Distancias

Leonardo Rossiello Ramírez | Política y sociedad / LA NUEVA MAR EN COCHE

Vine a descubrir, a los 64 cumplidos, que el tiempo es quizá la más perversa de las funciones del espacio. Del espacio en movimiento, aclaremos. Porque en un espacio inmóvil también el tiempo estaría congelado. La lengua castellana es muy pobre, por no decir indigente, cuando se trata de vocabulario para expresar tiempo. Así, usamos casi siempre metáforas del dominio espacial. Los ejemplos abundan: «Voy a ir dentro de tres meses». «El futuro por delante». «Te veré pasado mañana». «El porvenir».

La idea misma de medir el tiempo supone una percepción, y aun una semántica, espacial del tiempo. Los primeros relojes, por ejemplo las clepsidras, eran de agua (quien dice espacio dice casi siempre volumen y movimiento). Los relojes de sol se basaban en ángulos móviles determinados por el movimiento de la Tierra en torno al sol. Incluso los relojes digitales y hasta los atómicos, no pueden prescindir del espacio en movimiento. El tiempo es, primero, y que reviente el que no lo comprenda, una magnitud física.

Otra función perversa del espacio es la distancia. Es algo que se toma, y que tiene medidas. A veces son medidas que se toman para tomar distancia de algo. En política es un fenómeno frecuente. Hace poco el POTUS, cuándo no, dio nuevos trumpetazos en ese orden de pensamiento. Parece ser que lo de él es tomar distancias con adláteres y disminuir las distancias con nuevos adláteres. Más del 40 % de su equipo ya fue destituido. Entre los más renombrados, hay que mencionar al estratega en jefe, Steve Bannon, al muy famoso general (r) Michael Flynn, consejero de asuntos de seguridad, quien fue seguido pronto por el jefe de gabinete, Reince Priebus.

Distancias: acortarlas o aumentarlas. De eso se trata. Para lo primero, en este reciente trumpetazo el POTUS despidió al moderado consejero económico, el señor Gary Cohn y, vía tuit, a su tiranosaurio Rex Tillerson, secretario de Estado y magnate de la Exxon. Para lo segundo, puso a un individuo con el que siente afinidad, o si se quiere, menos distancia: el director de la CIA y halcón (al menos, se dice de él que era o es del Tea Party) Mikael Pomepeo.

Pero el POTUS da una de cal y otra de arena. Cuando en un comunicado el subsecretario Steve Goldstein informó que esa mañana (la del tuit) Tillerson «no había hablado con el presidente» y que «desconocía el motivo» de la destitución, el POTUS aumentó las distancias con el subsecretario: lo pasó a la categoría de destituido, y a otra cosa, mariposa. Acortando más distancias, nombró a una señora como directora de la CIA, otra ave rapaz, quizá gavilana, que no gallina, Gina Haspel. Ha sido acusada por varios medios de comunicación de haber supervisado torturas, lo cual configura un enorme mérito.

Otro trumpetazo-distancia fue la reciente visita del POTUS al Estado de California (la sexta economía del mundo), seguida de la acusación a su gobernador de que estaba haciendo mal las cosas y el haberse fotografiado frente a un protomuro. Parece ser que hay varios modelos pero solo dos tipos: los que los escaladores profesionales pueden escalar (y todos los mexicanos que intentan pasar al otro lado son eso, escaldores profesionales, cosa que yo ignoraba), y los que no pueden ser escalados por escaladores profesionales. Según rumores, el POTUS va a elegir estos últimos para aumentar distancias con México y, de paso, con los mexicanos y latinoamericanos.

Fotografía tomada de Noticias ya

En momentos de escribir estas líneas la noticia más importante de Suecia es la de una propuesta distanciadora de la presidenta de la Democracia Cristiana: prohibir los llamados de los imames desde las mezquitas. La razón aducida es tan sincera como demoledora: esos llamados molestan y van contra nuestras tradiciones. El valor de las tradiciones es algo que puede discutirse, pero no cabe duda que nuestras tradiciones son más valiosas que las tradiciones de ellos.

