Días amarillos, de Javier Payeras

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Esta novela corta, o novella, recrea el ambiente de la ciudad de Guatemala, pintándola del color amarillo de una intoxicación endémica, de una ictericia colectiva provocada por los aspectos más negativos de la realidad cotidiana. El redactor de un semanario amarillista titulado ¡Alerta!, escritor en ciernes con un alto grado de sensibilidad y frustración, mantiene un diario cínico y a veces nostálgico, impregnado de humor negro e intercalado con estampas de sucesos o personajes. Sin embargo, no puede evitar celebrar su vida amarilla, aunque sea con una botella de champán barato.

Está narrada en primera persona, por un alter ego degradado del autor. «… regreso a escribir una novela fragmentada, como un diario donde el personaje soy yo, tratando escribir una novela sobre él, que a su vez también busca escribir una novela sobre mí». El lenguaje es coloquial, pero con medida. Dice puta y mierda, pero no abusa de las expresiones populacheras. El vendedor de pociones sexuales proclama que sus mejunjes le dejarán «… dos horas con esa babosada como burro», pero no se usa sustantivos más callejeros.

Ejemplo de su poesía. «Una mujer. Una mujer que no padezca alucinaciones, que no grite ni se agriete, que no se arrugue ni se desprenda, una mujer con veinte dedos, una mujer que no duerma… que se revuelque conmigo en este charco de soledad, una mujer que haga magia, que sepa karate…».

Hay varios personajes secundarios, incluyendo prostitutas. Su omnipresencia se convierte en una metáfora para una ciudad en la que todo se prostituye, incluyendo el narrador, quien siendo un hombre con ambiciones de escritor trabaja como redactor en el semanario más amarillista del país. Los personajes secundarios son estereotipados: el escritor frustrado, el profesional mal remunerado, la chica coqueta, el fotógrafo morboso. El narrador lo reconoce: «Una vez tuve entre las sábanas a una muchacha así, una prueba contundente de la validez de los estereotipos». Los estereotipos sirven para sustentar la fábula de una ciudad enferma de ictericia colectiva, causada por la intoxicación que provoca la decadente realidad cotidiana, pues un personaje normal, campechano, cómico y ambivalente habría echado a perder la moraleja. Esta deplorable realidad también sirve para resaltar la sensibilidad poética del narrador.

La novela tiene símiles originales y simpáticos. «La ciudad es cada vez más grande, pero crece como la gordura: sin orden, sin nada, solamente grasa y desechos». Lo mismo aplica a sus imágenes: «Ese color tamarindo del agua del grifo». Clave para entender la novela: «ya no busca drogas porque se intoxica con la realidad». Los aforismos son su especialidad. «La fe es una locura que a nadie se le puede negar»; «… el matrimonio es una competencia por quién es mejor persona…»; «La vida es una literatura menor». Hay dejos de nostalgia. «… aquel clima templado que se vendía al turismo… es sólo un recuerdo: lo único que tenía de bueno este país era el clima, y ya se fastidió».

La fábula de Días amarillos parece ser: «para una sensibilidad de poeta, esta ciudad es una mierda irredimible, pero aún así se celebra la vida». No se detecta trazas de malinchismo; no se compara Guatemala con ciudades de Europa o Estados Unidos. Hay trazas del reformador social: «En su mayoría se trata de gente del campo con muy escasa escolaridad, que gana un sueldo muy bajo y, para colmo de males, trabaja para un sistema corrupto».

Nada altera el estado de cosas, ni hay un clímax ni un desenlace dramático. La novela tampoco busca encantar por medio de la creación de un microcosmos: plantea el desencanto y trata de mantenerlo. Sin embargo, el narrador no es un desencantado. «Soy un charlatán porque reniego de la esperanza, pero es imposible seguir vivo y renegar de la esperanza. La esperanza es algo que no se logra controlar, uno abre el hocico y ya está apostando por la esperanza».

Fábula urbana demasiado cargada de aforismos filosóficos como para quedarse en novella, Días amarillos parece estar hecha de un elemento pesado. Lo que le falta en extensión le sobra en densidad. Es, sin embargo, fácil de leer; un trago fuerte, pero espiritoso; coñac fabricado con chicha a través de una doble destilación.

Por Eduardo Villagrán


Este libro fue publicado en Guatemala, por Magna Terra en 2009.

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Un Commentario

eliandro da silva gonçalves 14/04/2019

De todo me parece uma boa resenha, a lamentar que não li esta obra que me parece bem atual. Gostaria de lê-la, caso saibam como posso adquirir este livro, gostaria muito, pois, me pareceu bem atual, dentro de nossa realidade desgastante, sem significado e em busca de um vazio incessante.

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