Los grandes incendios en Europa y otras partes del mundo en este verano de 2018, el más caluroso en doscientos años, resultan una advertencia concreta, visible e indudable de que algo grave está sucediendo aceleradamente en el planeta. Las pérdidas en vidas y recursos naturales, especialmente bosques, han sido cuantiosas. Lo más notable de estas catástrofes es su conexión con las sequías y con el recalentamiento climático.
En Centro América, los ministros de Agricultura de los países del Sistema de la Integración Centroamericana (SICA), en la reciente reunión extraordinaria realizada en Belice, pidieron ayuda internacional por las consecuencias desastrosas de la prolongada sequía que tendrá un impacto negativo en la producción agrícola. Se prevé una inseguridad alimenticia que afectará sobre todo a la empobrecida población campesina, ya en estado de pauperización. La sequía que afecta el istmo centroamericano limita en extremo el acceso y uso del agua, vital para la sobrevivencia.
Desde hace varias décadas, expertos y estudios relativos al recalentamiento vienen advirtiendo sobre los peligros del mismo. No ha faltado una oposición férrea a la información científica, descalificando el calentamiento global como un engaño e insistiendo a contracorriente que la influencia de la actividad humana no ha sido determinante para el fenómeno global de aumento de la temperatura, asegurando que se trata simplemente de un ciclo natural de calentamiento como en eras anteriores. Una ideología del negacionismo que ha venido desinformando y contradiciendo a los informes técnicos sobre calentamiento. Han acuñado incluso el término peyorativo de « ecohisteria» y hay conexiones entre ese negacionismo y los intereses de grandes transnacionales. Lo anterior se ha reproducido patéticamente en los comentaristas de la ultraderecha latinoamericana que coadyuvan a la negación y a la deslegitimación de los movimientos ecologistas en sus países. A despecho de la información científica se aferran en la defensa de la deforestación, la explotación minera (especialmente a cielo abierto) y, en definitiva, al comportamiento de un consumo irracional y asimétrico (menos personas consumiendo más y muchas consumiendo bajo niveles de pobreza).
El problema de fondo son esas transnacionales y el capital financiero que no para mientes en busca global de ganancias y réditos, sin importarles las consecuencias de la explotación irracional de los recursos de La Tierra y el consumo desproporcionado. Lo anterior se ha visto reflejado en el comportamiento negativo de países claves en la producción mundial, especialmente los Estados Unidos, que han bloqueado y entorpecido las negociaciones internacionales contra el calentamiento. El presidente Trump ha ido tan lejos como anunciar el retiro de su país del Acuerdo de París y la vuelta a la dañina explotación del carbono. Incluso en el nombramiento de altos funcionarios en el manejo de las cuestiones climáticas y ecológicas, Trump ha decidido designar a personajes conocidos por sus posiciones anti calentamiento global y sus intereses privados con el capital internacional, como es el caso de Scott Pruitt, jefe de la Agencia de Protección Ambiental, quien niega que las emisiones de carbono sean la principal causa del calentamiento global. Trump se ha dedicado, desde su ascenso al poder, a deshacer los avances en materia energética responsable y las medidas de Barack Obama para frenar el calentamiento global. Una anécdota significativa y criticable fue la broma en el invierno pasado del presidente Trump, cuando las temperaturas en algunas regiones de Estados Unidos habían alcanzado los 40 grados bajo cero, dijo que «no caería mal un poco más de recalentamiento».
Pero no estamos ahora ante especulaciones, el llamado efecto invernadero es un hecho visible, producido por las emisiones del dióxido de carbono y el metano que permanecen tiempo prolongado en la atmósfera calentándola a la vez que el calor se introduce en los mares, lo que conlleva al derretimiento de los glaciales. Estamos ante un verdadero desbalance en el sistema ecológico que afecta directamente el hábitat natural y la diversidad biológica. Se pronostica que, de subir el recalentamiento tres grados, se produciría una catástrofe mundial con la desaparición del setenta por ciento de las especies. Por ejemplo, si continúa el derretimiento glacial, en el 2050 los osos polares habrán desaparecido en tres cuartas partes de su población actual. Todo es una cadena de ecosistemas y la afección de una sola especie afecta la totalidad.
Como factores determinantes en el calentamiento mundial se señalan a la quema de combustibles, principalmente del tráfico aéreo y los automotores, y la desforestación exagerada que produce erosión y sequías. A lo anterior habría que sumarle la contaminación del agua, lagos y ríos, causada por la producción industrial irresponsable que tira sus desechos en las aguas y las minerías que toman el recurso del agua, principalmente dañando a las comunidades campesinas, produciendo contaminación del líquido vital con el uso del cianuro.
No cabe la menor duda que el calentamiento global con su secuela de sequías, incendios e inundaciones catastróficas, daña principalmente a la población pobre, en especial la campesina. El crecimiento de la economía afecta negativamente al producto nacional bruto, lo que conlleva más pobreza, hambre, desnutrición y mortalidad infantil. De ahí que resulta imperiosa la lucha por el respeto a la naturaleza y detener la irresponsabilidad en el sobre consumo de combustibles fósiles, así como parar la deforestación y la contaminación de las aguas. Información y educación deben aumentar considerablemente y es una responsabilidad principal de los Estados velar porque se logre una mayor conciencia ecológica. Resulta oportuno compartir y citar aquí la visión proyectiva de la organización ecologista guatemalteca Colectivo Madreselva, que nos llama a impulsar modelos sostenibles de desarrollo que no comprometan el bienestar de las generaciones actuales y futuras, aportando alternativas al modelo de acumulación actual que depreda los bienes naturales y agudiza la desigualdad en la apropiación y distribución de la riqueza.
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