-Antonio Móbil | ENSAYO–
Señores miembros del Consejo Superior Universitario
Señor Rector de la Universidad de San Carlos de Guatemala, ingeniero Murphy Olympo Paiz Recinos
Señor Secretario de la Universidad de San Carlos de Guatemala, arquitecto Carlos Enrique Valladares Cerezo
Señores miembros del Consejo Directivo del Centro de Estudios Urbanos y Regionales CEUR, por haber propuesto mi candidatura al Doctorado, en especial a su secretario Oscar Peláez Almengor.
Señorita Lenina García, secretaria general de la Asociación de Estudiantes Universitarios Oliverio Castañeda de León.
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Saludo cariñosamente a mi familia por su solidaridad y congruencia con mis anhelos y actitudes revolucionarias.
Expreso mi saludo fraterno a mis amigas y amigos que me acompañan en este solemne acto.
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El alto honor que este día me otorga la Universidad de San Carlos de Guatemala enaltece mi constante preocupación por el respeto a los derechos humanos y mi participación firme y constante en las luchas revolucionarias de Guatemala. Lo dedico a quienes padecieron vejaciones y muerte. Pero también lo ofrezco a los sobrevivientes en la forja de una vida mejor y continúan abriendo caminos libertarios.
Me conmueve el hecho de que este acto se lleve a cabo en el claustro histórico que albergó a la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales, donde cursé los seis años de la carrera, porque fue aquí donde discerní con criterio mis sentimientos revolucionarios que caminan conmigo desde la alborada del 20 de octubre de 1944.
Durante los diez años que transcurrieron entre 1944 y 1954, conocí de cerca los problemas que conlleva defender la libertad, la igualdad y la fraterna convivencia.
Acostumbrado a enfrentar los avatares de la vida política durante los setenta y cinco años transcurridos desde la gesta popular del 20 de octubre de 1944, a resistir la invasión extranjera que agostó la primavera incipiente en 1954 y a combatir la barbarie posterior que perdura hasta la fecha, me encuentro hoy homenajeado, por cometer todos los actos penados por las leyes represivas que criminalizaron la lucha popular para repudiar a los tiranos que pretenden silenciar el clamor para vivir en libertad y disfrutar de la paz con armonía y pan.
Esta mañana evocaré a una generación de hombres y mujeres que encontramos caminos de piedra y flores y muy especialmente a quienes crecimos tras los muros de esta Escuela de Derecho.
Nuestra generación se cruzó con la Revolución de Octubre cuando apenas cumplíamos quince años, fue una circunstancia feliz: ambos acontecimientos nunca perdieron la pureza. La Escuela de Derecho constituyó el crisol que unificó a quienes llegamos a sus aulas desde todos los confines del país con la idea de cuidar la semilla libertaria recién plantada.
Casi sin darnos cuenta, pasamos de la lectura literaria a compartir el ejercicio político. Encontramos también el placer de la bohemia con sus secretos y delicias que nos condujeron a un mundo que amanecía desde el anochecer. Entre estos avatares, también estudiamos las fuentes del Derecho, los contratos, la redacción del lenguaje notarial y algunas otras incidencias académicas.
Voy a referirme de manera breve a algunos hechos relevantes de la Revolución de Octubre de 1944. Uno de ellos, muy importante, porque dicha gesta constituyó un parteaguas histórico libertario entre una larga etapa oscura que duró más de cuatrocientos años de coloniaje y de regímenes dictatoriales; y además, porque en su seno encontré la respuesta a mis ideales democráticos.
Luis Cardoza y Aragón caracterizó los años revolucionarios señalándolos de primavera democrática. La primavera se enalteció reconociendo y afirmando los derechos humanos de los guatemaltecos, haciendo viable su soberanía como nación y la libertad para escoger a sus represantes como Estado democrático.
Durante aquellos diez años la Junta Revolucionaria de Gobierno decretó la autonomía de la Universidad de San Carlos, la del deporte y la de las municipalidades.
Heredamos un texto constitucional avanzado que a la par de lineamientos liberales ortodoxos incluyó garantías sociales dedicadas a los sectores menos favorecidos de la población.
