Jacobo Vargas-Foronda | Política y sociedad / BÚHO DE OCOTE
Ecuador y Guatemala son dos países que tienen enormes semejanzas con sus diferencias desde los tiempos y procesos que desembocaron en la equivocada independencia. Quito y Guatemala, hoy capitales de cada país, fueron en su momento capitanías generales, la primera del Virreinato del Perú en 1563, la segunda del Virreinato de Nueva España, en 1540. Ambos invadidos y colonizados por el entonces medieval imperio español. La extensión territorial actual de Ecuador es de 283 561 km2, y Guatemala con 108 889 km2, con poblaciones, en 2018, de 16 528 730 y 17 512 901, respectivamente.
Habitan en Ecuador 14 nacionalidades indígenas, Kichwa, Shuar, Achuar, Chachi, Epera, Huaorani, Siona, Andoas, Shiwiar, Secoya, Awa, Tsachila, Cofán y Zápara, además del pueblo Afroecuatoriano y el Montubio, todo reconocido constitucionalmente, en 2008, cuando se declara como un Estado plurinacional, pluricultural y multirracial. El idioma español es el oficial, mientras que el Kichwa y el Shuar son idiomas oficiales en las relaciones interculturales. Los demás idiomas ancestrales son de uso oficial para los pueblos indígenas las zonas donde habitan. Los pueblos Manta, Huancavilca y Puná en la costa desarrollan un movimiento de recuperación de su identidad indígena sin conservar sus idiomas ancestrales. También coexisten pueblos sin contacto voluntario con la sociedad nacional, como los Tagaeri, los Taromenane y los Oñamenane, ubicados en las provincias de Orellana y Pastaza en la Amazonia. En el reconocimiento oficial constitucional de las nacionalidades, pueblos e idiomas, Guatemala sigue en su enorme letargo.
En Ecuador, el proceso independentista arranca con revueltas el 10 de agosto de 1809, organizándose la Junta Soberana de Quito y el primer grito de independencia sin ser de todo el país. El segundo movimiento independentista estalla el 9 de octubre de 1820 en Guayaquil, pero es hasta el 24 de mayo de 1822, con la batalla del Pichincha conducida por el general Antonio José de Sucre, que se logra y, oficialmente, se considera este el día de su independencia. En Guatemala, sin batallas, la élite criolla declaró su independencia el 15 de septiembre de 1821. En su devenir político social más contemporáneo, tenemos la rebelión popular del 28 de mayo de 1944, «la Gloriosa», que derrocó al presidente Carlos A. Arroyo del Río y que permitió el ascenso de José María Velasco Ibarra a la Presidencia. Guatemala, con el levantamiento cívico-militar del 20 de octubre de 1944, la revolución democrático-burguesa del 20 de octubre, se derrota la dictadura ubiquista. Las diferencias, la Gloriosa duraría muy poco mientras que el 20 de octubre sobreviviría los conocidos 10 años de primavera.
En Ecuador, se nombra la «Junta de Gobierno» y asume el poder del Estado como «encargado del poder» el militante del Partido Comunista de Ecuador, Gustavo Becerra Ortiz, por un lapso de dos semanas, se elabora una constitución de tipo socialista y se convoca a una negociación entre líderes de varios sectores políticos para la entrega de la Presidencia a José María Velasco Ibarra con la condición de que respete la nueva constitución. Este aceptó, aunque una vez en poder, casi inmediatamente, anula tal constitución y se declara dictador. En Guatemala, los 10 años de primavera terminarían con la aberrante intervención político-militar estadounidense de 1954. Ecuador continuaría su devenir con diversos gobiernos, oscilando entre tendencias derechistas y progresistas, con un efímero intento insurreccional urbano conocido como «Alfaro Vive Carajo» en los 80, hasta llegar a la década de 1990 con las sucesivas explosiones ciudadanas de cansancio ante la sistemática corrupción. Mientras que Guatemala tendría que vivir los largos años del conflicto político-militar.
