente, acompañada de un buen café.

La conversa


2 Commentarios

Luisa Charnaud Cruz 08/05/2018

Muy buen artículo Olga. En una generación no todo va a cambiar, pero el camino se hace al andar. Un abrazo

Quetzali Cerezo 08/05/2018

Excelente análisis Olga, describe a la perfección las limitaciones más importantes que las mujeres tenemos para participar en política en igualdad de condiciones. Como siempre muy bien escrito tu artículo!

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