Editorial

El femicidio resulta una trágica realidad guatemalteca. Además del maltrato intrafamiliar y las violaciones. En el país suceden violaciones diariamente y en gran número. Guatemala está todavía a la zaga en lo referente a la igualdad y promoción de la mujer. La situación es sin duda alarmante. No es nada nuevo y los avances no se perciben como significativos. La mujer guatemalteca es víctima de acoso sexual, de violaciones, de asesinatos, de desprecio laboral y tiene poca participación en las decisiones políticas. La mujer indígena es doblemente discriminada, como mujer y como indígena.

Muchas mujeres, incluyendo menores, son violadas no pocas veces dentro de los marcos legales del matrimonio, así como las variantes del estupro o violación con engaños. O en los casos del llamado matrimonio infantil, cuando una menor es dada en matrimonio por la familia para obtener regalías a cambio de un esposo que suele ser mucho mayor que la víctima.

Más allá de lo gravísimo que resultan los crímenes contra las mujeres arriba señalados, debe contemplarse la cotidianidad del acoso sexual contra las mujeres. Este se produce y reproduce en los marcos dominantes de la cultura patriarcal que invisibiliza las prácticas groseramente machistas, cubriéndolas cosméticamente, justificándolas, haciendo chistes de las mismas. De manera consciente o inconsciente, da lo mismo, en los espacios públicos, en las calles, parques, cines, teatros, estadios, en el transporte público, etcétera, se producen acosos de todo tipo que van desde las agresiones verbales hasta las físicas, las “tocadas” de cuerpo, las insinuaciones, los mal llamados cumplidos que refieren a la integridad física y al cuerpo femenino. También en los centros de trabajo, en los vecindarios y en el mismo seno del hogar.

El acosos sexual debe ser rechazado, combatido y si es necesario penalizado. Los empleadores deben asumir una política de personal que no permita, tolerancia cero, el acoso sexual en los centros de trabajo. Y la actitud y acción antiacoso debe expandirse a todo tipo de conglomerado donde mujeres y hombres conviven e interactúan: en los clubes deportivos, en los partidos políticos, en las universidades y colegios, en el Congreso, etcétera.

Un NO rotundo al acoso sexual es una manera concreta de prevenir, por lo tanto combatir, crímenes mayores contra la mujer. Partimos de la necesidad de un consenso general sobre el problema que conlleve a la unidad de acción de ciudadanos y ciudadanas. Trabajar conjuntamente contra el acoso sexual de manera transversal, es decir, comprendiendo instituciones del Estado, la sociedad civil, los partidos políticos, el sector privado y las iglesias.

Un magnífico ejemplo es la campaña internacional Me too (“a mí también”) iniciada en Nueva York el 15 de octubre de este año por la actriz Alyssa Milano quien usó su Twitter para solidarizarse con otras actrices, entre ellas Gwyneth Paltrow, Angelina Jolie, Rosanna Arquette y Rose McGowan, quienes habían denunciado al gran empresario del cine Harvey Weinstein por acoso sexual. La campaña se volvió viral en las redes sociales y le ha dado vuelta al mundo. Campañas bajo el mismo nombre se han realizado en toda Europa, Estados Unidos, Japón, Canadá y otros países.

El movimiento feminista y los valores que lo impulsan no son solamente «de y para las mujeres», sino le competen a toda la sociedad. La meta de una sociedad igualitaria sin discriminación de género coincide con la lucha general contra la injusticia y la exclusión.
Debe resaltarse que la lucha por proteger a la mujer del acoso sexual y de los crímenes sexuales no es una cuestión de ideología de derecha o de izquierda. Se trata de humanización, de construir un mundo más habitable para las mujeres.

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