No sean los lectores mal pensados. Nada tiene esta propuesta que ver con las cifras de intención de voto, que amenazan con dejar a este partido fuera del Parlamento en las próximas elecciones. No, es una propuesta emanada de los más puros sentimientos cristianos. De hecho, si Jesucristo viviera, sería un firme partidario de la prohibición.

Cuando se observó que las campanas de las iglesias cristianas también hacen llamados varias veces por día, la réplica (¡oh repicar de campanas!) fue contundente: el de las campanas es un llamado neutral y además enraizado en nuestras tradiciones. Se dirá que a lo mejor no es un ejemplo edificante del ejercicio de la libertad de cultos, pero ¿no es una bella manera de poner distancias entre una religión y otra?

Puestos a poner distancias entre ellos y nosotros, me parece justificado que le escriba a la presidenta y le cuente mi idea, que es la siguiente: poner a todos los desocupados musulmanes de Suecia a acarrear baldes y bolsas con arena desde los barcos [1] (o sea que propongo, de paso, crear unos cuantos puestos de trabajo) hasta unos minidesiertos que se formarían a unos treinta o cuarenta kilómetros de nuestras ciudades. Los pinches desiertos se cederían en arrendamientos razonables a las comunidades de musulmanes y se les permitiría edificar ahí mezquitas con minaretes desde donde, sin molestar al prójimo, los imames podrían hacer sus cinco llamados diarios. Habría camellos que llevarían a los creyentes hasta los templos. Incluso podrían arrendarlos a turistas y curiosos. Eso es poner distancias. Y, lo más importante, mantener la libertad de cultos.

Conviene ser creativos y evitar las prohibiciones. No obstante, también conviene marcar distancias. Ellos por un lado, nosotros por el otro. Los que tienen mucho y los que no tienen nada. El norte y el sur.

Sin ir más lejos (¡cómo cansan las distancias, cómo lastiman!) hace ahora una semana, la semana pasada, estaba yo en Quito. No es que estuviera por gusto distanciado de la ciudad donde vivo, había ido por razones de trabajo. Sin embargo, no pude dejar de ir hasta un sitio que se llama «la mitad del mundo». Ahí existe un museo –cerca está la suntuosa sede de la Unasur– y en él hay una línea amarilla pintada en el piso. Marca la latitud 00, 00, 00.

A una distancia de medio metro de la línea ecuatorial, en el hemisferio sur, había una palangana llena de agua con un tapón de desagüe. Al sacar el tapón, el agua formó un remolino en sentido horario. A otros cincuenta centímetros de la línea, en el hemisferio norte, lo mismo, solo que al quitar el tapón, el desagüe formó un remolino contrarreloj.

Desde luego, era imposible no fotografiarse con un pie en el hemisferio sur y otro en el norte. Y lo hice; la imagen congeló ese segmento de tiempo y ahí estoy, con los pies distanciados y la cabeza no tanto, sobre la línea ecuatorial. Toda una metáfora de mi propia vida. Pero el cuerpo no es simétrico; el lado del corazón me quedó en el sur.


[1] Barcos que traerían las bodegas llenas de arena desde el desierto del Sahara, a cambio de nieve con la que varios países saharianos podrían hacer piscinas, oasis, crear lagos e incluso ríos que, evaporación mediante, producirían nubes y lluvias, así, se fertilizaría sucesivamente el desierto.

Leonardo Rossiello Ramírez

Nací en Uruguay en 1953 y resido en Suecia desde 1978. Tengo tres hijos, soy escritor y profesor en la Universidad de Uppsala.

La nueva mar en coche

Un Commentario

Pilar 26/03/2018

Aunque esté distanciado el » fin del mundo» ya la cercanìa del desastre climático vaticina el poco efecto de ese trabajo sahariano.
Ya han tenido su nieve recientemente…en el Sahara.

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