Disyunción

Maya Lima / DEMONIO HEMBRA

I

Y tenías que esconderte toda la vida. No lo entiendo. Tú, linda pizpireta. La curiosidad te desprendía los ojos de paloma, ojos que se abren reteniendo cualquier cosa que suceda a tu alrededor. Sí, desde pequeña observaste cuerpos celestes, las bóvedas del cielo y las lombrices retorciéndose fuera del lodazal. Con los ojos enrojecidos presenciaste los nacimientos gatunos detrás de la lavadora. Pelabas, con esos mismos ojos, cualquier fruta expuesta sobre los huacales en el mercado. Pero si eras sorprendida, cuando algún ajeno te descubría los ojos capulines, bajabas la mirada, te ocultabas en mi nagua fortaleza, escudo contra empacho y mal de ojo.

Sabe dios cuánta cosa pensabas, en qué se entretenía tu conciencia de bella, inocente criatura. A veces fuiste hada verde que juntaba hojas caídas, florecitas en botón y algunas piedrecillas para construir un pequeño altar en el fondo del patio que era fin del mundo. Otras veces, ser negrísimo, atenta a cualquier canto de ave, ladrido de perro, chillido de rata.

Ay, mi niña. Pensé que tu vida crecía, que te encontrabas un buen hombre, que saldrías de blanco bajo la herradura de la buena suerte y que serías mujer dándonos nietos. Pero no, siempre extraña, callada; hasta aquel día en el que enloqueciste. Nunca podré olvidar aquella tarde, gritabas enfurecida, eras un monstruo de caverna, una bestia salvaje, bruja ardiendo en la hoguera. Tu padre intentó calmarte pero no pudo, tirabas mordidas, golpes, patadas. Yo, con mi dolor de madre; el viejo ensangrentado de la mejilla, charrasqueado, renqueando, tratando de que el ardor en su espinilla se desvaneciera como lagua que se filtra en la parcela. Pero lograste salir de la casa antes de que se te ajusticiara. Desde entonces no duermo, criatura. Rezo todas las noches para que dios te me cuide, para que regreses con bien. Esta siempre será tu casa aunque el frío cale en la conciencia o el comal recueza nuestras malas intenciones, pero un plato caliente no te habrá de faltar. Mi ojos de paloma, por las noches, pequeña mía, me siento a tejer tus miradas y los gestos que me parecieron sonrisas. Las uno con un hilo del arrepentimiento, esperándote. Una vez me pareció verte detrás del árbol en la esquina de nuestra calle, pero no, esa no podrías ser tú. No pierdo la esperanza. Sé que un día has de regresar cubierta de rocío, con la matriz florecida, con tu mirada de ave que emigra hacia la felicidad. Cuando ese día llegue te enseñaré a bordar y a echar tortilla; te peinaré con una trenza. Aquí sigo en la espera, con una olla de caldo en el fogón listo pa’ servirlo.

II

Madre, nunca pude ni quise entenderte. Cuánto silencio, cuánta indiferencia. Creo que yo no existía para ti, la furia de los dioses me alcanzaba todas las tardes. Me recuerdo en el jardín tratando de evadirla. Pero era imposible. Siempre hubo un pretexto. Cualquier acto u omisión era suficiente para que los cielos relampaguearan y la tormenta mojara todos los rincones. El jardín no me alcanzaban para desaparecer, aunque esos espacios abiertos de nuestra casa me hacían libre mientras ignoraba la negritud de aquel infame. Pero nunca pude refugiarme, ponerme a salvo, aunque lo deseara con todas mis fuerzas. A veces, las venas de una hoja del eucalipto se me figuraban el rostro del mal de los males. Entonces el celeste de los cielos se me desbordaba de la garganta, podía aplicarle una venganza contundente y definitiva, le arrancaba la nariz con mis dientes de leche y lo enterraba en el fondo del patio, allá por los tanques de gas. Me gustaba tragarme las lombrices, ¿lo sabías, madre? Me las ponía entre el paladar y la lengua, la cabeza y la cola se agitaban en la comisura de mis labios, después de una sola mordida, el cuerpo estallaba dentro de mi boca, cabeza y rabo caían sincronizados manchando inevitablemente mi delantal de niña bonita, que con tanto cariño y esfuerzo blanqueabas y almidonabas los sábados por la tarde.

De verdad no sé si no te dabas cuenta o te hacías pendeja. ¿Supiste cuántas veces mi padre apretó con furia mi pequeño brazo?, ¿te diste por enterada de los cinturonazos que me marcó debajo de las nalgas? No sé si te odio más a ti o a él. Tal vez hubiera sido preferible ser víctima de su calentura que de las chingas que de a gratis me propinó. Pero no, el viejo no era pervertido, solo era culero. ¿Ignoraste las bofetadas a la hora de la cena?, quesque porque yo tronaba el hocico cuando masticaba. ¿Te acuerdas, madre de las ocasiones donde me embrocó sobre el plato para que fuera agradecida y nunca se me ocurriera decir que tal o cual alimento no me gustaba? Ya ni chingas, jefa. Qué poca madre tuviste. Y con todo y todo te extraño, sí a pesar de mis pesares y de este odio que me crece por dentro de la tripa. La otra noche dos cabrones me toquetearon cerca del mercado, uno de ellos me tiró los dientes de un codazo mientras me sostenía para que el otro hiciera sus cosas, yo solo pensaba en ti y en tus caldos mágicos, calientes y sabrosos. Cuando estos malditos me botaron, ahí intentando levantarme del suelo, mientras me tragaba el dolor y escupía los coágulos de vergüenza, tambaleante pensé también en el sabor de las lombrices de tu jardín. Ahora mismo quisiera estar en cuclillas en el fondo del patio, escuchándote en la cocina, con el canto de las cebollas chisporrotenado en el comal, con los vapores de los frijoles hirviendo. Pero la calle me gusta, jefa. El desmadre. Y a tu esposo nomás no lo soporto, nomás no puedo ni pensarlo sin que se me suba un calor por toda la garganta y el abdomen se me infle, se me perturbe la razón y se me nuble la vida. Recuérdame con mis ojos enrojecidos, madre. Nunca olvides esta mirada lejana a los límites del dolor, los que siguen en busca de un solar. Ojos que no detienen su vuelo rasante, los que hacen que la distancia entre el amor y la vida sean despeñadero para alcanzar el cielo.

Maya Lima

(México D. F. 1973). Poeta, cuentista, lectora en voz alta y promotora cultural. Autora de los poemarios El síndrome del desierto (2013) y Gerontofilia de una reina (2015). Ha participado en más de diez antologías de cuento y poesía en México. Es una de las fundadoras del grupo Cabaret Poético (performance poético de burlesque), presentándose en diversos foros de la ciudad de México. Fue responsable operativa de la Casa del Poeta José Emilio Pacheco del Instituto Municipal de las Artes en el municipio de Tlalnepantla de Baz, Estado de México. Actualmente radica en Alemania.

Demonio hembra

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