Llegamos a los 90. El 7 de julio de 1996 asume la Presidencia ecuatoriana el loco y arbitrario, Abdalá Bucaram Ortiz, quien gobernaría apenas durante 180 días, hasta el 11 de febrero de 1997 con la cesación del poder presidencial, inhabilitado por «incapacidad mental» luego de las crecientes manifestaciones de los días 5 y 6, donde los pueblos indígenas, mestizo, afroecuatoriano y montubio alzaron sus voces a partir de las protestas urbanas y rurales en Quito, Guayaquil y otras ciudades y el paro nacional anunciado el 5 era ya un hecho irrefrenable. Se nombró entonces a Fabián Alarcón Rivera como presidente constitucional interino durante 544 días. Un solo detalle es suficiente: Abdalá, al ser declarado vencedor en las elecciones, declaró que «era el primer loquito que llegaba a presidente, (…) y ofreció un “gabinete de lujo” (mencionando nombres) que sonaban muy bien. Al final, el gabinete fue distinto. Entre los 14 ministros se encontraron hermanos, cuñados y amigos íntimos, mientras que la vicepresidencia reservaba para sí 3 de aquellas secretarías de Estado. Allí fue el principio del desvanecimiento de un espejismo muy bien proyectado hasta entonces» [1].
Como lo diría Amparo Menéndez-Carrión, «Abdalá prendió la luz (…) La política ecuatoriana, ha contenido desde hace mucho una alta dosis de corrupción, una buena cantidad de nepotismo, mucha relación clientelar (…) y bastante hipocresía (…) no hay visiones de largo plazo (…) todas esas aberraciones, la mentira, las ofertas que no van a cumplirse (…) se habían realizado siempre como en la penumbra, preservando las buenas maneras y sobre todo las buenas palabras. Vivíamos casi en tinieblas (…) podíamos imaginarnos que seguíamos siendo jóvenes (…) honrados (y entonces) llegó Bucaram y prendió la luz. –Bucaram no inventó ningún pecado nuevo. Sólo los llevó todos al extremo–» [2].
En 1996, en Guatemala, se concluía formalmente el largo sangriento conflicto armado contrainsurgente interno con la firma de los llamados e incumplidos Acuerdos de Paz. Como una efímera luz, cada año se celebran sin que las causas reales y originarias de la larga tenebrosa noche en Guatemala lleguen al menos a los serios y comprometidos compromisos de concluirla. Muy al contrario, con Álvaro Arzú Irigoyen en la Presidencia, la arremetida privatizadora de los bienes públicos, el neoliberalismo económico, la corrupción e impunidad reciben una majestuosa activación, sin faltar el ingrediente de la corrupción e impunidad.
En 1998, en el imaginario social ecuatoriano, resuena el nombre de Jamil Mahuad Witt, con ciertos positivos antecedentes como «ministro del Trabajo y el haber publicado un excelente resumen crítico de 150 años de poesía ecuatoriana (…) y había encabezado parte de las movilizaciones populares contra la zafiedad y la demencia [de Bucaram]. Para la opinión pública su nombre era casi perfecto. Antes de llegar a la presidencia era Jamil (…) asumiendo el cargo comenzó el gobierno de Mahuad» [3]. El que fuera Jamil, se volvió Mahuad y gobernaría por 529 días. Jamil luego de ganar las elecciones presidenciales asume el cargo el 10 de agosto. El 26 de octubre de 1998 como presidente le entrega a Alberto Fujimori, presidente peruano, «una moneda de un Sol (sic) peruano y otra de un Sucre (sic) ecuatoriano, diciendo que se las daba “como símbolo del futuro”. Un futuro muy breve, 440 días más tarde, el 9 de enero de 2000, Mahuad decretó la muerte del Sucre (sic), al anunciar la “dolarización”» (9 de enero de 2000) [4] llamada por el economista venezolano, José Luis Cordeiro, «la Segunda Muerte de Sucre» [5]. Pero, «desde el punto de vista geopolítico, esto del Sucre (sic) es el tema de menor importancia entre todas las monstruosidades antipatrióticas realizadas por Mahuad» [6]. Entre otras, más allá de la economía, se tiene la firma del llamado Protocolo de Brasilia (Ecuador-Perú, 1998) y hechos como la base militar estadounidense de Manta (diciembre de 1999) que «no era únicamente una cesión del uso de las instalaciones aéreas (…) sino que incluía el “acceso y uso” del puerto de Manta, añadiendo “instalaciones relacionadas con la Base o en su vecindad” (…) sin definir el alcance de los términos “instalaciones relacionadas” ni el concepto de “vecindad”» [7].
