Rodrigo Pérez Nieves | Política y sociedad / PIEDRA DE TROPIEZO
A pesar de las ilusiones racionalistas, e incluso marxistas,
toda la historia del mundo es la historia de la libertad.
Albert Camus
Diáspora es una palabra griega que significa dispersión, un término aplicado al pueblo judío diseminado por el mundo, fuera de Palestina. La palabra en sí ya tiene una historia larga, ya que la emigración o dispersión abarcada en este término comenzó con las deportaciones a Asiria en el siglo VIII a. C. y luego a Babilonia en el siglo VI a. C.
La misma historia que los judíos, musulmanes y cristianos llamamos «sagrada» comienza con las emigraciones hacia Palestina casi 4 000 años atrás, donde encontramos el paradigma del emigrante y peregrino que es Abraham. Allí nacen las diásporas en nuestras culturas de raíces judeo-heleno-románicas. Somos un pueblo que camina, eso es la humanidad.
Para los guatemaltecos, la dispersión y el exilio son parte de nuestra alma. No en vano tenemos una épica historia escrita por muchos guiadores de ese peregrinaje en el exilio y conocida por pocos.
Hubo una época en que mirábamos de reojo a otros países donde la crisis y la miseria eran la cruda realidad y la corrupción una rutina. Marchó el tiempo como tenía que marchar, poco a poco la vida nos fue igualando con los demás y no fue por maldad del tiempo, sino porque el mundo cambió y se hizo más despiadado y más injusto. Y creció el poder. Y creció la pobreza. Y aquel país alegre en su felicidad dulzona, muestra a veces una alegría que tiene el trasfondo de la tristeza y donde no es fácil sostener en alto esa esperanza… tan necesaria para transitar un sendero que siempre está empezando.
Los guatemaltecos salimos de a miles buscando paz, libertad y bienestar. Cosas que la crisis alargada de los 60, 70 y 80 en el país del café y la caña, los palos en las cárceles, la falta de aire para respirar en libertad y con nuevas ideas, le negaban a muchos.
Los hubo que se fueron a Canadá, a Estados Unidos, España, ni que hablar de México y los países centroamericanos, y otros que recalaron en los lugares más insospechados de la tierra. Un excompañero de estudios es mecánico en Canadá, un conocido del sur del país vive entre los samer (más conocidos por nosotros como lapones), pasando el círculo polar ártico.
Vivieron con las valijas en las manos pensando que era momentáneo, estuvieron dispuestos a salir pero la vuelta nadie la dudaba. Sin embargo, el tiempo pasó lo suficiente como para que la vida cambiara alrededor de ese grupo de guatemaltecos que recordaba el frijol volteado mientras esperaba la llegada de un cartero cargando esperanzas.
Los hijos nacidos en el “nuevo país” (como dicen los gobernantes) ya son hombres y mujeres que buscan su identidad y su destino. Las coordenadas de nuestros mapas fueron cambiando con nuestros hijos.
Muchos intentaron volver, muchos de ellos no lo lograron. Hay mil historias diferentes, pero fue muy difícil reinstalarse en una sociedad que había cambiado y no era más la de nuestra vitrina de recuerdos. Los que esperábamos reencontrar habían muerto o, peor aún, no los reconocíamos en su desarrollo. La economía, vez más dura y cruel, no fue misericordiosa con los que volvían, a pesar de los intentos de muchas organizaciones y otros de ayudar a la inserción. En silencio y con un dolor aún más profundo muchos fueron nuevamente exiliados producidos por las circunstancias de pobreza y dificultad de inserción. Como un cuadro impresionista, Guatemala es una imagen clara cuando se la ve de lejos, desde cerca es una miríada de manchas que nos confunden y nos pierden.
Y lo peor, algunos comentan que librarse de “esa gente” había sido como librarse de una peste, otros comentan que eran un estorbo, y para la mayoría los refugiados se han convertido en extraños. Cuando los periódicos insertan fotos de refugiados, ya sean hindúes en nuestro país o guatemaltecos en México, es como un grito de protesta contra esa especie de maldición bíblica que es todo éxodo humano propiciado por la guerra, la intolerancia o las persecuciones religiosas. Y toda la humillación y la vergüenza de la historia humana, desde el pueblo hebreo hasta nuestros días, se refleja en los rostros de los transterrados.
Una triste historia. El que se fue en los 70 y 80 para escapar de la cárcel, se fue quebrado, pero no vencido. El que se va para poder comer, se va derrotado por su propio país. Ambos crearon y seguirán creando una forma de ser que junta la lotería de cartones con el anhelo de un mundo mejor. Ambos son chapines de pura cepa, aunque ya no tomen café porque simplemente perdieron la costumbre. Sus hijos son gente del futuro. Ellos, una cicatriz más en el devenir de una humanidad que busca un destino mejor.
Rodrigo Pérez Nieves

Ingeniero graduado en Alemania, columnista durante 12 años en el periódico El Quetzalteco, con la columna Piedra de tropiezo. Colaborador con los grupos culturales de Quetzaltenango y Coatepeque. Catedrático en la URL en la carrera de Ingeniería Industrial, sede Quetzaltenango. Libros escritos: Pathos entrópico (poesía y prosa), Cantinas, nostalgias de un pasado y el libro de texto universitario Procesos de Manufactura.
2 Commentarios
Muy interesante y, podemos decir, correcta descripción del exilio, ya sea político u económico. El dejar la tierra donde quedó el ombligo no es fácil, es una dura vivencia con inciertos resultados en el proceso de inserción, adaptación y entendimiento de la nueva desconocida realidad por descubrir. No es fácil, es bastante duro.
Sin embargo, es más duro, incluso hasta aberrante, el, los intentos por regresar al terruño con el cristalino deseo de aportar, contribuir, fortalecer, mejorar ese terruño. Pero la miserable tragedia inicia cuando, primero descubres que lo que encuentras es algo que no se ha movido un milímetro de la tragedia que dejaste, y, por el contrario, incluso está peor que antes cubierta con una hipócrita mascara de supuestos cambios en el maquillaje.
Y lo que termina de incrementar la dolorosa tragedia de intentar reingresar al terruño donde dejaste el ombligo, y que incluso cuando has estado afuera has continuado luchando por apoyar al terruño, y te encuentras con un solapado RECHAZO de tus conciudadanos, una TOTAL obstaculización de, prácticamente, todas las instituciones. Y no digamos esas EXIGENCIAS burocráticas que te exigen que todos tus formales conocimientos universitarios adquiridos en el extranjero, no solo son rechazados, sino que incluso negados, con la justificante de que no tienes los papeles académicos nacionales. Y en cuanto a tu conducta humana, la cual, por supuesto, ha cambiado, te rechazan, incluso te llaman extranjero, y todo porque demuestras que has cambiado en relación con las personas y el estado de cosas que en tu terruño se han negado al cambio. Si, el retorno es más duro que el exilio mismo. Y a pesar de esta simple, sencilla, verdad, continuamos soñando con EL DERECHO A RETORNAR.
innegable. una especie de realidades sobrepuestas. Exilio y desexilio. Amores y desamores. Gracias por esa ventana.
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