Pulso mundial

El año comenzó con intensos sucesos en diversas partes del mundo. Por ejemplo, las explosiones de inconformidad en Francia, los llamados chalecos amarillos que desde el 2018 vienen produciendo enfrentamientos callejeros violentos y inestabilidad en el país, principalmente en París.

En el Medio Oriente continúan las acciones militares que afectan principalmente a la población civil palestina, debido a lanzamientos de misiles israelíes, al mismo tiempo que continúa la retirada de las tropas norteamericanas de Siria, lo que se interpreta como un revés. Siria, como antes Libia, ha quedado devastada y sus aliados como los kurdos se consideran desprotegidos y abandonados por Estados Unidos. El brutal régimen sirio se mantiene mientras tanto. Por su lado, Irán adopta actitudes y medidas cada vez más peligrosamente defensivas contra Israel y Estados Unidos. Toda la región está muy lejos de la paz y mucho de lo adelantado durante las dos administraciones de Obama ha ido dramáticamente para atrás con las inevitables tensiones geopolíticas y abiertos riesgos bélicos de consecuencias impredecibles.

La situación de los migrantes en el mundo se empeora y se hacen mayores las crisis humanitarias, con cientos de ahogados africanos en el Mediterráneo o las caminatas de hondureños y otros centroamericanos hacia el sueño americano. En la Casa Blanca, su actual habitante, el señor Donald Trump, ha mantenido «cerrado» el gobierno por varias semanas como manera de presionar al Congreso para que apruebe los fondos necesarios para la construcción del muro que contendría la migración, con las implicaciones administrativas que esto conlleva, incluido el no pago de salarios a miles de empleados. En cambio, el presidente Trump continúa amenazando con la militarización de las fronteras para detener «la invasión» de los centroamericanos. El istmo pasa por una coyuntura de autoritarismo, corrupción y pobreza crecientes, sobresaliendo negativamente los gobiernos de Guatemala, Honduras y Nicaragua.

En América Latina la crisis en Venezuela ha despertado el temor de una confrontación mayor que pueda llevar a una guerra civil o a una intervención militar. Nuevamente la administración Trump tiene una responsabilidad negativa en esta crisis, al reconocer sin apelativos al autoproclamado Juan Guaidó como presidente del país venezolano. El rompimiento de relaciones entre Venezuela y Estados Unidos ha producido una brecha aún mayor entre los dos países que aumenta los riesgos de la confrontación. El Gobierno estadounidense no logró tampoco la condena ni las sanciones pedidas en el Consejo de Seguridad de la ONU, gracias a la oposición de Rusia y China.

Una docena de gobiernos latinoamericanos, bajo el liderazgo de Brasil, Colombia y Chile, se apresuraron a avalar la decisión norteamericana, pero la intervención del gobierno de López Obrador rompió la correlación de fuerzas anterior, y puso sobre la mesa, con apoyo de Uruguay, el concepto de la obligada negociación y diálogo entre las partes. La crisis fue llevada al seno de la OEA, donde la propuesta de desconocer al régimen de Maduro no obtuvo más que 16 de los 34 votos posibles.

La Unión Europea, por su parte, se permitió dar un ultimátum al gobierno de Nicolás Maduro para que organice elecciones generales en el término de ocho días. Sin embargo, la demanda europea tiene baches, algunos países no la apoyan al cien por ciento, Suecia aboga por el diálogo entre las partes enfrentadas, y otros países como Noruega, que no pertenece a la Unión, se abocan por la negociación, a la vez que España ha declarado firmemente su rechazo a cualquier forma de intervención militar.

China y especialmente Rusia apoyan al régimen de Maduro. Existen sin duda grandes intereses económicos rusos en Venezuela. El periodista sueco Jesper Sundén en un reportaje en el periódico liberal centroderecha Svenska Dagbladet calcula el valor de bienes e inversiones rusas en Venezuela en 15 000 millones de euros, principalmente en la industria del petróleo. Rusia es además el principal proveedor de armas del ejército venezolano.

La situación colombiana ha sufrido este enero un tremendo y negativo impacto contra las negociaciones de paz entre el Gobierno y los insurgentes del ELN en la ciudad de La Habana, después del terrible atentado terrorista perpetrado por las guerrillas en la Escuela de Policía con casi treinta muertos y decenas de heridos. El gobierno de Duque decidió entonces levantarse de inmediato de la mesa de negociaciones, pidiendo además a Cuba la entrega de los dirigentes del ELN al considerarlos terroristas. La diplomacia cubana ha tenido que hacer con un problema impensado y candente, como era de esperarse, ha actuado según los protocolos internacionales firmados por las partes en contienda, los cuales no permiten la entrega de los insurgentes dentro del marco de las negociaciones. El acto terrorista de los guerrilleros ha llevado de todos modos leña, más bien gasolina, a la hoguera de la confrontación donde se incluye a Venezuela, señalada por Colombia como protectora del ELN.

A nivel global, se resalta que en el primer mes del año ha tenido lugar el tradicional encuentro, en la localidad de Davos, Suiza, del llamado Foro Económico Mundial, donde concurren desde su fundación los más prominentes empresarios del mundo y políticos poderosos, incluyendo jefes de Estado y también personalidades de las ciencias económicas y sociales. Esta vez, se realizó con la notoria ausencia del presidente Trump, aduciendo el cierre de gobierno. Las cuestiones y problemas tratados han girado en torno a la crisis climática, el ascenso del populismo y del proteccionismo nacionalista, y los peligros para la economía mundial de las guerras comerciales entre potencias. Lo ocurrido y discutido en Davos refleja la coyuntura de confrontación mundial en diferentes regiones donde se ve un pulso por la dominación unilateral, por un lado Estados Unidos y por otro Rusia y China, también una pálida y tímida Europa que no logra consolidar ni su moneda ni sus metodologías comerciales y políticas. Este pulso implica el debilitamiento del multilateralismo y el avance del unilateralismo no democrático, poniendo en riesgo mayor a los países pobres y pequeños que tienen en el sistema de Naciones Unidas y otras organizaciones internacionales plataformas de participación e influencia.

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