También, por primera vez, la institucionalidad del Estado se asentó sobre bases indispensables para establecer un aparato productivo nacionalista, que abarcaba la regulación de las compañías extranjeras, un sistema bancario que incluía el Instituto de Fomento de la Producción y la consolidación de la Banca Central. En el campo social se creó el Instituto de Seguridad Social y fue promulgado un código moderno para regular el trabajo. En el ramo educativo, la recuperación de la dignidad ciudadana constituyó de inmediato el postulado inicial de la reforma de la educación escolar, fundamentada en la libertad de criterio docente y del autogobierno escolar; para contribuir a lograrlo se instituyeron las escuelas tipo federación.
Fueron fundadas la Facultad de Humanidades, el Instituto de Antropología e Historia, el Instituto Indigenista Nacional, la Dirección General de Bellas Artes, la Editorial del Ministerio de Educación Pública, etcétera.
Durante la segunda etapa democrática, el gobierno de Jacobo Arbenz impulsó y puso en vigencia la Ley de Reforma Agraria, y el Banco Agrario Nacional. Asimismo, inició la construcción de la carretera nacional de acceso al Atlántico y la hidroeléctrica Jurún Marinalá. Estas medidas reforzaban el rescate de la soberanía nacional, ejercida de facto durante decenas de años por un monopolio trasnacional, la United Fruit Company.
La Asociación General de Agricultores –AGA– dirigida por el sector terrateniente recibió la reforma del campo con acrimonia. Los señores expresaron que esa normativa era una ley totalitaria –el robo más monstruoso jamás perpetrado por gobernante alguno en nuestra historia–, la inmensa mayoría del pueblo guatemalteco (decían) rechaza categóricamente los orígenes comunistas de esta ley y sus nefastas consecuencias para nuestra patria.
El arzobispo Mariano Rossell, pastor de almas, dirigió la palabra a su grey, en apoyo a los señores oligarcas. Fue claro, preciso, cuando llamó a la guerra contra el «comunismo». Dijo:
Estas palabras del Pastor quieren orientar a los católicos en justa, nacional y digna cruzada contra el comunismo. El pueblo de Guatemala debe levantarse como un solo hombre contra el enemigo de Dios y de la patria. Nuestra lucha contra el comunismo debe ser, por consiguiente, una actitud católica y nacional. Vayamos, pues, a la campaña contra el comunismo en nombre de Dios y con Dios.
El vendaval anticomunista arreció hasta convertirse en tornado de furia increíble: la Iglesia católica urgía la guerra santa contra el denominado engendro comunista; la prensa nacional se unió al alud, mientras los oligarcas y el imperio del norte conducían la tormenta. El alto mando del Ejército cedió a la presión y traicionó a su comandante, a su pueblo y a su patria.
El 27 de junio de 1954 sucumbió el segundo gobierno de la revolución. Jacobo Arbenz expresó:
Nuestro único delito consiste en decretar nuestras propias leyes y aplicarlas a todos sin excepción. Nuestro delito es haber iniciado una reforma agraria que afectó los intereses de la United Fruit Company. Nuestro delito es desear tener nuestra propia ruta hacia el Atlántico, nuestra propia energía eléctrica y nuestros propios muelles y puertos. Nuestro delito es nuestro patriótico deseo de avanzar, progresar y obtener una independencia económica que vaya de acuerdo con nuestra independencia política. Hemos sido condenados porque hemos dado a la población campesina tierra y derechos.
Derrocado el gobierno presidido por Jacobo Arbenz se derrumbó la década revolucionaria. Este hecho precipitó una crisis de gobernabilidad de once días durante los cuales se integraron cinco juntas de gobierno orquestadas por el Departamento de Estado de Estados Unidos y vigiladas con rigor pretoriano por el embajador John Peurifoy.
El 30 de junio fue firmado un pacto de condiciones en el cual el Ejército Nacional se unía al Ejército de Liberación de Guatemala, comandado por el teniente coronel Carlos Castillo Armas. El artículo 7 del citado pacto estipula, con letras mayores, que la guerra a muerte al comunismo será meta constante del Ejército de Liberación Nacional.
