-Antonio Móbil / LANZAS Y LETRAS–
¿Construiría usted su casa sobre un pantano o un albañal? ¿Puede alguna persona dialogar con un funcionario delincuente que tiene la protección del poder de un Estado corrupto o la prepotencia de una oligarquía que irrespeta los derechos humanos?
Durante los últimos meses, los comentaristas de los medios de comunicación emiten diariamente decenas de opiniones relacionados con las preguntas mencionadas.
Teóricamente, los ciudadanos que asumimos la tarea de lograr un cambio democrático, tenemos dos caminos presuntos para iniciar a resolver la crisis terminal que asola a Guatemala: el diálogo o la resistencia ciudadana. Durante los últimos cien años (para no remontarnos hasta 1524) ningún intento de diálogo ha sido posible con quienes detentan el poder del Estado, la tierra, los medios de producción y las armas. Un ejemplo de ello es la firma de la paz firme y duradera.
Al finalizar la contienda bélica, se logró una vía consensuada que privilegiaba la democratización y el desarrollo participativo de la población, el desarrollo social, la situación agraria, el desarrollo rural y la modernización de la gestión publica y política fiscal.
Poco duró la esperanza de la paz, desvirtuada por falaces maniobras palaciegas: Un amañado referéndum frustró lo que pretendía ser el inicio de una democracia liberal de corte moderno.
Hoy día, de nuevo, frente a la falta de voluntad de los sectores que han gobernado el país para concretar y cumplir cualquier acuerdo, queda la instancia de la resistencia ciudadana para recuperar el Estado democrático.
Quienes siempre han esquilmado al país pretenden de nuevo entretener a la ciudadanía con un diálogo vacuo y tienen lista la amenaza de la seguridad nacional por aquello de que el “comunismo” enseñe las orejas.
Sin opción al diálogo y sin acciones unitarias indispensables para que los resistentes tomen las calles y las plazas, la crisis del país se acrecienta. ¿Qué hacer frente a las demandas más significativas entre las cuales destacan: la renuncia y enjuiciamiento del presidente y vicepresidente de la República; la renuncia de los diputados al Congreso nacional implicados en delitos y su juzgamiento por los actos cometidos; la depuración inmediata del Organismo Judicial y castigo para quienes hayan delinquido?
Quienes ponderan el diálogo vacío y de entretenimiento, como siempre, arguyen que la resistencia no puede violentar la soberanía que establece la Constitución de la República, promulgada en 1985 por un gobierno militar contrainsurgente que, desde esa fecha hasta nuestros días, ampara lo que ha dado en llamarse la “época democrática”, la cual, en rigor de verdad, ha sido violada tanto por los organismos del Estado como por quienes negocian sus actividades delincuentes.
¿La Constitución de 1985 fue efectivamente un aporte democrático para garantizar la paz entre los guatemaltecos o bien un ardid para encubrir nuestra ingenuidad?
Una investigadora norteamericana [1] nos refiere que en una entrevista con el secretario general del gobierno Manuel de Jesús Girón Tanchez este le dijo sonriendo, que tan estimado esfuerzo se hizo:
… para garantizar el respeto de la comunidad internacional… con el objeto de que la comunidad internacional tuviera la conciencia y la seguridad de que Guatemala está cumpliendo con los compromisos internacionales y no se puede decir, “Bueno, aquí hay un régimen de facto, y entonces, el convenio tal, que establece relaciones entre los EE. UU. y Guatemala no tiene ningún efecto”. Entonces hay que asegurar que es un régimen de jure…
Schimer también anota la respuesta del general Alejandro Gramajo:
…el proyecto político-militar se las había arreglado para implantar asuntos de seguridad dentro de la estructura política y legal de Guatemala. Pero tenía que ser una seguridad y una democracia con elecciones formales bajo condiciones de los militares.
Otra cita de Schimer, esta vez con el funcionario encargado de los asuntos guatemaltecos en el Departamento de Estado de los EE. UU. -sin identificarlo por su nombre- expresó campechanamente:
Les dijimos (a los guatemaltecos) que queríamos tres cosas y es lo que se hizo en esencia: 1) principio de derecho; 2) enderezar la economía; 3) la práctica de la democracia –es decir buenas relaciones entre el Estado y la persona-. Pero, como usted sabe, tales países suelen utilizar esbirros a fin de establecer el imperio de la ley… Entonces, dando un manotazo en el brazo de la silla, estalló en carcajadas.
El cuatro de octubre en curso, el nuevo embajador de los Estados Unidos al presentar sus credenciales reiteró: “Vamos a trabajar en tres grandes temas, que son la seguridad, la prosperidad y la buena gobernanza…”
Es un poco tarde para poner en práctica tan buenos deseos. Olvida que desde el 27 de junio de 1954, el país se ha deslizado hasta llegar al fondo del sumidero en que ahora se encuentra, debido a que desde aquella época en Guatemala no se mueve una sola hoja del árbol sin la voluntad del Señor…
¿Diálogo o resistencia unitaria?
Antonio Móbil

Escritor, editor, poeta, diplomático, apasionado por la vida y la belleza, defensor de la justicia y la equidad en todas sus acepciones y contextos. Exiliado por su pensar y decir, ha descubierto en la reflexión sobre la plástica una de sus grandes pasiones.
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