El 21 de enero de 2000 se formó «una «Junta de Salvación Nacional»… El mando militar resolvió «retirar el respaldo al presidente» y el general Carlos Moncayo, nombrado portavoz, le pidió la renuncia» [8]. «El 22 de enero, el Congreso Nacional decretó el abandono del poder de Mahuad y la legitima sucesión (presidencial) en la persona de Gustavo Noboa Bejarano» [9], quien gobernaría durante 180 días. Por ello, «es absolutamente indispensable, ahora cuando Mahuad se ha ido y su canciller ha sido reemplazado, que el nuevo gobierno aclare todo lo referente a la Base de Manta y exhiba cualquier documento conexo que se hubiese firmado»[10]. Las cosas parecían cambiar, pero nada cambiaba. Similar situación se ha vivido en Guatemala. Recordemos a Jorge Antonio Serrano Elías, quien fuera presidente de Guatemala entre el 14 de enero de 1991 al 1 de junio de 1993, y la llegada de Ramiro de León Carpio quien fue electo como nuevo presidente por el Congreso de la República el 5 de junio de 1993 para terminar el mandato presidencial. Y luego tenemos todo un desfile de procesos electorales para volver, prácticamente, a lo mismo. Estamos frente al proceso electoral del 2019.
Luego de Noboa Bejarano, el coronel Lucio Edwin Gutiérrez Borbúa es electo presidente el 17 de octubre de 2002 y asume el cargo el 15 de enero de 2003. Gobernó por 826 días sin concluir su mandato, huyendo del palacio de Carondelet un 20 de abril de 2005. En Guatemala en enero de 2004 asume la presidencia Óscar José Rafael Berger Perdomo tras las elecciones presidenciales de noviembre de 2003, concluyendo su mandato en el 2008. La corrupción y la impunidad continúa su imperturbable caminar, sin olvidar las nefastas operaciones de limpieza social y ejecuciones extrajudiciales tanto a la luz pública como en centros carcelarios como el ocurrido en la Granja Penal Pavón.
Gutiérrez Borbúa, vendió la frase que «¡derrotará a la oligarquía… o morirá en el intento!» [11], y se presentó como un hombre de centro-izquierda, a partir de su efímera participación en la llamada Junta de Salvación Nacional, además de su selección de Alfredo Palacio González como su candidato vicepresidencial, quien tenía un elevado prestigio social, académico y político y «había sido presidente de la Unión Democrática Popular, que fue durante años el nombre electoral adoptado por el Partido Comunista de Ecuador (…). Así mismo, Pachakútik, brazo político de la CONAIE se presentó como auspiciante de la candidatura de Gutiérrez, el Movimiento Popular Democrático y lo restante del Partido Comunista del Ecuador (…) La ecuación estaba completa: Lucio Gutiérrez podía presentarse como un candidato de izquierdas» [12].
Muy pronto, Lucio Gutiérrez mostró su verdadero rostro y a pocos días de asumir el poder, en febrero, 2003, «viajó a Estados Unidos, firmó una Carta de Intención con el FMI y se reunió con el presidente norteamericano George Bush. A la salida de la reunión, Gutiérrez declaro «le hemos dicho (al presidente Bush) que queremos convertirnos en el mejor aliado de Estados Unidos» (…) Y así lo hizo (…) manteniendo la Base de Manta (luego de haber ofrecido en la campaña electoral exactamente lo contrario), vinculándose cada vez más con el presidente Uribe y con el «Plan Colombia», siendo obsecuente seguidor de la política norteamericana y llegando al extremo de permitir que buques guardacostas de la US Navy hundieran barcos con bandera ecuatoriana en aguas internacionales» [13]. No olvidemos el hecho de que durante su mandato se volvió un rabioso enemigo de Venezuela Bolivariana.
