El eterno traspatio

El desplazamiento del sur al norte es inevitable; no valdrán alambradas, muros ni deportaciones: vendrán por millones.
El odio está servido y necesitaremos políticos que sepan estar a la altura de las circunstancias.
José Saramago, Premio Nobel de Literatura

Los medios internacionales dieron recientemente la noticia del enojo del presidente Donald Trump con los Gobiernos de Guatemala, Honduras y El Salvador. Los disgustos geopolíticos de Trump están llenos de contradicciones. A los países centroamericanos les incrimina la ayuda otorgada en exigentes dólares debido a la incapacidad, según el mandatario estadounidense, de estos países para contener la inmigración. No dice en cambio nada de la pobreza extensa de los países centroamericanos, como causa del «sueño americano» de miles de pobres del istmo que anhelan una mejor vida para sus familias.

El gran proyecto de Trump de construir un muro ha llevado a Estados Unidos a una crisis sin precedentes, que incluyen haber cerrado la Administración dos semanas, como presión para conseguir los recursos necesarios para tan insólita y reprochable construcción.

Nunca ha dicho una palabra el presidente Trump sobre los atropellos a los migrantes en la frontera sur. Los niños metidos en jaulas que han indignado al mundo. Los niños fallecidos a causa de maltratos o inadecuado trato. Se están violando brutalmente los derechos humanos, y en lugar de asumir con madurez la crisis de migrantes, Trump ahora reprocha, regaña y amenaza a los Gobiernos centroamericanos para que tomen las medidas necesarias y paren la migración.

Sobresalen las caravanas desde Honduras, con miles de pobres que caminando buscan llegar a la frontera entre Estados Unidos y México e intentan ingresar de alguna forma a territorio norteamericano. Trump los ha llamado terroristas, ha movilizado miles de guardias a la frontera como si se tratara de una invasión militar extranjera.

El filósofo alemán Hegel afirmaba que la historia se repetía dos veces, ya que había una estructura orgánica que hacia traspasar elementos del pasado al presente. Siguiendo este razonamiento hegeliano, Carlos Marx sostuvo, refiriéndose a la Francia de mediados del siglo XIX, en su libro El dieciocho brumario de Luis Bonaparte, que efectivamente se cumplía el señalamiento de Hegel, pero con la salvedad de que una vez era en forma de tragedia y la segunda como comedia. Es decir, la diferencia entre Napoleón Bonaparte y su sobrino Luis.

Esta cita sirve perfectamente para ilustrar los sucesos hondureños y el papel de Estados Unidos en los mismos: en 2009 los norteamericanos participaron de manera grosera en el golpe de Estado contra el presiente legítimo de Honduras Manuel «Mel» Zelaya, cuando este trataba de realizar una Asamblea Constituyente para reformar la Constitución y poder reelegirse. Pero lo sacaron de su cama y, en combinación con las fuerzas armadas hondureñas, lo metieron en un avión en la base norteamericana de Palmerola que tienen desde los años ochenta y que sirvió para apoyar a las fuerzas de la contra nicaragüense. Pero lo esencial, lo que no debe pasarse por alto, es que el gobierno de Zelaya estaba dando pasos firmes para combatir la pobreza y levantar un tejido institucional que pusiera a funcionar un gobierno no al servicio de los intereses norteamericanos, sino de los ciudadanos hondureños. Con el golpe militar apoyado por Estados Unidos, el crimen organizado y las mafias del Estado protegidas por el Ejército se apoderaron del Estado. Los resultados después de una década fueron más pobreza, extrema pobreza y crisis alimentaria, desocupación, extensión de las maras por la desesperación de los jóvenes sin futuro y migración forzada. En pocas palabras, la consumación de una tragedia social.

Pero la historia se repitió en 2017, esta vez como una comedia, un absurdo sin ética ni sensatez. Zelaya había logrado reconstruir su partido Libertad y Refundación, y en las elecciones de ese año estaba en primer lugar en todas las encuestas frente al oficialista candidato Juan Orlando Hernández del Partido Nacional. El gobierno de Hernández se caracterizó por el aumento de la corrupción y la gestión ineficiente. También por la represión contra el movimiento social y popular. Durante su gobierno fue asesinada impunemente Berta Cáceres, activista ecológica reconocida con el Premio Goldman y representante del
pueblo lenca. Hernández decidió también establecer la reelección, aunque está prohibida por la Constitución, lo que fue considerado ilegal por grandes sectores tanto políticos como sociales. El Ejército esta vez apoyó la reelección.

Las elecciones tuvieron observadores internacionales, la OEA incluida, que fueron testigos de cómo el candidato opositor, Salvador Nasralla, apoyado por Zelaya, comenzaba ganando ampliamente como habían previsto las encuestas, pero después de unas horas y de haberse contado a puertas cerradas los votos, apareció ganado por una diferencia mínima de 0.01 por ciento el candidato oficialista Hernández, que además se había candidateado bajo formas constitucionales dudosas. A pesar de las dudas muy razonables sobre la ilegitimidad de esas elecciones y las acusaciones fundadas de fraude, el gobierno del señor Trump fue el primero en reconocer a Juan Orlando Hernández como presidente.

En definitiva, Centro América sigue siendo un traspatio de Estados débiles y corruptos plagados de amplios estratos sociales empobrecidos, incluso en pobreza extrema. Una crisis que produce cientos de niños muertos por hambre. De ahí la migración forzada estigmatizada con tanto odio y xenofobia por el presidente Trump. En cambio, el prepotente habitante de la Casa Blanca amenaza al Gobierno de Venezuela con una intervención militar y somete al país venezolano a un bloqueo económico ilegal y de graves consecuencias sociales, mientras a los gobiernos corruptos y los narco Estados del Triángulo Norte de Centroamérica les brinda una ayuda condicionada a sus caprichos y se permite regañarlos a veces con humillantes declaraciones públicas. Cabría parafrasear a Nemesio García Naranjo, intelectual de principios del siglo pasado de Monterrey, México, «Pobrecita Centroamérica tan cerca de Estados Unidos».

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