Inmediatamente fue creado el Comité de Defensa contra el Comunismo que fichó a más de doscientas mil personas.
En diciembre de 1954 se encendió una enorme hoguera en el parque centenario de la ciudad de Guatemala para destruir millares de libros considerados comunistas. El diario El Imparcial escribió al respecto:
Se trata de una de las tareas más tristes que hayan podido realizarse desde los tiempos de las inquisiciones, hasta nuestros días en los países donde se han implantado las más oprobiosas dictaduras totalitarias como el nazifascismo.
El 10 de octubre de 1954 Carlos Castillo Armas fue electo presidente de la República convirtiéndose en el primer mandatario anticomunista de Guatemala, amparado por el lema «Dios, Patria, Libertad». Después de Castillo Armas han gobernado Guatemala 17 presidentes de la República que condujeron el país hacia la hecatombe en la que actualmente nos encontramos.
La cauda de los 65 años transcurridos desde 1954 hasta la fecha están a la vista: doscientos mil muertos, más de un millón de seres humanos desplazados de su territorio original. Otro millón de campesinos indígenas y ladinos obligados a expatriarse del país para que su patria sobreviva con sus remesas ganadas en tierra ajena. También quedan los escombros de más de 600 aldeas calcinadas.
Dos generaciones han visto la luz desde el lejano 1954. Son muchos años. Sin embargo, las pasiones siguen al rojo fuego porque las condiciones miserables del pueblo perduran.
Sesenta y cinco años de distancia exigen un estudio sereno de los sucesos controversiales que sacudieron al país durante la década de la primavera. Es indispensable determinar cuál es la herencia revolucionaria, cuáles los beneficios y cuáles los errores.
Si los gobiernos de Juan José Arévalo y de Jacobo Arbenz fueron comunistas, según lo proclaman con seriedad personajes fascistas de todo el mundo, de acuerdo con ellos, habría que hacer un alto en el camino para preservar las bondades de tan interesante doctrina.
Y en sentido contrario, si la democracia es esta realidad que padecemos hoy día, debemos considerar que tal concepto engloba un ardid perverso que nos conduce a abominar de ella. El presidente Arévalo señaló algunas premisas sin las cuales la democracia carecería de esencia:
Donde no haya libre, absoluta expresión de la voluntad popular, no hay democracia. Allí donde la ley emanada de los representantes del pueblo no se cumpla, no hay democracia. Allí donde la dignidad humana no se reconozca nada más que para los miembros del gobierno, no hay democracia. Allí donde los candidatos a los altos cargos públicos no emanen espontáneamente de la voluntad popular, no hay democracia. Allí donde no haya leyes electorales absolutamente respetadas, no hay democracia. Y en esta América que nació, vive y vivirá por la democracia, en esta hora de depuración y de heroísmo, no puede consentirse que haya gobiernos que estén fuera de la ley, fuera de la moral y fuera de la conciencia de su pueblo.
Se sabe que en América y en el mundo la revolución vencerá, pero no es de revolucionarios sentarse a la puerta de su casa para ver pasar el cadáver del imperialismo. El papel de Job no cuadra con el de un revolucionario. Hay que levantarse y caminar. (Cita que corresponde a la segunda Declaración de la Habana).
Hoy reitero mi compromiso de honrar este Doctorado hasta los últimos días de mi vida.
Gracias reiteradas por permitirme disfrutar de estos momentos extraordinarios.
Fotografías por Virgilio Álvarez Aragón.
Antonio Móbil

Escritor, editor, poeta, diplomático, apasionado por la vida y la belleza, defensor de la justicia y la equidad en todas sus acepciones y contextos. Exiliado por su pensar y decir, ha descubierto en la reflexión sobre la plástica una de sus grandes pasiones.
Un Commentario
Gracias, Tono, por tan preciosas palabras. Fino recuerdo y homenaje a un espíritu que se logró manifestar durante apenas dos lustros y del que fuiste parte.
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