-José David Son Turnil / RI KAXKOL (EL SERVICIO COMUNITARIO)–
Para comprender el pensamiento indígena diverso, es necesario vivir en la comunidad indígena. Mucho se escribe sobre pueblos indígenas sin haber tenido una experiencia mínima dentro de una comunidad indígena. Con esa aclaración, hoy me permito trasladarles mi experiencia vivida en la comunidad de Agua Caliente, San Andrés Sajcabajá, departamento de Quiché.
Corrían los años 70 y 71, bajo el llamado tercer gobierno de la revolución presidido por Julio César Méndez Montenegro, cuyo ministro de Educación era el ilustre académico Carlos Martínez Durán, quien me nombró para la escuela de la aldea Agua Caliente. Al llegar al municipio comprobé que era un pueblo mayoritariamente indígena de habla k’iche’. Que, sin embargo, los pocos ladinos del pueblo practicaban un racismo al estilo colonial. Al día siguiente de mi llegada a San Andrés, se constituyó una comitiva de la aldea, todos indígenas, vistiendo pantalón blanco de manta amarrado con una banda roja a la cintura, camisa de gabardina y sombrero de petate, para darle la bienvenida al maestro y trasladarlo a su nueva residencia.
La comitiva llevaba consigo dos bestias, una para el maestro y otra para su equipaje. Dado a que mi experiencia en montar caballos era nula, preferí caminar hacia la aldea. Cinco kilómetros nos separaban de la aldea. Caminamos mientras platicábamos sobre lo que sería el trabajo de educación en la aldea. Sus preguntas no se dejaron esperar. De dónde venís, sos ladino o de los nuestros, qué comés, tenés mujer o sos soltero, etcétera. De igual manera surgieron preguntas hacia ellos. ¿Cómo es el edificio de la escuela?, pregunté, ¿es grande o pequeño?, todos se rieron y me dijeron ¿cuál escuela? Sos el primer maestro que llega a la comunidad. Nunca ha existido escuela, pero estamos decididos a apoyarte y ojalá no te pongás triste y salgas corriendo para tu pueblo.
Al llegar a la aldea encontramos varios vecinos, la mayoría indígenas y algunos ladinos rurales. Lo que más abundaba eran los niños de diferentes edades que miraban ansiosos la llegada del maestro. Uno de los acompañantes me presentó ante la concurrencia y entonces me percaté que era el líder natural de la comunidad, don Tomás Chach. Su alocución fue en k’iche’. Comprendí la mayor parte de la misma en la cual hizo conciencia a los vecinos a apoyar al maestro. El primer problema se presentó cuando pronunció mi nombre a la concurrencia porque en el k’iche’ no existe el fonema de la «D», y mi nombre tiene una al inicio y otra al final. Entonces todos pronunciaron mi nombre como Labit, sustituyendo la D inicial por L y la d final por t.
El segundo problema fue cuando se me indicó que no existía edificio escolar ni mobiliario ni materiales para la enseñanza. Era un reto iniciar un trabajo en esas condiciones. Pero lleno de optimismo y recordando las palabras del ilustre Dr. Martínez Duran quien me nombró, me dije: «de esos maestros necesita Guatemala, maestros rurales que hagan de su misión un apostolado». Entonces, manos a la obra y a empezar desde 0. El tercer problema fue cuando el líder don Tomás Chach me indicó, «los niños hablan k’iche’, pero queremos que les enseñés el español para que puedan ampliar sus oportunidades». Mi respuesta fue «haremos una educación bilingüe, como debe ser».
Otro problema fue de carácter pedagógico, los niños eran de diferentes edades. El brillo de sus ojos manifestaba ansiedad por aprender. Todos iniciarían desde primer grado. Es más, desde preparatoria. Se habilitó una habitación de adobe y teja, piso de tierra para dar clases, se habilitó otra habitación igual para hospedaje del maestro, una cocina para hacer la refacción escolar. Y al principio unas piedras y sillas prestadas para los alumnos, se prestó un pizarrón a la iglesia del lugar, una mesa y una silla para el maestro. El supervisor de todo lo que se hacía era don Tomás Chach y otros líderes de la comunidad.
Por su parte, la juventud también se incorporó al proceso. Por la tarde llegaron jóvenes, solo hombres a preguntar si se iban a iniciar las clases de alfabetización. Algunos ya sabían leer porque habían recibido clases con los padres del pueblo. Otros no leían nada, pero todos motivados por la presencia de un maestro se juntaron para ver en qué momento se iniciaban las clases. Fue asunto de conseguir una lámpara de gas y proceder a organizarlas. La interpretación de esta narración la daré en el siguiente artículo.
Fotografía principal por José David Son Turnil.
José David Son Turnil

De origen maya k’iche’ nacido en Totonicapán. Licenciado en Pedagogía, con maestría en Ciencia Política, actualmente docente de la Universidad de San Carlos de Guatemala, Facultad de Humanidades. Consultor y conferencista independiente para diferentes instituciones nacionales e internacionales.
2 Commentarios
Tiene razón Consuelo. No había en ese momento protagonismo de las mujeres. Si hubo participación de mujeres, pero los dominantes eran los hombres. El machismo es parte de los antivalores de muchas sociedades y en San Andrés Sajcabajá era y sigue siendo en parte una práctica común lastimosamente.
Es notoria la ausencia de mujeres en este interesante relato del Lic. Son Turnil sobre su experiencia cuando inició como maestro rural el primer programa de alfabetización en la comunnidad Agua Caliente en la aldea San Andrés Sajcabajá del departaamento del Qujiché, esperando la continuación del mismo.
Dejar un comentario