Olga Villalta | Política y sociedad / LA CONVERSA
Comencé a trabajar en casa desde los doce años, allá en mi pueblito, la señora me daba Q 200. La ayudaba a lavar ropa, hacer mandados, limpiar la casa. Cuando tenía 15 años le dije a mi mamá que me iba a ir a la capital para ganar más. Por medio de una pariente me vine para acá. Tuve patrones buenos, pero también tuve malos. A veces la señora me trataba bien pero los niños eran abusivos, desconsiderados; apenas había yo pasado el trapeador y ellos se ponían a comer poporopos en sus camas y dejaban todo lleno de migas, eso me obligaba a pasar limpiando una y otra vez. No siempre me han pagado las prestaciones que según dicen tengo derecho, pero es que yo no sabía, si me daban algo, que bueno, si no, lo dejaba en manos de Dios. Hoy ya sé que tengo derechos y no quiero que las jóvenes que trabajan en casa sigan siendo maltratadas y enfrentándose a los abusos de los patrones.
Las condiciones en que se desarrolla el trabajo doméstico en Guatemala es un lastre que como sociedad no queremos abordar. Las trabajadoras de casa particular son contratadas sin establecer claramente las condiciones laborales. La mayoría de empleadoras consideran que un favor les están haciendo al darles trabajo. Las trabajadoras, por su parte, consideran también que es una bendición de Dios que les proporcione trabajo. Las que trabajan por mes están sujetas a los designios de sus patronas, quienes no les respetan los días de feriado ni las vacaciones pagadas a las que, como trabajadoras, tendrían derecho. Las pocas empleadoras que pagan aguinaldo, vacaciones y bono catorce se basan en el monto que les pagan mensualmente, el cual es menor que el salario mínimo. No contemplan en esas prestaciones lo que correspondería al monto que ellas dejan de percibir por la vivienda y comida.
A lo anterior se suma el acoso y la violencia sexual que muchas jóvenes enfrentan por parte de los hombres de la familia donde trabajan. Esto obliga a las jóvenes a cambiar continuamente de lugar de trabajo. Se les trata con desprecio y están sujetas a los horarios de la familia, extendiéndose muchas veces a 10, 12 o 16 horas laborales.
Según datos proporcionados por las dos organizaciones de trabajadoras de casa, se estima que más de 241 000 mujeres trabajan en casas particulares. Las jefas/es de estas empleadas pertenecen a todo el abanico de clases sociales.
En 2011, en el marco de la Conferencia Internacional del trabajo, se adopta junto con la recomendación 201, el Convenio sobre el trabajo decente de las y los trabajadores domésticos, elaborado por 92 países en 2009. En esa ocasión por Guatemala estuvieron presentes el Ministerio de Trabajo y delegadas de Atrahdom y Sitradomsa a través de la federación Unistragua.
Desde el 5 de agosto del 2015, el Convenio se encuentra en el Congreso de la República para que sea ratificado. Ya pasó la primera y segunda lectura, pero sigue sin ser agendado para su ratificación definitiva. De ser ratificado, se tendrán que hacer reformas al Código de Trabajo, normar el salario mínimo y crear las condiciones para que este sector tenga acceso a los beneficios del IGSS. Aquí están cifradas las esperanzas de las integrantes del sindicato y la asociación de trabajadoras de casa particular.
Olga Villalta

Periodista por vocación. Activista en el movimiento de mujeres. Enamorada de la vida y de la conversación frente a frente, acompañada de un buen café.
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