Gutiérrez fue adicto al nepotismo, la corrupción y un escandaloso comportamiento personal en donde Ecuador «vivió lo peor de todas sus épocas (…) una descarada intervención oficial en el legislativo, una desestabilización total del (poder) Judicial, la burda modificación de la Corte Suprema, el Tribunal Constitucional, el Consejo de la Judicatura, la Fiscalía General de la Nación y otras instancias jurisdiccionales» [14]. La gota que derramó el vaso y sacudió al país, en esos momentos, fue la visualización del contubernio Bucaram-Gutiérrez. El historiador, periodista y escritor, Pedro Saad Herrería, considera que la «cumbre» populista de Panamá es el comienzo del fin para Gutiérrez. El 31 de agosto de 2004, Gutiérrez viaja a Panamá y «la prensa ecuatoriana especula que la misión «secreta» sería encontrarse con el expresidente Bucaram quien desde 1997 vive exiliado en Panamá (…) Abdalá Bucaram no es un asilado político, sino un prófugo de la justicia, abandonó Ecuador para eludir la prisión preventiva ordenada por los jueces por delitos de malos manejos económicos durante su breve presidencia (…). Según Bucaram, el presidente ecuatoriano se comprometió a designar una «comisión integrada por constitucionalistas» para determinar la validez de un Recurso de Amparo que Abdalá ya había conseguido de una jueza esmeraldeña, anulando todas las órdenes de arresto y los juicios pendientes contra el ex–mandatario (sic)» [15].
El 20 de abril de 2005, Kristie Kenney, embajadora de Estados Unidos, se reunió con Lucio Gutiérrez, en Ecuador subsiste la interrogante sobre si en el encuentro, la embajadora ¿le ratificó o le retiró el respaldo de Washington que le había servido de sostén? Ese mismo día, cuando los Corajudos, Jóvenes y Forajidos, desde el 14 de abril, con el vibrante apoyo de los indígenas y mestizos seguían protestando en las calles, «el Congreso destituyó a Lucio Gutiérrez Borbúa y la cúpula de las tres ramas de las fuerzas armadas convocadas por el general Luis Aguas quien declara que se le retiraba el apoyo al coronel Lucio Gutiérrez» [16] y luego el entonces vicepresidente, «Alfredo Palacio González, es juramentado Presidente Constitucional (sic) por la diputada Cinthya Viteri» [17]. Tenemos curiosas semejanzas con Baldetti y Pérez Molina.
Ecuador cierra la página de Lucio Gutiérrez y con Palacio González se vislumbra una luz al final del túnel. Los sucesos posteriores los veremos en otro artículo con el que concluiremos esta interpretación comparativa que se ha elaborado más en hechos acaecidos uno tras otro sin pretender profundas elaboraciones teórico-analíticas. En Guatemala, con esas enormes confusiones promovidas con las consignas de «ni de derecha ni de izquierda… no a la política… ni corrupto ni ladrón» tenemos en el 2019 a un titiritero que bien se puede parangonar con el loco Abdalá y el facineroso de Gutiérrez. ¿Qué nos espera en el 2020 luego de las elecciones presidenciales en Guatemala? ¿Habremos aprendido o repetimos caricaturescamente las tragedias de la historia?
[2] Ibíd, p. 140
[3] Saad Herrería, Pedro. La caída de Abdala. Quito, Ecuador: El Conejo, 2000, pp. 21~26.
[4] Ibíd, p. 39
[5] Ibíd, p. 44
[6] Ibíd, p. 44
[7] Ibíd, p. 46
[8] Ibíd, p. 8
[9] Ibíd, p. 9
[10] Ibíd, p. 4
[11] Saad Herrería, Pedro. La caída de Lucio. Corajudos, jóvenes y forajidos. Quito, Ecuador: El Conejo, 2005, p. 18
[12] Saad Herrería, Pedro. El libro negro de Lucio Gutiérrez. Quito, Ecuador: Rocinante, 2.a edición, octubre 2005, p. 34
[13] La caída de Lucio. Corajudos, jóvenes y forajidos, p. 96
[14] El libro negro de Lucio Gutiérrez, p. 1
[15] La caída de Lucio. Corajudos, jóvenes y forajidos, pp. 15-16
[16] Ibid., p.98
[17] Ibid., p.99Fotografías proporcionadas por Jacobo Vargas Foronda.
Jacobo Vargas-Foronda

Jurista y sociólogo. Aprendiz de escritor, analista y periodista freelance. Libre pensador y autodefinido como gitano, es decir, ciudadano universal.
Correo: forvar33@yahoo.ca
0 Commentarios
Dejar un comentario