La lucha contra la corrupción está estremeciendo todo el continente latinoamericano. Nunca como antes se había identificado y enfrentado a la corrupción como un problema estructural de los Estados, y no simplemente como actos aislados de políticos o empresarios inescrupulosos.
Una ecuación con base en datos, estadísticas y hechos resulta totalmente irrefutable: corrupción y pobreza son dos caras de la misma moneda. El impacto de la corrupción en los niveles de pobreza es un hecho aceptado en todas partes, en especial en América Latina. Las cifras y los indicadores resultan innegables y altamente demostrativos, por ejemplo la situación de desnutrición, falta de escolaridad y mala salud de la infancia en varios países. Sin duda alguna la corrupción disminuye, también, la funcionalidad de las instituciones, llegando a veces al grado de parálisis institucional, sobre todo en un Estado impregnado de corrupción estructural. De ahí que sea válido afirmar que la corrupción contribuye en gran medida a la ineficacia que se muestra en la falta de ejecución presupuestaria y en la no ejecución total de las obras que pueden a veces ni siquiera iniciarse, aún después de que los dineros del erario público han sido entregados. Un ejemplo muy ilustrativo de lo anterior es la situación calamitosa de las carreteras, caminos y puentes de Guatemala, ya que la red vial está destruida.
El caso emblemático continental ahora es el de la constructora brasileña Odebrecht, salido a luz después de una investigación del Departamento de Estado en Estados Unidos. Son varios los países latinoamericanos señalados, incluyendo a algunos mandatarios y altos funcionarios, además de políticos y funcionarios de Brasil, Perú, República Dominicana, Colombia, Panamá, México, Ecuador, Argentina y Guatemala.
Guatemala nuevamente es actual en América Latina y los reflectores se vuelcan contra el país porque la lucha contra la corrupción y la resistencia de las mafias alcanza un nivel nacional, desarrollándose dentro y fuera de los marcos del Estado. Guatemala es de alguna manera un extraordinario laboratorio benéfico y pedagógico de la lucha contra la corrupción. Sobre todo la comprobación de que sí es posible combatirla y pararla, con una visión a mediano plazo de eliminarla.
La Comisión Internacional contra Impunidad -Cicig-, con el comisionado colombiano Iván Velázquez, ha venido a destapar las alcantarillas donde pululan los gusanos de la corrupción. Con la intervención del Ministerio Público, y su fiscal general Thelma Aldana, se han desarticulado grupos mafiosos incrustados dentro del Estado y a los actuantes fuera del mismo. La estrecha y efectiva colaboración con la Cicig explica los positivos y grandes resultados en casos de lavado de dinero, coimas millonarias, tráfico de influencias y negocios espurios privados utilizando al sector público. La acusación y prisión preventiva de dos expresidentes, una exvicepresidente y un buen número de exparlamentarios y ex altos funcionarios, demuestra que las cosas si pueden cambiarse. Se trata de un modelo original y valiosísimo de colaboración internacional e interseccional a nivel nacional.
El anterior escenario proyectivo y positivo encuentra, sin embargo, su contrapartida: la resistencia de las mafias incrustadas en el Estado, concretamente en el Congreso de la República y en el Ejecutivo. El mismo presidente Jimmy Morales fue acusado por al Cicig y el MP por el delito de financiamiento electoral ilícito, incluso su hijo y hermano están siendo juzgados por corrupción. Habría que agregar el escándalo de los llamados bonos militares con los cuales el presidente recibió ilegalmente cerca de medio millón de quetzales. Jimmy Morales había prometido con solemnidad durante su campaña una cuestión central, en realidad la única, pues no ofreció nada más: no hacer un Gobierno corrupto. También anunció con pompa que estaba totalmente en contra del transfuguismo. Pero ha hecho todo lo contrario. Incluso sus nombramientos en el Ejecutivo y en las instituciones del Estado se han realizado con base en tráfico de influencias y nepotismo, lo que contradice frontalmente el ofrecimiento de honradez y de no corrupción. Los embates de los corruptos por medios de campañas negras y el uso de netcenters en alianza con el mismo presidente Morales son una muestra palmaria de lo podrido y profundo que es el monstruo de la corrupción.
La lucha que se desarrolla hoy en día en Guatemala entre las fuerzas oscuras y los esfuerzos por acabar con la corrupción resulta de suma importancia, no solo para el país sino, por extensión, para todo el continente latinoamericano en la búsqueda de democracia real y justicia.
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