Educar para el éxito

Olga Villalta | Política y sociedad / LA CONVERSA

La semana pasada asistí a la velada de un colegio. Las entradas indicaban que había que presentarse con «traje de gala». Primer escollo que tenía que enfrentar. Como no suelo ir a bodas, graduaciones o bailes de gala, en mi clóset no hay nada que alcance la categoría de elegante. Mi gusto personal siempre ha sido la ropa casual. Revisando una y otra vez, por fin encontré un pantalón negro, una blusa tipo hindú, elaborada por mis manos y que aún no había estrenado, y, a falta de un saco, me envolví en una chalina preciosa, para mi gusto, claro. La tortura se presentó en mis pies, los cuales hacía años que no los introducía en zapatos cerrados y tacón alto. Juré deshacerme de ellos.

Superado el escollo de la elegancia, me dispuse a disfrutar la velada. Primero tuve que soportar los acartonados discursos de los presentadores. De pronto aparecieron las/os estudiantes bailando y cantando, lo cual merecía disfrutarse. Gocé sus piruetas y perdoné el mal sonido que no permitía apreciar bien sus voces.

Entre palabras de los presentadores alabando al colegio y presentaciones artísticas de los estudiantes, fueron intercalando testimonios de exalumnos exitosos que se desempeñan en universidades extranjeras, sobre todo del primer mundo, o en grandes empresas transnacionales. El metamensaje para las/os alumnos presentes acompañados de sus padres y madres consistía en evidenciar que el colegio era un factor importante en el éxito de estos exalumnos. Eran exitosos porque el colegio había sentado bases de disciplina, rigurosidad en el estudio y «valores».

No pude disfrutar los testimonios porque tenía muy fresco un comentario de mi nieta sobre la actitud de una maestra, quien se había referido a una alumna como una niña depresiva y que no valía la pena que otro alumno (que quizá ella considera brillante, o es su preferido) se fijara en ella. Según narra mi nieta, ella no pudo quedarse callada y cuestionó a la maestra diciéndole que si estaba enterada de lo que la niña vivía en su casa. Ante esto, la maestra cambió la conversación y no respondió.

Al regreso conversábamos con la nieta sobre el sentido del éxito y manifestó «yo me quedé pensando en cómo se sentirán los egresados del colegio que no son exitosos». Siempre he considerado que el acceso al conocimiento permite abrir nuestra mente a experiencias diversas. Permite, también, que nos apropiemos del mundo en toda su complejidad. Estudiar no es, entonces, adquirir conocimientos para erigirse por encima de los demás, sino para sentirse persona. Recuerdo la recomendación de un historiador de Comitán (México) que en una ocasión me dijo «uno no debe sentirse orgulloso de ser inteligente, sino de lo que hace con su inteligencia, pues esta es un don». Basándome en esa premisa, eduqué a mi hijo e intento transmitirle ese pensamiento a la nieta.

En el mundo de la farándula suelen presentarnos a artistas considerados exitosos porque llegan a ganar millones de dólares por un disco, película o novela y, solo cuando mueren, nos enteramos del tormento que escondía el supuesto éxito. Soñaban con ser exitosos a partir de un don que la naturaleza les proporcionó, pero caen en los tentáculos de las compañías disqueras, productoras de películas o grandes editoriales, a las cuales solo les interesa que el producto se venda. Quedan entonces prisioneros del mercado. Cada canción, película o novela debe tener más impacto que la anterior, convirtiendo su vida en una vorágine interminable que los ahoga.

Más importante que el éxito, creo que las/os infantes deben crecer en un ambiente que los estimule a desarrollar la capacidad de descubrir los momentos o actividades que les producen placer sin hacer daño a otros o a sí mismos. Si logran tener un trabajo que disfrutan es maravilloso, pero si no es así, queda la posibilidad de hacer combinaciones que les permitan agenciarse de fondos para vivir dignamente y a la vez procurarse placeres. Es posible conciliar un trabajo que proporciona ingresos económicos para resolver las necesidades cotidianas y dedicar tiempo a actividades placenteras como leer, escribir, ejercitarse, jugar, viajar o simplemente visitar amigas/os.


Olga Villalta

Periodista por vocación. Activista en el movimiento de mujeres. Enamorada de la vida y de la conversación frente a frente, acompañada de un buen café.

La conversa

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